RELEVANCIA DE LA EMPATÍA EN EL DESARROLLO DE LA PERSONALIDAD DURANTE LA INFANCIA Y LA ADOLESCENCIA
12 May 2006
Maite Garaigordobil es Profesora Titular en el Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la Facultad de Psicología, en la Universidad del País Vasco. Su labor investigadora se articula en torno al desarrollo de programas de intervención que fomentan el desarrollo socio-emocional durante la infancia y la adolescencia, tanto en contextos clínicos como educativos, habiendo obtenido varios premios de investigación en este campo. Una segunda línea de investigación realizada por Garaigordobi es la construcción de instrumentos de evaluación psicológica. Es autora de varios libros y de numerosos artículos publicados en revistas de investigación nacionales e internacionales. Para información complementaria pinchar aquí. |
Maite Garaigordobil
Universidad del Pais Vasco
El estudio de la empatía y de su relación con la conducta y con otros parámetros de la personalidad del individuo ha experimentado un auge importante durante los últimos años. En la actualidad, existe un amplio consenso en admitir que la empatía debe ser considerada como un factor de relevancia en la explicación del desarrollo social y de las interacciones sociales.
A la hora de delimitar el concepto de empatía, aparecen dos tendencias. Una de ellas enfatiza la capacidad de la persona para poder tomar el rol del «otro», pudiendo con ello llegar a conocer y predecir más exactamente sus sentimientos, pensamientos y acciones. La otra definición se centra en las respuestas emocionales vicarias y en la capacidad de percibir las experiencias emocionales de los demás.
Actualmente, integrando ambas perspectivas, se define la empatía desde un enfoque multidimensional, haciendo énfasis en la capacidad de la persona para dar respuesta a los demás teniendo en cuenta tanto los aspectos cognitivos como afectivos, y destacando la importancia de la capacidad de la persona para discriminar entre el propio yo y el de los demás. La empatía incluye tanto respuestas emocionales como experiencias vicarias o, lo que es lo mismo, capacidad para diferenciar entre los estados afectivos de los demás y la habilidad para tomar una perspectiva tanto cognitiva como afectiva respecto a los demás.
En las últimas décadas se ha desarrollado un creciente interés por demostrar empíricamente las relaciones de la empatía con un amplio abanico de variables de la personalidad infanto-juvenil. En esta línea de investigación, hemos llevado a cabo un estudio sobre la empatía disposicional (tendencia de la personalidad de algunos individuos a tener mayor disposición a los sentimientos empáticos) con 139 niños y niñas de 10 a 12 años (Garaigordobil y García de Galdeano, 2006). Este estudio tuvo 3 objetivos: 1) Explorar la existencia de diferencias de género en la empatía. |
2) Analizar las relaciones de la empatía con la conducta social, el autoconcepto, la estabilidad emocional, las estrategias de interacción social, la capacidad de analizar emociones, la inteligencia y la creatividad.
3) Identificar variables predictoras de la empatía.
Los resultados obtenidos en este estudio evidenciaron la existencia de diferencias de género en la empatía, con puntuaciones significativamente superiores en las niñas. Además se constató que los niños y niñas con alta empatía tenían muchas conductas sociales positivas (prosociales, asertivas, de consideración con los demás, de autocontrol y liderazgo), pocas conductas sociales negativas (pasivas, agresivas, antisociales y de retraimiento), muchas estrategias cognitivas de interacción social asertivas, fueron nominados como compañeros prosociales, tenían alto autoconcepto, alta capacidad para analizar emociones negativas, alta estabilidad emocional, así como muchas conductas y rasgos de personalidad creadora. El último análisis identificó como variables predictoras de la empatía: alto nivel de conducta prosocial, bajo nivel de conducta agresiva y alto autoconcepto.
