La OECD analiza el impacto del COVID persistente en el bienestar psicológico, social y económico
19 Jul 2024

El impacto del COVID persistente en el bienestar y la calidad de vida implica una carga de morbilidad grave y el consiguiente efecto negativo sobre los años de vida ajustados por calidad, afectando también a la participación del personal laboral en el trabajo y en los costes de atención para el Sistema Sanitario. Incluso excluyendo los costes directos de la atención sanitaria, se estima que probablemente esté costando a los países de la OCDE entre 864 mil millones de dólares y 1,04 billones de dólares al año, debido a reducciones en la calidad de vida y la participación en la vida laboral.

Esta es una de las preocupantes conclusiones recogidas por la OECD (Organisation for Economic Co-operation and Development-Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), en un informe a través del cual analiza la carga del COVID persistente (también denominado Long COVID) en los diferentes países, así como sus implicaciones para la salud de las personas y el impacto en la productividad y el personal laboral, identificando, a su vez, prioridades para mejorar la atención de las personas que conviven con este grave problema.

Tal y como señalan los autores del informe, más de cuatro años después de la pandemia, sigue habiendo un escaso conocimiento en torno a la COVID persistente, y una falta de consenso en torno a su definición y etiología específicas, lo que plantea, con frecuencia, una barrera para el diagnóstico, el tratamiento y la atención eficaces de quienes viven con esta afección.

Fuente: freepik. Foto: freepik. Fecha: 18/07/24

Aunque se prevé que las definiciones evolucionen a medida que se disponga de más evidencia sobre la COVID prolongada, la OECD considera necesario un consenso sobre una definición basada en la evidencia, para informar el desarrollo de vías clínicas, sistemas de vigilancia (incluida la codificación) e investigaciones comparables.

A este respecto, en octubre de 2021, la OMS publicó una definición de caso clínico de Long COVID, también conocida como condición post-COVID, reconociendo la amplia variación en el período de aparición de los síntomas, la extensa gama de signos y síntomas presentados por los/as pacientes y la posibilidad de que los síntomas fluctúen a lo largo del curso de la afección. Posteriormente, se desarrolló una definición específica para aplicarla a niños, niñas y adolescentes, reflejando así las diferentes necesidades de esta población.

Se estima que, entre el 10% y el 30% de los/as pacientes con COVID-19 presentan síntomas persistentes 12 semanas después de contraer la infección

Según la OMS, la COVID persistente se definiría como “un conjunto de signos y síntomas que generalmente se presentan dentro de los tres meses posteriores a la infección por SARS-CoV-2 y duran al menos dos meses, en ausencia de un diagnóstico alternativo”.

Por su parte, el Instituto Nacional para la Excelencia y Atención (NICE) de Reino Unido la clasifica el virus: COVID-19 sintomático continuo (cuando los síntomas duran de cuatro a 12 semanas); síndrome post COVID-19 (los signos y síntomas duran más de 12 semanas); y COVID prolongado (los síntomas persisten durante más de cuatro semanas, incluido tanto el COVID-19 sintomático continuo como el síndrome post-COVID-19.

Entre los países de la OCDE, al menos 33 países, entre ellos España, han desarrollado una definición que caracteriza la COVID persistente, adoptando, la mayoría de ellos, las definiciones de la OMS o NICE o estando en consonancia con ellas. En función del tiempo transcurrido desde la infección de la COVID-19, distinguen entre: fase aguda (los síntomas continúan o se desarrollan más de cuatro semanas después de una infección), en curso (infección en los síntomas que se desarrollan o continúan entre cuatro y 12 semanas después de la infección) y a más largo plazo (síntomas que surgen o persisten tres meses después de una infección inicial).

La falta de acuerdo sobre la definición de COVID persistente, la escasez de estimaciones nacionales y el uso de diferentes enfoques de investigación para estudiarlo, dificultan el poder establecer con precisión su prevalencia. Las estimaciones de prevalencia de la literatura publicada varían ampliamente, variando del 7% al 42% en pacientes no hospitalizados y del 3% a más de la mitad en el caso de los pacientes hospitalizados.

Si bien es difícil establecer una estimación precisa de la prevalencia, varios investigadores sugieren que, según la evidencia disponible, se podría esperar que aproximadamente entre el 10% y el 30% de los pacientes con COVID-19 muestren síntomas prolongados 12 semanas después del inicio de la infección

Utilizando el 10% y el 30% como estimación del posible rango de prevalencia de COVID persistente y los datos de la OMS sobre casos confirmados de COVID 19 por país, se estima que, entre 39 y 117 millones de personas en los países de la OCDE pueden haber experimentado o vivir actualmente con esta afección.

