El estigma en personas con adicciones a sustancias genera una cadena de efectos negativos, desde la pérdida de vínculos familiares hasta el empeoramiento de la salud física y mental. Las mujeres, en su intento de ajustarse a los roles que se esperan de ellas, pueden llegar a experimentar sentimientos profundos de culpabilidad, especialmente, si pierden la custodia de sus hijos. Al mismo tiempo, sufren una mayor sobremedicación y patologización de sus malestares debido a estereotipos de género.
Así lo advierte la Red de Atención a las Adicciones UNAD (red de ONGs que interviene en el ámbito de las adicciones con y sin sustancia y de los problemas que derivan de ellas), en su guía sobre el estigma en el consumo de drogas, un documento a través del cual pretende sensibilizar a los/as profesionales y a la sociedad en general sobre los efectos nocivos del estigma y cómo afecta al acceso y la mejora en la atención y el acompañamiento.
Tal y como lo define la UNAD, el estigma asociado al consumo de drogas es un fenómeno social que tiene graves repercusiones en la vida de las personas que realizan un uso de estas sustancias. Generalmente vinculado a ideas negativas sobre la moralidad y la responsabilidad personal, la consolidación de este estigma contribuye a generar una sociedad que perpetúa dinámicas de discriminación, marginalización y exclusión social.

Fuente: freepik. Foto: freepik. Fecha: 20/02/24
El documento parte de la premisa de que entender cómo se configura este estigma es esencial para desarrollar estrategias que promuevan una atención de calidad, más respetuosa y equitativa, respetando la dignidad de las personas que usan drogas y que facilite la inclusión social y el tratamiento efectivo.
En este sentido, advierte de que las personas que realizan uso de estas sustancias pueden ser etiquetadas negativamente y tratadas de manera despectiva o discriminatoria debido a su condición de consumo. Este estigma se basa en la percepción generalizada de que “el consumo de drogas es un comportamiento moralmente incorrecto, peligroso o irresponsable, y que puede llevar a la marginalización y exclusión de las personas afectadas”.
Estereotipos como la criminalización del consumo de drogas o la percepción de riesgo para la sociedad y de marginalización, se refuerzan a través de los medios de comunicación, las políticas públicas y, en algunos casos, por profesionales de la salud. Esta visión negativa y simplificada de las personas consumidoras contribuye a su marginación y al refuerzo de un ciclo de exclusión social.
Asimismo, según indica la guía, el estigma no solo es externo, sino que también puede ser interiorizado por las personas consumidoras, un autoestigma que las lleva a asumir los estereotipos y prejuicios sociales como propios, manifestándose en forma de culpa, baja autoestima y falta de expectativas. La idea de que la adicción es un defecto de carácter o una debilidad incurable refuerza este autoestigma, perpetuando la creencia de que “una persona con conducta adictiva lo será de por vida”. Esto limita sus posibilidades de cambio y recuperación, y dificulta significativamente su acceso a la atención que necesita.
De acuerdo con el documento, el estigma relacionado con el uso de drogas se manifiesta de diversas maneras, afectando tanto a nivel individual como colectivo, y clasifica estas manifestaciones en tres grandes categorías (a saber, estigma institucional, estigma social o público, y estigma personal), cada una de las cuales influye negativamente en la vida de las personas que consumen drogas, perpetuando la exclusión, la discriminación y las barreras para la recuperación. Precisamente, una de las primeras consecuencias del estigma es que naturaliza situaciones de desigualdad e injusticia social.
Con el fin de acabar con la asociación entre el consumo de drogas y la marginalidad, la exclusión y la delincuencia, los autores recomiendan evitar el uso de términos peyorativos y estigmatizantes (como zombie, yonki, etc.), y de titulares sensacionalistas que buscan llamar la atención y el clickbait, en lugar de un titular menos llamativo pero más respetuoso. En este sentido, aconsejan utilizar otros términos como: personas con adicciones, personas drogodependientes, personas con conductas adictivas, barrios vulnerables, etc.
