VIOLENCIA DE PAREJA: PERFIL PSICOLÓGICO DEL AGRESOR Y PROGRAMAS DE INTERVENCIÓN
3 Jul 2008
Hace ahora casi cuatro años que fue aprobada la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, un texto creado con el propósito de combatir y erradicar la violencia que sufren las mujeres en el ámbito de la pareja. De manera más concreta, esta Ley tiene por objeto «actuar contra la violencia que, como manifestación de la discriminación, la situación de desigualdad y las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres, se ejerce sobre éstas por parte de quienes sean o hayan sido sus cónyuges o de quienes estén o hayan estado ligados a ellas por relaciones similares de afectividad, aun sin convivencia». La violencia a la que hace referencia esta Ley comprende «todo acto de violencia física y psicológica, incluidas las agresiones a la libertad sexual, las amenazas, las coacciones o la privación arbitraria de libertad».
Este documento establece las medidas de protección integral cuya finalidad es prevenir, sancionar y erradicar esta violencia y prestar asistencia a sus víctimas. En diferentes artículos de la citada Ley se recoge explícitamente la necesidad de contar con la intervención psicológica no sólo para atender a las mujeres víctimas de la violencia machista, sino también para ofrecer un tratamiento rehabilitador a los maltratadores.
Más allá de la polémica suscitada en torno a la pertinencia o no de que las políticas públicas de igualdad de género contemplen en sus presupuestos una partida para la implementación de programas de intervención con estos hombres, el interés por los tratamientos psicológicos con estas personas ha aumentado en los últimos años.
A pesar de las discrepancias sobre la eficacia de este tipo de intervenciones, son cada vez más quienes defienden y abogan por los programas para la rehabilitación de los agresores, cuyo objetivo principal se dirige a proteger a las víctimas y prevenir que sufran actos violentos en el futuro. Independientemente de este cuestionamiento, un buen número de estudios ha puesto de manifiesto que el tratamiento psicológico se muestra como el más adecuado para atender a los maltratadores.
Sin lugar a dudas, el asunto de la violencia de género y, en particular, la intervención con los maltratadores supone hoy día un gran reto para los profesionales de la Psicología, motivo por el cual, Infocop Online ha querido conocer con más detalle qué tipo de intervenciones se están realizando desde el ámbito psicológico con estas personas. En este sentido, a continuación se reproduce el trabajo que Javier Fernández-Montalvo y Enrique Echeburúa, de la Universidad Pública de Navarra y la Universidad del País Vasco respectivamente, han elaborado con esta finalidad para esta publicación.
Javier Fernández-Montalvo 1 y Enrique Echeburúa 2
1 Universidad Pública de Navarra y 2 Universidad del País Vasco
La violencia contra la mujer en la relación de pareja es un problema en alza y adquiere actualmente unas cifras alarmantes. Así, por ejemplo, en cuanto a la violencia en el hogar, según el estudio realizado por el Instituto de la Mujer en el año 2006 con una muestra de más de 32.000 mujeres, en España hay, al menos, un 3,6% de mujeres mayores de 18 años que resultan maltratadas por su pareja (alrededor de 680.000). Sin embargo, hay un 6% adicional (alrededor de 1.200.000) que, aun no considerándose maltratadas, sufren unas conductas vejatorias que son impropias en una relación de pareja sana. Por ello, detectar los factores de riesgo de la violencia contra la mujer en la relación de pareja, así como los factores de protección, constituye hoy una tarea prioritaria (Echeburúa, Fernández-Montalvo y Corral, 2008a).
Estas cifras alarmantes han provocado en la comunidad científica un aumento del interés por el estudio de los agresores. Ello ha generado un mayor conocimiento de las características clínicas de los hombres violentos contra la mujer. Los agresores suelen presentar carencias psicológicas significativas, como sesgos cognitivos (pensamientos distorsionados sobre los roles sexuales y la inferioridad de la mujer y sobre la justificación de la violencia), dificultades de comunicación y de resolución de problemas, irritabilidad y una falta de control de los impulsos, así como otras dificultades específicas (abuso de alcohol y celos patológicos) (Fernández-Montalvo y Echeburúa, 1997, 2005; Fernández-Montalvo, Echeburúa y Amor, 2005).
