El aumento de los problemas de salud mental en adolescentes y jóvenes hace que ya se hable de crisis incluso en ámbitos académicos. ¿Está justificado el uso del término «crisis»? ¿Qué aportan los estudios al respecto? Para comprender esta cuestión, un artículo publicado en Papeles del Psicólogo nos dirige hacia el análisis de la psiquiatrización social, que se refiere a la cultura terapéutica o diagnóstica que ha ido adquiriendo e incorporando la sociedad en su día a día, y ante la que hemos vivido una popularización creciente.
No hay duda de que, a lo largo de los siglos XX y XXI, se han ido propagando los conceptos relacionados con la salud mental. Los medios de comunicación tradicionales y las actuales redes sociales han contribuido a llevar la atención hacia este campo, a veces de forma espontánea y otras como parte de campañas de sensibilización, sobre todo, tras la pandemia de COVID-19. ¿Cómo ha influido esto en la percepción personal del malestar psicológico? ¿Es esto positivo o conlleva también aspectos negativos?
Fuente: pexels. Foto: Firmbee.com. Fecha: 03/02/2025
Los estudios respaldan una tendencia ascendente a informar de problemas de salud mental
Las investigaciones avalan la propensión creciente de la población entre diez y veinticinco años a informar de síntomas de ansiedad, tristeza, estrés psicológico, estados depresivos, malestares psicosomáticos… En los países de altos ingresos esta tendencia se refiere a problemas de salud mental internalizados, es decir, a comportamientos y alteraciones emocionales que se expresan hacia adentro y dañan a quien los padece (por ejemplo, ansiedad). En otros lugares, como Latinoamérica, también hay un aumento de los problemas externalizados, que se expresan con conductas que dañan el entorno o a otros (por ejemplo, conductas antisociales).
Con relación a los primeros, los problemas internalizados, se han barajado varias hipótesis explicativas, que se pueden agrupar en dos bloques: a) cambios en las condiciones macroeconómicas, adelanto en el inicio de la pubertad y creciente y temprana inmersión en las tecnologías digitales; b) mayor disposición de los y las adolescentes a identificar y a expresar síntomas de salud mental (el término “adolescente” se usa en este artículo para la población entre diez y veinticinco años).
El riesgo de etiquetar como trastorno todo malestar subjetivo
Esta psicopatologización puede provenir de quien padece el malestar, así como de su entorno cercano e incluso profesional. Por supuesto, abrirse a la posibilidad de padecer un trastorno puede ser positivo: lo es si facilita la detección temprana y el acceso a tratamientos pertinentes. Sin embargo, es negativo si se cae en un sobrediagnóstico, que acaba conduciendo a tratamientos indebidos o iatrogénicos (es decir, que causan daños por los efectos secundarios: por la medicación, por la incidencia que tiene un diagnóstico en el autoconcepto…).
No debemos olvidar que “hay reacciones esperables a circunstancias adversas que son propias de la vida y del desarrollo humano”, y no deben tratarse como problemas psicológicos, menos aún si incluyen psicofármacos. Además, los propios criterios que se usan para diagnosticar trastornos mentales son sobreinclusivos; de hecho, “existe evidencia que muchas de las personas que satisfacen los criterios diagnósticos establecidos tienen una evolución positiva en el tiempo sin ningún tratamiento”. Y esto arroja dudas sobre cómo interpretar los datos sobre los crecientes problemas entre adolescentes: ¿está la concienciación en salud mental provocando una inflación de la prevalencia?
La forma en que se etiqueta el malestar influye en cómo se manifiesta
A diferencia del modelo médico tradicional, muchos paradigmas psicológicos entienden que los problemas de salud mental son objetos interactivos; es decir, que en su misma configuración y expresión influye la manera en la que se conceptualizaron, algo influido, a su vez, por las prácticas sociales, etc. Es decir, la forma en cómo entendemos y categorizamos nuestros síntomas puede intensificarlos o estabilizarlos. A este fenómeno se lo denominó “efecto Charcot”, aludiendo a cómo este célebre neurólogo, de algún modo, enseñaba a sus pacientes a presentar sus crisis histéricas”.
