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La preocupación sobre el problema de la violencia de género entre jóvenes y adolescentes ha llevado a la comunidad educativa a la realización de campañas y programas de sensibilización para su prevención y detección. Sin embargo los esfuerzos no están consiguiendo los resultados esperados. A diferencia de tiempos pasados, actualmente chicas y chicos disponen de información sobre el concepto de violencia machista, lo cual no significa que repercuta necesariamente en la construcción de valores y actitudes igualitarios libres de violencia de género. La concienciación social sobre la violencia de género ha sido un proceso largo y complicado. En la década de los ochenta, Carlota Bustero, primera directora del instituto de la mujer, rompía el silencio a través del eslogan «Mujer, no llores, habla» subrayando la importancia de proteger los derechos de las mujeres desde las administraciones públicas, tal y como reivindicaban las feministas en los años 70 con la célebre frase «lo privado es político». En 1994, se aprobaba la Ley Orgánica de medidas de protección integral contra la violencia de género, en la que se plantea el tratamiento multidisciplinar de la violencia. Con respecto a la educación, incluye información sobre las medidas que establezcan las Administraciones Educativas en relación con la prevención de violencia y fomento de la igualdad entre sexos e información de algún caso de violencia que se ejerza en la comunidad educativa. |
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No obstante, pese a los esfuerzos, los datos siguen siendo elocuentes: el 33% de los jóvenes españoles de entre 15 y 29 años, es decir, uno de cada tres, considera inevitable o aceptable en algunas circunstancias controlar los horarios de sus parejas, impedir que vean a sus familias o amistades, no permitirles que trabajen o estudien o decirles lo que pueden o no pueden hacer. Es la conclusión más llamativa de un estudio elaborado por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Un estudio de 2013 sobre ciberacoso, advertía que «el 60% de las chicas entrevistadas reconocía haber recibido mensajes con insultos machistas de su pareja. Y el 73,3% de los adolescentes han aprendido de algún adulto el mensaje de que los celos son una expresión de amor«. Uno de los problemas que detectamos en las actividades que realizamos en los centros escolares, es que los chicos y las chicas no se identifican con el discurso que realizamos sobre la violencia de género porque consideran que es algo que les sucede a las mujeres mayores. Las últimas campañas, como la propuesta «No te cortes» (Programa de Atención para Adolescentes víctimas de VG), se acercan más a la realidad que viven, mostrando las conductas de violencia que se dan con más frecuencia en las relaciones de noviazgo y que cobran un nuevo valor con el uso de la tecnología. Esta línea de trabajo permite enseñar a identificar las primeras señales de maltrato que controlan a las adolescentes de forma sutil, provocando el aislamiento, la dependencia y la pérdida de autoestima. Sin embargo, conocer cómo es el principio de la violencia en la pareja no es suficiente: debemos también enseñar a nuestras alumnas y alumnos cómo amar, cómo expresar el afecto y cómo son los vínculos amorosos sanos, porque sino intervenimos desde la educación, aprenderán por imitación del entorno, de forma acrílica, asumiendo situaciones de desigualdad como parte de la relación. Para poder llevar a cabo este trabajo, quizá tengamos que alejarnos un poco para poder ver todas las piezas del rompecabezas: ¿Nos estamos saltando pasos en la prevención de la violencia de género?, ¿se puede abordar sin trabajar antes conceptos como la libertad, las emociones o la empatía desde la perspectiva de género? El problema que tenemos cuando intentamos educar en el amor basado en el buen trato, es que la juventud está socializada en un sistema de valores donde las relaciones verdaderas se relacionan con grandes pasiones enmarcadas en la desigualdad, y en la entrega absoluta de la mujer hacia el hombre. Monserrat Moreno y Genoveva Sastre investigaron con estudiantes universitarios cómo la creencia de amor absoluto está presente en sus expectativas. «Por amor podrías hacer cosas que nunca te hubieras imaginado» «Piensa que tienes que complacer todos sus deseos para tenerlo a tu lado» «La quieres más que a tu vida» «No puedes visir sin esa persona porque es quien puede encontrar un sentido a tu vida» Estas autoras subrayan que estas ideas y sentimientos conducen, a quien las ponen en práctica, a una situación de dependencia en la que puede acabar sintiéndose incapaz de hacer nada sin el beneplácito de otra persona. En esta línea de reflexión, es necesario recordar que los modelos y expectativas sexistas que subyacen a la violencia de género se aprenden en la primera infancia, al igual que se aprende a amar. No hay un modelo de amor universal, por ello tenemos que comenzar a trabajar los buenos tratos de forma transversal y directa con los más pequeños, incorporando en el currículo escolar y en el proyecto de centro los valores de igualdad. La mirada sobre la propia realidad, poder identificar y nombrar las conductas sexistas es imprescindible para enseñar a relacionarse desde el reconocimiento mutuo. Si desglosamos los componentes necesarios en una relación de pareja sana podemos ver qué aspectos debemos trabajar en las escuelas, además de prepararles para detectar los signos de la violencia. Enseñarles a identificar sus emociones y a regularlas, nos va a permitir que cuando sientan celos sepan identificarlos y canalizarlos de forma adaptativa. Enseñar el significado de quererse y cuidarse. Aprender a resolver conflictos de forma pacífica. Amar es construir un difícil equilibrio entre la autonomía y el cuidarse mutuamente, ayudarse en el desarrollo individual y mutuo y, a la vez, desarrollarse desde y para la libertad. Confianza en el otro y lealtad a los acuerdos contraídos son dos pilares fundamentales sobre los que asentar este equilibrio. Esta forma de amor positiva requiere tanto el respeto propio, como el de la persona a la que amamos, de forma que reconozcamos su individualidad única, sin estar sujeta a estereotipos sexistas. Este proceso, enormemente complejo, requiere de una intencionalidad consciente y continua de la educación de los sentimientos y las emociones. Por esta razón, para prevenir la violencia de género, es necesaria la formación inicial y continua del profesorado, e incorporar desde los primeros ciclos, como un contenido concreto del currículo, la educación afectivo-sexual en toda su complejidad y diversidad. Acciones como el desarrollo de protocolos para la prevención, detección y asistencia en las situaciones de violencia, y la revisión del currículo oculto, son premisas imprescindibles para corregir la transmisión de estereotipos y el concepto de amor romántico que tanto daño esta causando. Enseñar a amar, previniendo, la violencia de género sigue siendo una asignatura pendiente en las aulas. |
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