Ha habido un esfuerzo considerable por identificar tipos de agresores, pero todavía se carece de datos empíricos sólidos en apoyo de una tipología. A falta de un perfil bien fundamentado, los maltratadores pueden ser: a) personas machistas; b) sujetos inestables emocionalmente y dependientes, que se vuelven peligrosos si la mujer corta la relación; c) personas adictas al alcohol o las drogas, en donde la adicción actúa como un desinhibidor; y d) hombres con un trastorno de personalidad que disfrutan pegando o que, al menos, no tienen inhibiciones para hacerlo. Así, los trastornos de personalidad más frecuentemente encontrados han sido el antisocial, el límite y el narcisista.
Se han dado, incluso, intentos de establecer una tipología de agresores en función de los trastornos de personalidad y de sugerir líneas de intervención terapéutica específicas acordes con ella. Se trata, en último término, de proponer programas de intervención a la medida según el tipo de trastorno de personalidad experimentado (White y Gondolf, 2000).
Se han desarrollado en Estados Unidos y Canadá algunos instrumentos de evaluación para medir el riesgo de agresión a la pareja, como el Spousal Assault Risk Appraisal Guide (SARA) (Kropp, Hart, Webster y Eaves, 2000) o el Danger Assessment (DA) (Campbell, 1995), e incluso para predecir el riesgo de muerte de la pareja, como la Escala de Femicidio (Kerry, 1998).
La SARA ha sido recientemente adaptada en España por el Grupo de Estudios Avanzados en Violencia (Andrés Pueyo y Redondo, 2007; Andrés Pueyo, López y Álvarez, 2008). En un intento por evaluar el riesgo de violencia de pareja en nuestro contexto, nuestro grupo (Echeburúa, Fernández-Montalvo y Corral, 2008b) ha creado la Escala de Predicción de Riesgo de Violencia Grave contra la Pareja (EVP), que se diferencia de la SARA en que se centra en la predicción del riesgo de homicidio o de violencia grave (no meramente de violencia), en que no se limita al riesgo de agresión a la esposa (sino a la pareja), en que establece unos puntos de corte que permiten cuantificar el riesgo y en que intenta ser un reflejo de la situación cultural existente en Europa (en donde, por ejemplo, el uso de armas o el contexto de la familia son diferentes que en Norteamérica).
Desde una perspectiva terapéutica, se ha observado también un interés creciente por el tratamiento psicológico de los agresores, tanto en el medio comunitario (Echeburúa y Fernández-Montalvo, 1997) como en prisión (Echeburúa, Fernández-Montalvo y Amor, 2003; 2006). De este modo, han surgido algunos programas específicos de intervención con este tipo de agresores.
Los resultados obtenidos en alguno de ellos (especialmente con los hombres que completan totalmente el programa de intervención) son claramente esperanzadores. Un resumen de los principales resultados obtenidos hasta la fecha se presenta en la Tabla 1.
TABLA 1
RESULTADOS OBTENIDOS EN LOS PROGRAMAS DE INTERVENCIÓN CON HOMBRES MALTRATADORES CONTRA LA MUJER
Autor y año | Seguimiento | Resultados |
Deschner et al. (1986) | 1 año |
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Harris (1986) | Postratamiento |
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Hamberger y Hastings (1988) | Postratamiento |
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Edleson y Syers (1990) | 6 meses |
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Faulkner et al. (1992) | Postratamiento |
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Palmer et al. (1992) | 1 año |
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Rynerson y Fishel (1993) | Postratamiento |
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Echeburúa y Fernández-Montalvo (1997) | 3 meses |
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Taylor et al. (2001) | 1 año |
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Echeburúa et al. (2006) | Postratamiento |
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Como puede observarse, el tratamiento psicológico resulta el más adecuado en la actualidad, si bien una dificultad existente es la negación (o, al menos, la minimización del problema) por parte del agresor; así como la atribución a la pareja del origen y mantenimiento del conflicto, lo que puede llevar a un rechazo del tratamiento o a un abandono prematuro del mismo. Ello requiere la necesidad de desarrollar técnicas motivacionales para el cambio en este tipo de agresores.
Además de depurar el contenido del tratamiento, resultaría de interés en el futuro conocer el perfil de los sujetos que completan el tratamiento en relación con el de los que no lo hacen o lo rechazan, analizar los resultados en función de la procedencia de los sujetos (vía judicial/vía comunitaria) y del tipo de maltratadores (físicos/psicológicos), así como poner a prueba distintos formatos de tratamiento (individual/grupal) (Babcock, Green y Robie, 2004).