En este sentido, “aumentar el etiquetado de los malestares como problemas de salud mental puede estar generando incrementos ‘efectivos’ de estos problemas al incidir sobre el autoconcepto y el comportamiento de un individuo”; también por cómo nos etiquetan los demás, a modo de profecías autocumplidas: podría llevar a los y las adolescentes a que su sufrimiento y dificultades tomen la forma patológica que se espera socialmente. Las redes sociales en las que lo jóvenes están inmersos son un lugar donde abundan los estereotipos de etiquetas diagnósticas.
Los datos sobre mayor demanda de atención sanitaria no son inequívocos de que hayan aumentado los problemas
El incremento de la demanda de atenciones de adolescentes en salud mental puede haberse incrementado, pero esto podría explicarse por los procesos de psiquiatrización social: “transformaciones en los criterios y prácticas diagnósticas, en el acceso a servicios de salud mental, en las políticas asistenciales, en las prácticas de detección de problemas, en las disposiciones a buscar atención especializada, en las sensibilidades subjetivas, e, incluso, a cambios en las prácticas de registro de estos fenómenos”. ¿Hay, por tanto, una crisis en la población adolescente? La investigación concluye que responder afirmativamente parece, pues, un poco reduccionista.
En cualquier caso, sí se ve obvio que hay niveles importantes de malestar subjetivo y de sufrimiento en esta población y, aunque no se pueda determinar si es mayor o menor que en otras épocas, está muy presente y, por ello, debe ser estudiado y atendido con esmero.
El malestar adolescente es una realidad, pero psicopatologizar no es la solución
No hay duda de que las transformaciones sociales también ejercen un impacto en los adolescentes: multiplicidad de opciones, virtualización de la vida (que implica vínculos sociales debilitados, soledad…); todo esto podría incrementando las experiencias de desarraigo existencial que puede traer el desasosiego y angustia. Ahora bien, estos malestares no necesariamente son problemas de salud mental y, menos aún, trastornos mentales, “aun cuando satisfagan los criterios diagnósticos al uso”.
La psicopatologización del malestar tiene implicaciones arriesgadas, tanto a nivel social y de políticas de salud mental como a nivel individual. Por ejemplo, en lo social y político podría llevar nuestra atención hacia el aumento de servicios clínicos y detección temprana y, paralelamente, relegar o desplazar los factores socioculturales que, quizá, sean los que están detrás de ese malestar. “Ese escenario refuerza el proceso de psiquiatrización social, en un ciclo de retroalimentación permanente”.
También se pone el foco en los comportamientos internalizados de la adolescencia, donde se observa el incremento de problemas, quizá oscureciendo los comportamientos externalizados, que ocurren en otras regiones del mundo y en los sectores sociales más desfavorecidos. Y, si los servicios de salud mental acogen formas más leves de malestar, quizá no puedan atender detenidamente a quienes presentan problemas más severos y limitantes.
¿Qué alternativas hay?
Hasta el momento, “no hay indicadores de que la masificación del acceso a servicios a salud mental esté mejorando la salud mental colectiva”. Quizá sea el momento de ir más allá de la psiquiatrización social y probar algunas alternativas, puesto que la propia psiquiatrización social es un elemento más del malestar adolescente. Los autores y las autoras terminan el artículo con las siguientes propuestas:
- Cuestionar el uso las redes sociales y el acceso temprano a ellas.
- Promover iniciativas para la integración activa de los adolescentes en el mundo social y natural “no virtual”.
Si quieres consultar el artículo puedes pinchar aquí o acceder desde la revista:
Cova, F., Grandón, P., Nazar, G., Hernández, C. R., & Sepúlveda, G. L. (2025). Psychologist Papers. Papeles del Psicólogo, 46(1), 33-40.