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Las cifras de condenados por violencia contra la pareja en España describen la grave dimensión de este fenómeno. Actualmente, en las cárceles españolas, hay más de 3.800 presos por este tipo de delito. Respecto a condenas distintas a la cárcel, las de medidas alternativas, se emiten más de 20.000 condenas al año. Conocer las características y los motivos de estos agresores facilitaría la adopción de medidas preventivas dirigidas a evitar nuevos sucesos. Por este motivo, se han realizado distintas clasificaciones de agresores según diversos parámetros, donde destacan las que se fundamentan en su perfil psicopatológico. Una de las más conocidas es la aportada por Holtzworth-Munroe, Meehan, Herron, Rehman, & Stuart (2003), con cuatro tipos, donde se relacionan trastornos de personalidad, con tipo de violencia y características psicológicas. Si bien estas tipologías aportan mucha información, hay un aspecto a considerar como primordial, y es el riesgo de reincidencia. El conocimiento sobre qué tipo de agresores tienen más posibilidades de reincidir es fundamental tanto para el sistema policial y judicial, que deben establecer las medidas necesarias para prevenir nuevos casos, como para los psicólogos que realizan los programas de intervención con estos condenados. | |||||
Para la evaluación del riesgo de reincidencia de los agresores contra la pareja tenemos distintos instrumentos de medida, destacando la guía SARA (Hart, Webster, & Eaves, 1999), que valora 20 factores de riesgo. Utilizando estos factores de riesgo junto con el diagnóstico en trastorno de personalidad hemos identificado tres tipos de agresores, según su riesgo de reincidencia, utilizando un análisis clúster (Llor-Esteban, García-Jiménez, Ruiz-Hernández y Godoy-Fernández, 2016). Así, un primer tipo de agresores, los de mayor riesgo de reincidir, presentan un perfil de delincuente habitual, donde predomina el uso de violencia en distintos contextos, un desajuste social con problemas económicos y laborales, junto con consumo de drogas y alcohol. A estas características se le suman la del perfil típico de agresor contra la pareja, es decir, aquel que no acepta las órdenes de alejamiento, quebrantándolas; con rasgos de personalidad límite, cumpliendo el habitual ciclo de violencia, donde se suceden las fases de arrepentimiento con la de explosiones de ira. Este perfil de agresor es el más complicado de abordar, por no aceptar la situación de ruptura de la pareja, y presentar rasgos antisociales que se manifiestan con la no aceptación de las medidas legales, y con el uso de la violencia. La combinación de perfil de personalidad límite junto con antisocial es una característica hasta ahora no tenida en cuenta en clasificaciones anteriores. Un segundo tipo de agresores lo constituirían los de riesgo medio de reincidencia, estos presentan similitud con los denominados por Holtzworth-Munroe, et al (2003) como antisociales de bajo nivel. Son hombres con problemas en las relaciones de pareja, que los resuelven con violencia, como lo harían en otros tipos de conflictos. Su marcado perfil antisocial queda reflejado en sus numerosos antecedentes penales, drogadicción y desajuste social. En este grupo de agresores las características de dependencia de la pareja y la inestabilidad emocional típica del perfil de personalidad límite no están presentes. Para evitar la reincidencia, los programas deberían centrarse en su toxicomanía, ajuste social y la resolución adecuada de conflictos.
A pesar de las limitaciones de este estudio, los resultados obtenidos identifican una relación importante entre trastorno de personalidad, características del agresor y riesgo de reincidencia, lo que a nuestro juicio debe tenerse en cuenta para la toma de decisiones a nivel policial, judicial, penitenciario y terapéutico. Las intervenciones dirigidas a las tres grandes áreas que hemos resaltado, trastorno de personalidad, actitudes machistas y conductas antisociales como la impulsividad, la drogadicción y el no ajustarse a normas, suponen una gran complejidad, siendo difícil tener éxito en la terapia y, por tanto, evitar la reincidencia. A nuestro juicio, el abordaje debería ser global, desde un contexto terapéutico general, no simples intervenciones puntuales de corte psico-educativo. En este sentido, los centros penitenciarios tienen las características ideales para realizar una acción integral desde dentro de las comunidades terapéuticas intra-penitenciarias. Esta sería, según nuestra opinión, la mejor forma de trabajar los problemas de personalidad y las dificultades en la resolución de conflictos propias de estos agresores, incidiendo en la inadecuada gestión de sus emociones y sus déficits de autoestima. El artículo completo puede encontrarse en la Revista International Journal of Clinical and Health Psychology:Llor-Esteban, B.; García-Jimenez, J.J.; Ruiz-Hernández, J.A. y Godoy-Fernéndez, C. (2016). International Journal of Clinical and Health Psychology, 16 (1), 39-46. | |||||
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