La evidencia pone de relieve que el coste de fomentar la resiliencia y la intervención temprana en niños y niñas en edad escolar que experimentan problemas de salud mental, conductuales o de desarrollo neurológico, es significativamente menor que el coste que supone tratar estos problemas en la adolescencia y la edad adulta. Así lo afirma la Sociedad Australiana de Psicología (APS-Australian Psychological Society) en un documento de posicionamiento, a través del cual recoge una serie de recomendaciones clave basadas en la evidencia psicológica sobre la inversión en salud mental infanto-juvenil y la importancia de implementar enfoques escolares integrales para la intervención temprana y la promoción y prevención de la salud mental universal, destacando el rol fundamental que desempeñan en este contexto los psicólogos educativos. En su texto, la Sociedad advierte de que, cada año, aproximadamente uno de cada cinco niños y niñas australianos/as comienza la escuela mostrando signos de estrés psicológico y social, siendo esperable que, en un período de 12 meses, uno de cada siete o alrededor de 670.000 de los 4 millones de menores escolarizados/as, experimenten uno o más trastornos mentales, conductuales o del neurodesarrollo. |
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Tal y como manifiesta, existe amplia evidencia sobre los impactos negativos que estos niveles alarmantes de estrés psicológico y social, problemas de salud mental y trastornos del comportamiento o del neurodesarrollo pueden tener en los y las jóvenes. De hecho, afirma, la ansiedad, la depresión y los trastornos de conducta constituyen, después del asma, las principales causas de la carga de enfermedad en niños y niñas australianos/as de 5 a 14 años, siendo el suicidio y las lesiones autoinfligidas, seguidas de la ansiedad y la depresión, la principal causa de carga de enfermedad, en jóvenes de 15 a 24 años. Más allá de las consideraciones sobre la carga de la enfermedad, los niños en edad escolar con problemas de salud mental experimentan dificultades en otras áreas del desarrollo, como el funcionamiento psicológico y social (p. ej., problemas de regulación emocional y de relaciones sociales) y tienen más probabilidades de presentar problemas académicos, como absentismo escolar y dificultades de aprendizaje. La APS destaca cómo los efectos de la pandemia de la COVID-19 (cierre de escuelas, el aislamiento social, la soledad…), y la tensión económica para las familias y las comunidades, han afectado aún más y de forma alarmante, a la salud mental y el bienestar de los niños y niñas en edad escolar. Concretamente, los y las menores cuyo deterioro en salud mental fue más significativo durante la pandemia, pertenecen a muchos de los mismos grupos que ya tenían un mayor riesgo de experimentar problemas de salud mental antes de la aparición de la COVID-19 (a saber, niños/as de diversos orígenes culturales, niños/as con enfermedades crónicas, con discapacidad, jóvenes LGBTQI+ y niños/as cuyos padres ya experimentan altos niveles de angustia psicológica o problemas de salud mental). De acuerdo con diversas investigaciones, los trastornos mentales, conductuales y del neurodesarrollo en niños/as y jóvenes pueden provocar una cascada de problemas en el desarrollo. Así, los síntomas de problemas de salud mental pueden socavar la participación escolar, el aprendizaje y las relaciones, lo que a su vez afecta el ajuste social y el rendimiento académico. Los efectos negativos en espiral de las dificultades sociales y educativas exacerban aún más la angustia mental. En la misma línea, existe una clara evidencia de que la angustia psicológica en la infancia a menudo continúa en la edad adulta: se estima que cerca de la mitad de los trastornos de salud mental en adultos comienzan antes de los 14 años de edad. De igual modo, la mitad de los niños, niñas y adolescentes que «superan» su diagnóstico cuando llegan a la edad adulta tienen más probabilidades que aquellos/as sin antecedentes de problemas de salud mental, de experimentar dificultades funcionales significativas relacionadas con el trabajo, la salud, las relaciones y los delitos. También existen fuertes vínculos entre la mala salud mental de jóvenes y adultos/as y la acumulación de riesgos asociados con las experiencias adversas en la infancia, tales como, el maltrato infantil, el uso de drogas, la violencia en el hogar, o los problemas familiares (por ej., separación de los padres, la enfermedad o la muerte de un familiar, pobreza y problemas socioeconómicos, etc.). A pesar de lo expuesto y del incremento en la demanda de atención psicológica, la Sociedad lamenta la escasez crítica de servicios de salud mental adecuados para niños, niñas y jóvenes en Australia -especialmente en zonas rurales-, lo que les impide el acceso al apoyo que tanto necesitan para manejar el estrés psicológico y social y los trastornos mentales, conductuales o neurológicos. La APS destaca también el impacto del paulatino incremento en la demanda de ayuda por problemas de salud mental desde la pandemia (principalmente, en los períodos de confinamiento), sobre las listas de espera para atención psicológica, que se han extendido hasta los 6-12 meses. Como bien manifiesta en su documento, invertir en salud mental infanto-juvenil y proteger la experiencia educativa de los y las menores tiene claros beneficios sociales y económicos. Se estima que el coste de la mala salud mental para la economía es de $600 millones al día, o $220 mil millones cada año; sin embargo, la evidencia pone de relieve que el coste de fomentar la resiliencia y la intervención temprana en niños y niñas en edad escolar que experimentan problemas mentales, conductuales o de desarrollo neurológico, es significativamente menor que el coste que supone tratar estos problemas en la adolescencia y la edad adulta. Algunos estudios realizados en este sentido muestran que invertir en la intervención temprana en salud mental y en el bienestar de los y las menores, genera un retorno de la inversión de entre $1 y $10,50 por cada dólar gastado. Teniendo en cuenta que la salud mental y el bienestar comienzan en la infancia, y que los niños, niñas y jóvenes con buena salud mental tienen más probabilidades de ser resilientes frente a los desafíos y realizar su potencial, vivir una vida plena y convertirse en miembros productivos de la sociedad, la Sociedad Australiana de Psicología hace una llamamiento a invertir en la salud mental y el bienestar de los y las menores en edad escolar, mediante la implementación en todos los centros escolares de un enfoque integral basado en la evidencia para la promoción y prevención universal de la salud mental y la intervención temprana de los problemas en este ámbito de la salud, que esté dirigido por un personal de Psicología altamente formado y cualificado. A continuación, recogemos estas recomendaciones desglosadas en el documento de posicionamiento:
Si bien estas recomendaciones se enmarcan en el contexto australiano, pueden extrapolarse a otros países como España. De hecho, en los últimos años, el Consejo General de la Psicología ha venido planteando la necesaria incorporación de la figura del/de la psicólogo/a educativo/a en los centros escolares (sin menoscabo de otros profesionales), como profesional cualificado/a para dar respuesta a los problemas de índole psicológica que pueden surgir en la comunidad educativa, una figura que, en los últimos tiempos, resulta más que esencial dentro del sistema educativo. Se puede acceder al documento desde la página Web de la APS o bien directamente aquí: |
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