Recientemente, hemos llevado a cabo otro estudio con 174 adolescentes de 12 a 14 años, con la finalidad de explorar comparativamente la empatía en la infancia tardía y en la adolescencia (Garaigordobil, en preparación). Los resultados obtenidos con la muestra de adolescentes han confirmado que, también en esta edad, las mujeres tienen puntuaciones significativamente superiores en empatía. Complementariamente se ha puesto de relieve que la capacidad de empatía no aumenta significativamente de 10 a 14 años. Finalmente, los análisis correlacionales sugieren que los adolescentes de ambos sexos que mostraban altas puntuaciones en empatía también tenían muchas conductas sociales positivas (prosociales, asertivas y de consideración con los demás), alto autoconcepto y alta capacidad para analizar causas que generan emociones negativas, mostrando pocas conductas sociales negativas (agresivas, antisociales y de retraimiento).
Los resultados de ambas investigaciones subrayan las estrechas conexiones de la empatía con diversos factores del desarrollo social y emocional infanto-juvenil. Los datos sugieren que la empatía es un factor importante en el proceso mediante el cual el individuo desarrolla pautas de pensamiento y comportamiento acordes con las normas sociales, así como sus conexiones con un constructo estructural de la personalidad de gran relevancia, como es el autoconcepto.
| La empatía parece estar más estrechamente relacionada con la conducta antisocial en los varones y con la conducta prosocial en ambos sexos, siendo una variable imprescindible para la comprensión de la conducta social. En la misma línea de reflexión que la señalada por otros investigadores, los resultados obtenidos permiten sugerir que la inhibición de la agresividad podría potenciarse con el desarrollo de la prosocialidad, que incluye la empatía como un significativo determinante. |
Por consiguiente, los resultados de ambos trabajos tienen implicaciones prácticas asociadas a la intervención psicológica en contextos educativos, y evidencian la importancia de las intervenciones dirigidas a fomentar la conducta prosocial como un instrumento de desarrollo de la personalidad durante la infancia y la adolescencia. Así, sería importante fomentar la prosocialidad y, en conexión con ésta, la empatía de los niños y adolescentes, estimulando su progresivo descentramiento egocéntrico, a través de:
- La presentación de las perspectivas de los sentimientos ajenos.
- La utilización del razonamiento como técnica educativa.
- La explicación de las consecuencias que la propia conducta tendrá para los demás.
- La exposición a modelos empáticos acompañados de la reflexión moral de los mismos.
En este contexto de intervención, cabe sugerir un grupo de programas que han sido implementados y evaluados experimentalmente con el contraste de grupos de control. La evaluación de los efectos de estos programas ha evidenciado sus efectos positivos en diversos factores del desarrollo socio-emocional durante la infancia y la adolescencia, al haber estimulado: un incremento de diversas conductas sociales positivas, de la capacidad de empatía, de las estrategias cognitivas de interacción social, de la capacidad de cooperación, una mejora de las relaciones entre iguales, del autoconcepto y de la percepción de los compañeros del grupo, una disminución de conductas sociales negativas (agresivas, de apatía-retraimiento, de ansiedad-timidez, antisociales), etc.
Los programas de intervención dirigidos a niños y niñas de 6 a 12 años, denominados Programas JUEGO (Garaigordobil, 2003, 2004, 2005) se basan en los juegos amistosos, de ayuda y cooperación. Los juegos incluidos en estos programas fomentan la comunicación, la cohesión y la confianza, teniendo en su base la idea de aceptarse, cooperar y compartir. En este sentido, los programas se configuran con juegos de comunicación-cohesión grupal, juegos de ayuda-confianza, juegos de cooperación, y juegos cooperativos de creatividad verbal-gráfica-constructiva-dramática.
El programa dirigido a la adolescencia (Garaigordobil, 2000) contiene juegos cooperativos y dinámicas de grupos organizadas en torno a siete categorías: autoconcepto-autoestima, comunicación intragrupo, expresión-comprensión de emociones, ayuda-cooperación, percepciones-estereotipos, discriminación-etnocentrismo, y solución de conflictos.
