Recomendaciones prácticas para la intervención en crisis suicidas
10 Jun 2024

A las personas en riesgo suicida, les cuesta admitir ante los demás que están pensando en el suicidio por vergüenza y culpa, y cuando lo hacen, a menudo es de manera vacilante, minimizando la seriedad de sus pensamientos, lo que “puede ser peligroso por confundir al sanitario y concluir que no existe riesgo real”. La idea errónea de que ‘quien quiere suicidarse, no lo dice’, lleva a no prestar atención, ni tomar en serio las expresiones de ideas o propósitos suicidas que alguien hace, con el riesgo que ello implica.

Así lo afirma una guía publicada por el Departamento de Salud del País Vasco y elaborada por expertos y expertas en la materia (entre ellos, psicólogos y psicólogas), una herramienta práctica para todos y todas las profesionales que desempeñan su labor en el ámbito de las emergencias y las urgencias, especialmente, quienes trabajan en el área de la intervención psicológica en Emergencias y Catástrofes.

intervención en crisis suicidas
Fuente: freepik. Foto: freepik. Fecha: 02/01/23
Sentirse escuchado alivia la angustia, la sensación de soledad y facilita la petición de ayuda

La guía comienza realizando una conceptualización del suicidio, y rebatiendo los mitos más extendidos en la sociedad en torno al mismo y que dificultan la prevención, tales como “Quien amenaza con suicidarse, no lo hace”, “Quien quiere suicidarse, no lo dice”, “todas Las personas que se suicidan tienen un trastorno mental”, “El suicidio no se puede prevenir” o “Hablar de suicidio con alguien en riesgo le incita a hacerlo”.

A este respecto, sus autores señalan que la mayoría de las personas que se quitan la vida han expresado su deseo de alguna forma, siendo esto en realidad expresiones de ayuda, de modo que considerar estas manifestaciones como amenazas, chantajes o manipulaciones, supone despreciar e ignorar el riesgo.

Asimismo, para dar cuenta de lo anterior, recogen los siguientes datos de la Sociedad Española de Suicidología (III Congreso Sociedad Española de Suicidología, Madrid. 2019): el 18% de las personas que se suicidaron habían consultado a su médico de atención primaria el mismo día que se suicidaron; el 66% lo había hecho durante el último mes; el 75% en los tres últimos meses y el 60% pidieron ayuda durante la última semana.

Recuerdan también que no toda persona que se suicida presenta un trastorno mental: hasta el 50% de la población no clínica llega a desarrollar ideas suicidas a lo largo de su vida y un 20% de los anteriores, incluso identificarán el método para llevarlo a cabo.

De igual modo, el documento señala que “toda persona que se suicida tiene niveles de sufrimiento insoportables”, y hablar sobre el suicidio con una persona en riesgo, en lugar de incitar, reduce el peligro de cometerlo. En este sentido, sentirse escuchado/a, alivia la angustia, la sensación de soledad, y facilita la petición de ayuda.

El suicidio sí es prevenible

Con respecto a su prevención, la guía advierte de que asumir como cierta la idea de que no puede prevenirse “lleva a no hacer nada por intentar evitarlo”. A este respecto, expone la secuencia que sí se puede cortar en la mayoría de ocasiones y que va desde las ideas sobre la muerte, pasando por el deseo suicida, la ideación suicida, la expresión suicida, hasta las amenazas suicidas, el plan suicida, el intento de suicidio y el suicidio.

Por otro lado, el documento distingue también entre factores de riesgo y precipitantes, siendo los primeros aquellos que hacen referencia a condiciones estables y los segundos a situaciones “sobrevenidas” y menos estables en el tiempo. En muchos casos, “el factor precipitante sólo es el hecho más visible de una situación con diferentes causas, que la persona vive como insostenibles, y que le precipitan a tomar una decisión errónea”.

Factores como ser mayor de 45 años, sexo masculino, tendencia a la irritación, la ira o la violencia, rechazo de ayuda, tratamiento en salud mental previo, pérdida o separación reciente, desempleo o jubilación, estado civil soltera/o, viudo/a o divorciado/a, depresión, pérdida de salud física, y conducta suicida previa, son algunos de los principales factores de riesgo que pueden inducir al suicidio, destacando los intentos previos de suicidio como uno de los que predice con más fidelidad la posibilidad de que llegue a consumarlo, por lo que conocer si existen intentos previos, “puede ser determinante para la valoración del riesgo”.