¿Cuáles son los síntomas del COVID persistente?

En general, los signos y síntomas más frecuentes reportados en la literatura se pueden clasificar según el órgano o sistema afectado, entre ellos:

  • Neurológicos: deterioro cognitivo y de la memoria, por ejemplo, confusión mental; falta de concentración, confusión, aturdimiento; trastornos del sueño; pérdida del gusto; anosmia; dolor de cabeza; disfunción del sistema nervioso autónomo, por ejemplo, entumecimiento de los dedos, intolerancia al calor o al frío, aumento de la sensibilidad al sonido y la luz;
  • Gastrointestinales: Diarrea, estreñimiento, vómitos, dolor abdominal;
  • Cardiovasculares: dolor torácico, palpitaciones, taquicardia postural, hipotensión ortostática;
  • Respiratorios y ORL: Disnea, tos, producción de esputo, rinitis, dolor de garganta, sibilancias, voz ronca;
  • Musculoesqueléticos: artralgia, mialgia, malestar post esfuerzo, debilidad muscular;
  • Otros signos y síntomas: Fiebre, deterioro funcional, angustia, fatiga o agotamiento, anorexia, mareos, ansiedad y depresión.

La OECD advierte de que muchas personas que viven con COVID prolongado tendrán consecuencias para la salud física y mental que persistirán mucho más allá de las doce semanas y generarán mayores demandas de atención sanitaria”.

Las personas que viven esta afección revelan que la fatiga persistente y duradera es un síntoma clave de la misma y un importante obstáculo para regresar a sus niveles anteriores de actividad. Los investigadores han encontrado evidencia de síntomas cognitivos persistentes, que incluyen “confusión mental”, problemas de memoria, dificultad para concentrarse y dificultades para dormir, en una proporción significativa de personas (entre una sexta parte y más de un tercio de las personas reportan estos síntomas, durante más de 12 semanas después de una infección por COVID-19). Concretamente, en España, los pacientes informan de una mayor incidencia de confusión y pérdida de memoria 12 meses después del alta hospitalaria.

Los síntomas persistentes de la COVID, como fatiga, confusión mental, problemas cardiovasculares o neurológicos, así como la angustia psicológica de vivir con una condición de salud prolongada y poco clara, impactan también en la salud mental de los y las pacientes, llegando a desarrollar síntomas de ansiedad y depresión.

La COVID persistente puede estar provocando una reducción anual de más de siete millones de años de vida ajustados por calidad

Los síntomas duraderos de la COVID persistente afectan a la capacidad de las personas para regresar a sus actividades diarias y su calidad de vida, presentando limitaciones físicas y dolor, reducciones en las actividades normales, aumentos de la ansiedad, problemas de salud mental y reducción de energía.

Suponiendo que el 10% de la población con COVID-19 desarrollará COVID persistente, la OCDE prevé que, en todos sus países, podrían perderse anualmente más de 7,2 millones de AVAC (años de vida ajustados por calidad), debido a las reducciones en la calidad de vida asociadas con esta afección.

Partiendo del supuesto de que el valor de la buena salud equivale a 100.000 dólares, esto implicaría un coste de casi 723.000 millones de dólares al año en los países de la OCDE, atribuible únicamente a la larga pérdida de AVAC asociada a la COVID.

Síntomas como fatiga, deterioro cognitivo y depresión o ansiedad, pueden afectar al rendimiento laboral

Los síntomas prolongados de COVID, como fatiga, deterioro cognitivo (niebla mental) y depresión o ansiedad, pueden afectar a la capacidad para trabajar y han provocado jornadas laborales reducidas, problemas de rendimiento, largas bajas por enfermedad y absentismo laboral, aumentando la susceptibilidad de los y las pacientes a la pérdida del empleo, “con sus implicaciones concomitantes para la salud y el bienestar, tanto individuales como de la población”.

Cada vez hay más evidencia de la elevada proporción de personas que contraen COVID-19 y que no pueden volver a trabajar tras experimentar sus síntomas a largo plazo. A este respecto, en España, según datos de la Asociación Española de Especialistas en Medicina del Trabajo (2021), alrededor del 10% de las bajas laborales debidas a la infección por COVID-19 duraron más de tres meses, mientras que en torno a un 2% se extendieron a más de seis meses.

Las investigaciones también indican que, incluso cuando las personas pueden volver a trabajar, la COVID persistente afecta a su capacidad para regresar a tiempo completo y participar plenamente en su trabajo, especialmente, entre aquellas que fueron hospitalizadas durante su infección.

