La conducta suicida se encuentra entre las principales causas de muerte entre adolescentes a nivel mundial, por tanto se trata de un fenómeno con la suficiente importancia como para plantear estrategias de prevención e intervención, que impliquen diversos ámbitos, tales como, el familiar, el educativo, el social o el sanitario, entre otros.
Así lo afirma una guía publicada por la Consejería de Salud del Principado de Asturias, en el marco de la Estrategia de Bienestar Emocional que desarrolla la Dirección General de Salud Pública, a través de la cual se ofrece información práctica basada en la evidencia científica para identificar y prevenir el suicidio desde el contexto educativo, así como pautas para actuar ante estas conductas.
En su elaboración, han participado las consejerías de Educación y Derechos Sociales de Asturias, junto con la Unidad de Coordinación de Salud Mental y el Sespa, y la Universidad de Oviedo y el Colegio Oficial de Psicólogos del Principado, estos últimos, de la mano de Susana Al-Halabí, doctora en Psicología y experta en suicidio.
Tal y como recoge el documento, la conducta suicida es un fenómeno complejo, multidimensional y multifactorial y constituye un problema de salud pública de primer orden, que todavía se encuentra rodeado de estigma y numerosos tabús, lo que supone una barrera para su prevención (Al-Halabí y Fonseca-Pedrero, 2021). A este respecto, es relevante impulsar el desarrollo de herramientas específicas que puedan contribuir a su prevención y respuesta, siendo preciso un abordaje integral e intersectorial que pueda englobarse dentro de una Estrategia más amplia en la que debe encontrarse implicada toda la sociedad.
El suicidio es prevenible
Concretamente, el abordaje de la conducta suicida durante la adolescencia es fundamental, dado el aumento registrado en los últimos años de conductas suicidas en población infanto-juvenil -cada vez a edades más tempranas-, la evidencia de que “los pensamientos de suicidio y las conductas auto lesivas son predictores bien establecidos de nuevos intentos de suicido en el futuro y de problemas para el desarrollo social y emocional del joven”, así como la existencia de numerosos factores y conductas de riesgo que se relacionan con este grave problema (acoso escolar, prácticas sexuales de riesgo, delincuencia, abuso de sustancias, auto-agresiones, falta de actividad física, hábitos alimentarios inadecuadas, violencia familiar, etc.).
No obstante, como bien afirman los expertos, cabe tener en cuenta que el suicidio es prevenible. Asimismo, al igual que en todas las conductas problemáticas de la adolescencia, tanto la familia como la intervención en los contextos educativos son clave. A este respecto, la OMS señala la importancia de implementar programas de prevención escolar, formación del personal educativo en la identificación de alumnos en riesgo, iniciativas para garantizar un entorno escolar seguro (como los programas contra el acoso escolar), reforzar los vínculos entre el centro educativo y los servicios de apoyo, o mejorar la concienciación de los padres sobre la salud mental de sus hijos, entre otras muchas acciones.
Es fundamental la promoción del bienestar en el contexto educativo
En línea con las recomendaciones de la OMS y de los expertos en el ámbito, esta guía pretende poner a disposición de la comunidad educativa información fiable sobre la conducta suicida en la infancia y la adolescencia, promoviendo mecanismos de protección y promoción del bienestar emocional así como orientaciones de actuación, adaptadas y personalizadas a cada centro.
Para tal fin, a lo largo de sus páginas recoge y rebate los distintos mitos y falsas creencias relacionadas con la conducta suicida (y que “suponen una traba muy importante en la prevención de la misma”), con el fin de fomentar la cultura de desmitificación; da a conocer los diferentes factores de riesgo y de protección (personales, familiares, sociales y del entorno educativo), así como los factores potencialmente desencadenantes (comunes a todas las edades y específicos de la infancia y la adolescencia).
En la misma línea, brinda una serie de recursos y técnicas para promover el bienestar psicológico desde la comunidad educativa e implicar a la comunidad educativa en el desarrollo de actuaciones dirigidas hacia la prevención de la conducta suicida y la detección precoz del riesgo (por ej., crear espacios de confianza, establecer una cultura de la desmitificación, formar a los docentes en aspectos clave de la conducta suicida, etc.); enumera las distintas señales de alarma verbales y no verbales que pueden aparecer, explicando cómo identificarlas y contribuir a su adecuado manejo, y definiendo el modo de actuar junto con los circuitos y planes de actuación ante las distintas señales de alarma.
La guía define también el concepto de posvención y aporta estrategias de apoyo durante el mismo.
Los beneficios de incorporar psicólogos educativos en el contexto escolar
Dado lo expuesto en la guía y teniendo en cuenta que el centro educativo -después del ámbito familiar-, es el contexto donde niños, niñas y adolescentes pasan gran parte de su tiempo, son muchos los expertos que subrayan la eficacia de integrar los servicios psicológicos en los centros escolares, de cara a intervenir de la forma más temprana posible y promover eficazmente la resiliencia y el bienestar.
A este respecto, es clave la incorporación de psicólogos/as educativos/as (como figura específica integrada en la comunidad escolar y desde el mismo centro educativo), al ser los/as profesionales capacitados/as para garantizar la salud mental y cognitiva y el bienestar del alumnado, facilitar la detección e intervención temprana de los problemas psicológicos, así como estimular el rol de las familias en la educación de sus hijos/as y apoyar al centro educativo en general.
Se puede acceder al documento directamente aquí: