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En las últimas décadas, se ha producido un notable avance en el desarrollo de intervenciones psicológicas para distintos trastornos mentales. Desde la publicación de las primeras listas de tratamientos psicológicos basados en la evidencia (TBE), varias instituciones profesionales y científicas (APA, NICE o Cochrane, entre otras) se han implicado en la recomendación y difusión de aquellos tratamientos con apoyo empírico. Sin embargo, el nivel de acuerdo entre las diferentes instituciones es bajo para la mayoría de los trastornos mentales, apareciendo numerosas discrepancias entre las recomendaciones realizadas, lo que pone en duda su supuesto carácter científico-profesional (Moriana et al., 2017). La situación actual pone de manifiesto, por tanto, la necesidad de unificar los criterios utilizados para evaluar la calidad de la evidencia de los tratamientos psicológicos. |
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De entre los diferentes sistemas utilizados, el sistema GRADE parece ser el que ha recibido un mayor apoyo internacional. Recientemente, la División 12 de la APA ha comenzado a utilizar un método para evaluar la evidencia de los tratamientos psicológicos basado en GRADE (Tolin et al., 2015). Este nuevo sistema propone considerar todas las revisiones sistemáticas disponibles en la literatura que cumplan con un mínimo de rigor metodológico y, mediante GRADE, evaluar la calidad de la evidencia de los diferentes resultados presentados en cada revisión. Finalmente, según la calidad de la evidencia obtenida por las diferentes revisiones examinadas, el sistema clasifica el tratamiento dentro de un sistema jerárquico con cuatro niveles de recomendación: recomendación muy fuerte, recomendación fuerte, recomendación débil y evidencia insuficiente. Por otro lado, la publicación de listas de TBE es un tanto controvertida, ya que la idea de que lo que funciona en los tratamientos psicológicos es solamente la técnica empleada va en contra de los planteamientos que defienden un grupo importante de clínicos e investigadores que afirman que una parte muy importante en la eficacia de las intervenciones están más relacionadas con variables propias del tratamiento y su contexto (la relación terapéutica a través del vínculo que se crea entre paciente y profesional, la alianza, el contexto en el que se da la terapia, las expectativas, etc.) (Wampold, 2015). De hecho, aunque estos posicionamientos están bastante enfrentados, es muy probable que exista una sinergia e interacción entre la relación terapéutica y la técnica o tratamiento específico utilizado, ya que un buen vínculo aumentaría la adherencia del paciente a la terapia y, al mismo tiempo, la implementación exitosa de la terapia podría mejorar la calidad de dicha relación. Tampoco parece tener sentido que cualquier tratamiento sirva, independientemente de sus técnicas, y lo único importante sean los factores comunes del tratamiento psicológico. Sin entrar en un tema espinoso que implica reconocer que, en ocasiones, hay tratamientos que no funcionan o que incluso podrían llegar a ser placebo, contraproducentes o dañinos (además de las denominadas pseudoterapias). Además, la comunidad científica debe establecer estrategias para mejorar la metodología de los ensayos controlados aleatorios (ECA) en psicología. Si bien los ECA se consideran el estándar de oro de la ciencia, este tipo de diseños experimentales presenta importantes limitaciones debido a su aplicación al comportamiento humano (Moriana & Gálvez-Lara, 2020). Por eso se recomiendan algunas estrategias que ayuden a mejorar su calidad, como son: el registro previo del protocolo, proporcionar los datos a través de repositorios abiertos, incluir a instituciones externas para la supervisión del desarrollo de la investigación, incluir otras variables dependientes además de los síntomas o estudiar los elementos comunes, especialmente los involucrados en la relación terapéutica, etc. Por último, cabe señalar que, si bien se están haciendo esfuerzos para mejorar el conocimiento sobre la eficacia de los tratamientos psicológicos, la investigación no acaba de tener un impacto significativo en la práctica clínica. Con el objetivo de reducir la brecha entre la investigación y la realidad asistencial, la comunidad científica debe mejorar las estrategias de difusión de los resultados de investigación y promover la comunicación bidireccional entre investigadores y profesionales aplicados. En este sentido, recientemente se han desarrollado algunas alternativas prometedoras, como la idea de que investigadores, médicos, revistas, instituciones de salud y organizaciones científico-profesionales tuvieran que trabajar juntos con el objetivo de aumentar la calidad de las publicaciones sobre tratamientos psicológicos (Waters et al., 2020). En definitiva, debido a la alta prevalencia de los trastornos mentales, y con el fin de mejorar la salud mental de la población, los investigadores, las organizaciones que reportan la evidencia de las intervenciones y los profesionales aplicados deben optimizar su comunicación y coordinación para mejorar sus sistemas de valoración y elección de tratamientos y la divulgación que se haga de ellos. El artículo completo puede encontrarse en: Moriana, J. A., Corpas, J., & Gálvez-Lara, M. (2022). Towards a Consensus in the Evaluation of the Evidence of Psychological Treatments. Clínica y Salud, 33(2), 91-92. | ||||
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