La competencia más visible es la digitalización, pero la más importante -y difícil- de implantar y desarrollar es la inteligencia emocional.
Un entorno negativo dificulta el desarrollo de la inteligencia emocional en los y las menores. Tal y como indica el estudio, se ha observado un cambio radical en el entorno familiar (mayor número de familias desestructuradas, menor tiempo -y calidad- de interacción con padres y hermanos y/o familiares, una hiperconectividad con las redes sociales y el uso de las tecnologías desde edades tempranas que reducen el tiempo y la calidad de la relación cara a cara, etc.), que está conllevando más inestabilidad y complejidad para los hijos e hijas, dificultando un desarrollo emocional equilibrado. A su vez, según diversos estudios, una peor educación emocional en el hogar puede repercutir en el colegio: mayores índices de acoso escolar, fracaso escolar y trastornos depresivos y conductuales.
Con la pandemia se ha puesto de relieve en las empresas la falta de competencias entre los empleados y las empleadas para enfrentarse a un entorno volátil, incierto, complejo y ambiguo. Este gap de soft skills afecta tanto al desempeño profesional como al bienestar emocional. Para cubrir esta brecha, los autores del estudio consideran prioritario empezar a educar emocionalmente a los y las menores desde la infancia y desde el colegio, preparándolos así para las nuevas necesidades que puedan surgir a lo largo de su vida.
La salud mental y emocional de niños/as, jóvenes y adultos se ha visto gravemente afectada con la situación de pandemia; como se deriva de algunos datos recientes, el 46% de la población española ha manifestado un aumento del malestar psicológico durante el confinamiento, y un 44% señala que ha disminuido su optimismo y confianza.
Los centros educativos pueden y deben ayudar a compensar el deterioro de la educación emocional que reciben niños, niñas y jóvenes en el entorno familiar y social, y además prepararlos para un entorno laboral futuro muy volátil.
La UNESCO ha puesto de relieve la trascendencia de incorporar las habilidades socioemocionales en los programas de formación docente en aras de abordar el estrés e impulsar las habilidades emocionales y sociales en el aula, así como de garantizar que los directores de los centros educativos asignen tiempo a los docentes para que adquieran estas habilidades.
El 90% de los y las docentes consideran muy difícil/bastante difícil que los estudiantes adquieran competencias emocionales, si los docentes no están formados.
El 62% de los directores de centros educativos afirman que es bastante difícil implantar la educación emocional.
Si bien no existen estadísticas oficiales sobre la cifra de centros educativos que imparten educación emocional en España, el estudio estima que únicamente un 5% de los centros lo implantan en alguna medida.
Según los datos del estudio, solo en 1 de las 17 Comunidades autónomas de España (Comunidad autónoma de Canarias) es una asignatura obligatoria en el ciclo de primaria.
La práctica totalidad de los Colegios donde se imparte la educación emocional siguen el modelo presencial, con cierto apoyo visual. Este modelo es poco escalable(entendiendo el término como aquel modelo que permite multiplicar los beneficios manteniendo unas estructura y unos costes fijos bajos, que no aumentan en la misma proporción con que suben los ingresos. Impartir la educación emocional de forma presencial, implica incrementar el n.º de profesores contratados, de modo que no es un (modelo) escalable).
Las autoridades educativas españolas no apoyan expresamente la educación emocional, salvo la Comunidad autónoma de Canarias, donde es obligatorio en el ciclo de primaria. La LOCME permite que se puedan plantear la educación de competencias, y al menos, menciona la educación emocional entre otras competencia.
Los directores encuestados están convencidos del impacto positivo de la educación emocional, considerándola muy beneficiosa para mejorar como personas (68%), mejorar relaciones con los otros alumnos (66%) y reducir el acoso escolar (55%). Por su parte, la mayoría de los docentes encuestados (94%) afirma que formarse en educación emocional les mejoraría como profesionales. Un 83% de ellos revela haber aplicado bastante la inteligencia emocional como docentes.
El 73% de los y las participantes considera aún más relevante la formación en competencias emocionales a raíz de la pandemia y con respecto a la situación pre- COVID.
La empatía es la competencia que más echan en falta los docentes en los alumnos. Para los autores del estudio, esta cuestión es relevante dado el rol que desempeña la empatía como base y soporte de otras muchas competencias emocionales como la comunicación, la escucha activa y el trabajo en equipo, entre otras.
Para los y las estudiantes, los docentes deben ser una referencia y un ejemplo, no solo como experto en la materia, sino como persona, en su forma de actuar y relacionarse, en motivar y en castigar, en alabar y en corregir. Si bien la educación emocional no es una asignatura, consideran esencial que el profesorado sea emocionalmente inteligente.
Los centros educativos deberían desarrollar la educación emocional de forma sistemática, no como una asignatura, sino como un conjunto de competencias emocionales adquiridas de manera transversal que les ayuden en su bienestar emocional y su capacitación profesional.
Los autores del estudio instan a las autoridades públicas a seguir las recomendaciones que hacen al respecto la OCDE y la UNESCO, promoviendo que las Comunidades autónomas sigan el ejemplo de Canarias, pionera en España en promover la educación emocional en los Colegios.
Los padres y las madres deben ser conscientes de la trascendencia de una educación emocional para sus hijos, donde ellos son los primeros responsables, pero necesitan del apoyo del colegio. A este respecto, el informe subraya la relevancia de apostar por la educación emocional de los niños y niñas, como una inversión en su bienestar psicológico, su adaptabilidad al entorno y su empleabilidad laboral futura.