Según destacan los autores, el estigma asociado al consumo de drogas “se amplifica cuando se entrelaza con otras formas de discriminación como el racismo, el sexismo o el clasismo, en una lógica interseccional”. Este enfoque, afirman, “permite comprender que las personas consumidoras, en especial aquellas en situación de pobreza o pertenecientes a minorías, no solo enfrentan el rechazo por su adicción, sino que son doblemente castigadas por su género, etnia o condición socioeconómica”.
Los efectos del estigma asociado con el uso de drogas son devastadores, especialmente, cuando se entrecruza con otros factores, como el género. Los autores advierten de que, actualmente, la sociedad sigue viendo a las mujeres con problemas de salud mental o de adicciones “como desviadas de la norma”, asociando su conducta con la ruptura de los roles tradicionales de género, “lo que agrava la discriminación que enfrentan”. En muchos casos, estas mujeres son etiquetadas como ‘irresponsables’, ‘incapaces’ o ‘malas madres’, invisibilizando así sus circunstancias y contribuyendo a su exclusión social. Y este estigma no se limita solo al juicio social, sino que se extiende también a las políticas públicas y los servicios de salud.
Alertan aquí del impacto de la criminalización del consumo de drogas, que impone barreras adicionales, provocando que las mujeres “experimenten violencia institucional o rechazo” en los sistemas de atención, una situación “particularmente grave para aquellas que también viven en pobreza, son parte de minorías o pertenecen a la comunidad trans, agravando su vulnerabilidad”.
Este ‘juicio moral’ provoca que muchas mujeres traten de ocultar su adicción, lo que retrasa su búsqueda de ayuda. Además, la culpa y la vergüenza, reforzadas por el entorno, “crean una autoimagen negativa que puede dificultar su recuperación”. Cuando acuden buscando ayuda, suelen encontrarse con la desconfianza de los/as profesionales de los servicios de atención, lo que incrementa su aislamiento y perpetúa el ciclo de exclusión.
Los autores destacan como el estigma en las mujeres que consumen sustancias genera desigualdad de acceso y permanencia en servicios. En este sentido, el enfoque androcéntrico imperante en los tratamientos para las drogodependencias y para la salud mental “crea una brecha en el acceso de las mujeres a estos servicios”, bajo la lógica de tratar al hombre como “sujeto neutro”, se invisibiliza a las mujeres, impidiendo el desarrollo de intervenciones adaptadas a sus necesidades, y reforzando la idea de que ‘no encajan en el modelo de atención tradicional’.
Dado lo anterior, consideran fundamental que los y las profesionales cuenten con herramientas para detectar posibles sesgos y “para trabajar proactivamente en minimizar el estigma hacia poblaciones más vunerabilizadas”. En la misma línea recogen una serie de recomendaciones dirigidas a los y las profesionales que intervienen con personas que consumen sustancias, entre ellas, las siguientes:
- Llevar a cabo una práctica basada en evidencia rigurosa y actualizada
- Una acción profesional centrada en la persona e informada del trauma: la labor aquí es minimizar las posibilidades de ‘retraumatización’, potenciar la autonomía y mejorar el bienestar físico, emocional y psicológico, tanto individual como colectivo.
- Fomentar el sentimiento de pertenencia y construcción de comunidad: esto ayuda a reducir el estigma, promoviendo, a su vez, una mirada más profunda y comprensiva del uso de drogas y de las personas que las usan, fomentando sentimientos de seguridad, solidaridad y apoyo mutuo.
- Los servicios y las organizaciones deben disponer de recursos suficientes para implementar sus acciones, cuidar de sus profesionales y adecuar sus intervenciones. En este sentido, es necesaria la formación continua de los equipos, dotándoles de las herramientas adecuadas para la mejora de su desempeño, ya que, “las personas usuarias merecen un trato digno y de calidad, libre de prejuicios y discriminación”.
Se puede acceder al documento completo desde la página Web de la UNAD o bien directamente aquí:
Rovira, Roig y Ojeda (2024). Guía sobre el estigma en el consumo de drogas. UNAD