Estos programas de intervención tienen como objetivo promover el desarrollo de diversos factores del desarrollo social y emocional estimulando:
Una mejora del autoconcepto-autoestima, el sentido de valía de los compañeros/as del grupo y el respeto por los demás.
- Las habilidades de comunicación verbal y no verbal: exponer, escuchar activamente, dialogar, negociar, tomar decisiones por consenso, etc.
- Un aumento de conductas sociales facilitadoras de la socialización (conductas de liderazgo, jovialidad, sensibilidad social, respeto-autocontrol, prosociales ), así como una disminución de conductas perturbadoras para la misma (conductas de agresividad-terquedad, apatía-retraimiento y ansiedad-timidez, antisociales, etc.).
- La conducta prosocial (dar, ayudar, cooperar, compartir, consolar ): las relaciones de ayuda y la capacidad de cooperación grupal (dar y recibir ayuda para contribuir a un fin común).
- El desarrollo moral: aceptar normas sociales implícitas en las instrucciones de los juegos (turnos, estructura cooperativa, roles ) y normas sociales que el grupo estructura para la realización de los juegos, fomentar valores (diálogo, tolerancia, igualdad, solidaridad, etc.).
- La identificación, comprensión y expresión de emociones a través de la dramatización, las actividades con música-movimiento, el dibujo y la pintura; la capacidad para expresar asertivamente los sentimientos propios, aceptando la expresión de los sentimientos de los compañeros/as del grupo.
- La capacidad de empatía ante los estados emocionales de otros seres humanos.
- El aprendizaje de técnicas de análisis y resolución de conflictos, es decir, la capacidad para definir conflictos, reconocer sus causas, desarrollo y situación actual, así como para buscar soluciones constructivas, etc.
- La capacidad para identificar y analizar percepciones, estereotipos y prejucicios, etc.
- Sentimientos de placer y de bienestar psicológico subjetivo, etc.
Como ejemplo de actividades incluidas en estos programas para potenciar la empatía, se puede mencionar el juego del ciego y su guía. En este juego, que se realiza por parejas, un jugador de cada pareja representa al ciego y va con los ojos cerrados y el otro es su guía. El guía pone sus manos sobre los hombros del invidente y por medio de leves presiones táctiles le va orientando y guiando en su marcha libre por el espacio, facilitando que sortee los obstáculos. Posteriormente, se invierten los roles. El juego se realiza con una pieza musical de fondo suave que genere un clima relajado.
Teniendo en cuenta el incremento que ha experimentado en los últimos años la conducta violenta entre iguales, desarrollar la conducta prosocial, la empatía y valores socio-morales como el diálogo, la tolerancia, la igualdad, la solidaridad, la paz, etc. debe ser una directriz educativa de gran relevancia, tanto en el contexto de la escuela como en el ámbito familiar.
El artículo original puede encontrarse en la revista Psicothema: Garaigordobil, M., y García de Galdeano, P. (2006). Empatía en niños de 10 a 12 años. Psicothema, 18 (2), 180-186.
Bibliografía Garaigordobil, M. (2000). Intervención psicológica con adolescentes. Un programa para el desarrollo de la personalidad y la educación en derechos humanos. Madrid: Pirámide. Garaigordobil, M. (2003). Intervención psicológica para desarrollar la personalidad infantil: Juego, conducta prosocial y creatividad. Madrid: Pirámide. Garaigordobil, M. (2003). Programa Juego 8-10 años. Juegos cooperativos y creativos para grupos de niños de 8 a 10 años. Madrid: Pirámide. Garaigordobil, M. (2004). Programa Juego 10-12 años. Juegos cooperativos y creativos para grupos de niños de 10 a 12 años. Madrid: Pirámide. Garaigordobil, M. (2005). Programa Juego 6-8 años. Juegos cooperativos y creativos para grupos de niños de 6 a 8 años. Madrid: Pirámide. Garaigordobil, M., y García de Galdeano, P. (2006). Empatía en niños de 10 a 12 años. Psicothema, 18 (2), 180-186. |