La guía incluye recomendaciones prácticas para la intervención

De forma específica, el documento subraya que en población infanto-juvenil las ideas y conductas suicidas “son más frecuentes en personas del colectivo LGTBQ+, sobre todo en bisexuales (x4) y transexuales (x6)”, por múltiples motivos como, la discordancia entre el sexo sentido y el asignado al nacer como fuente de sufrimiento y hostilidad hacia uno/a mismo/a; el estrés de las minorías, el rechazo y falta de apoyo social y de espacios de afirmación; las agresiones físicas y/o psicológicas y la discriminación o bullying y el rechazo religioso, entre otras.

En relación con los factores precipitantes, la guía destaca la existencia de eventos o situaciones que pueden provocar un estrés intenso en un determinado momento de una persona, y precipitar un acto suicida. Según indica, algunos son comunes en los distintos grupos de edad, y otros son específicos en una etapa de la vida. A este respecto, expone los principales factores precipitantes que pueden aparecer en la adolescencia, en la edad adulta y en personas mayores.

La guía incluye recomendaciones orientadas a la intervención en conducta suicida, destacando la importancia de las habilidades de comunicación, esto es, “un conjunto de claves verbales (alternativas a la confrontación, el consuelo o la distracción), para facilitar el acercamiento y conexión con la persona en riesgo suicida durante la negociación, para evitar el desenlace fatal”.

Claves como validar el sufrimiento, normalizar la idea suicida (es decir, eliminar la percepción errónea que tiene la persona en riesgo suicida de la situación que está viviendo, como infrecuente, irresoluble…), facilitar el desahogo y la verbalización de sentimientos, aplazar la decisión, sembrar la ambivalencia y encontrar puntos de anclaje, se exponen en detalle en este documento,

Incorpora también protocolos de actuación para la atención telefónica, la presencial y la atención inmediata a supervivientes y familiares tras un suicidio

El documento incorpora pautas para la evaluación de las emociones predominantes (miedo, enfado o tristeza) y actuaciones ajustadas a las mismas y un decálogo de intervención.

En la misma línea, incluye una serie de apartados de carácter práctico, con protocolos de actuación para la atención telefónica (orientaciones para averiguar la ubicación real o estimada de la víctima, la persona alertante, la vía de alerta, los datos de identificación de la víctima, qué refiere, u otros datos adicionales, etc., junto con un árbol de toma de decisiones, y el modo de proceder ante una llamada por incidente de conducta autolesiva), así como para la atención presencial (con acciones a llevar a cabo ante una persona en crisis, en función del estado de desarrollo de la conducta suicida en la que se encuentre, y detallando la aproximación y el abordaje ante una ideación suicida y ante un suicidio en curso) y para la atención inmediata a supervivientes, familiares o testigos tras un suicidio consumado.

Con relación a esto último, aborda la comunicación del fallecimiento, cómo comunicarlo (tanto a adultos como a menores), dónde, quién lo hace y qué comunicar, con orientaciones sobre qué hacer y qué no hacer, así como algunos ejemplos de frases que pueden servir como herramienta a la hora de enfrentarse a este tipo de situaciones.

Recuerda la importancia del autocuidado y la autoprotección psicológica del/la profesional de emergencias

Partiendo de la afirmación de que una de las experiencias más difíciles que afrontan los y las profesionales, es aquella donde ya no pueden prestar atención sanitaria o de rescate, “y la intervención se reduce a certificar el fallecimiento, la recogida de cadáveres, o la custodia del mismo hasta su levantamiento judicial”, la guía incorpora un apartado dedicado al autocuidado del/de la profesional de emergencias, recogiendo un listado de sucesos que pueden impactar en la salud mental de estos y estas profesionales (relacionados con la intervención en crisis suicidas), y pautas para que el/la profesional reconozca cuando necesita atención especializada y debe solicitarla, así como consejos de autoprotección psicológica para intervinientes.

Se puede acceder al documento desde el catálogo de la Biblioteca General del Gobierno Vasco o bien directamente aquí:

Guía práctica para la intervención en crisis suicidas

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