Los costes de la COVID persistente podrían ascender a entre 864.000 millones de dólares y 1,04 billones de dólares

La OECD se muestra tajante al destacar los “impactos financieros devastadores” que pueden tener la discapacidad o limitaciones funcionales que experimentan los y las pacientes con COVID prolongado. Dejar de trabajar o verse obligados a regresar en un horario reducido debido a los síntomas persistentes puede provocar tensiones económicas y una mala salud mental, afectando a su bienestar.

El informe alerta de que “los costes económicos y de bienestar social derivados de la COVID persistente son dramáticos”. Incluso excluyendo los costes directos de la atención médica, el COVID prolongado probablemente esté costando a los países de la OCDE entre 864 mil millones de dólares y 1,04 billones de dólares al año debido a reducciones en la calidad de vida y la participación del personal laboral en el trabajo. Las limitaciones en las actividades que experimentan estos/as pacientes durante mucho tiempo, incluido el abandono de los estudios o la reducción de su participación en el ámbito laboral, así como los costes directos de atención médica, pueden tener implicaciones dramáticas en su bienestar financiero. Los costes para los sistemas de salud y protección social también pueden aumentar con el tiempo.

En relación con la posible magnitud del coste de la COVID persistente, tanto en términos de años de vida ajustados por calidad y su valor, como en términos de implicaciones para el mercado laboral, la OECD estima que podría haber una reducción de hasta el 0,5% y el ​​1,2% de participación en el personal laboral en promedio en los países de la OCDE, el equivalente a entre 2,7 millones y 6,1 millones de trabajadores a tiempo completo.

Los costes económicos de esta reducción en la participación de la vida laboral en términos de pérdida salarial, ascenderían a un total de entre 141 y 317 mil millones de dólares por año.

El COVID persistente puede exacerbar aún más las desigualdades

Está bien documentado el impacto de la COVID-19 en las desigualdades socioeconómicas y demográficas preexistentes antes de la pandemia. La evidencia de algunos países sugiere que ciertos grupos –incluidas las poblaciones con menor nivel educativo y aquellos que viven en áreas más desfavorecidas– pueden estar en riesgo de desarrollar COVID prolongado, más problemas de salud mental, dificultades de acceso a la atención sanitaria e incluso mayor riesgo de mortalidad (según datos de la OCDE, el riesgo de mortalidad por COVID-19 es un 80% mayor para las poblaciones más desfavorecidas).

La atención primaria representa el principal punto de contacto para el tratamiento de pacientes con COVID persistente en muchos países

En muchos países, la atención primaria ha desempeñado un papel clave en la ruta de atención de las personas que viven con COVID prolongada, dado que muchos de sus síntomas más comunes no requieren necesariamente tratamiento especializado o hospitalario y, a menudo, pueden abordarse en este primer nivel de atención a la salud.

Sin embargo, la OECD señala que han sido necesarios servicios especializados y clínicas dedicadas a COVID persistente para atender a las personas que viven con síntomas más debilitantes o necesidades complejas. La mayoría de los países -entre ellos, España-, han establecido clínicas especializadas en COVID de larga duración, para brindar la atención especializada, a menudo interdisciplinaria, que necesitan para tratar la compleja gama de síntomas asociados con la afección.

Prioridades para mejorar la atención a las personas que viven con COVID persistente

La OECD considera fundamental contar con una infraestructura mejorada de seguimiento de la COVID, para desarrollar una mejor comprensión del impacto de la COVID a largo plazo, ayudando así en la gestión clínica y a orientar las políticas.

Teniendo en cuenta que esta no es la primera afección crónica que enfrentan los países, es crucial que la atención y el apoyo a las personas que viven con la COVID persistente, aproveche “las lecciones aprendidas del desarrollo de sistemas de atención para otras afecciones crónicas”, como por ejemplo, la encefalomielitis miálgica ( también conocida como síndrome de fatiga crónica).

De manera similar, los formuladores de políticas deberían considerar activamente cómo y qué lecciones podrían extraerse de su experiencia en la ampliación de la respuesta a la COVID prolongada para asignar recursos e implementar vías de atención sostenibles para tales condiciones. Para diseñar políticas eficaces y garantizar que la atención esté bien integrada, es esencial la participación del paciente.

Asimismo, los países deben adoptar una respuesta multisectorial a la COVID persistente, teniendo en cuenta sus implicaciones, no solo para la salud sino también para el bienestar más amplio y la participación la vida laboral. Las políticas que ayuden a amortiguar el impacto económico son fundamentales, incluso para evitar que la enfermedad exacerbe aún más las desigualdades.

Se puede acceder al informe completo desde la página Web de la OECD o bien directamente aquí:

The impacts of long COVID across OECD countries

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