Redacción de Infocop
Un número significativo de niños, niñas y adolescentes en todo el mundo se enfrentan a la violencia en la escuela y al acoso escolar, incluido el ciberacoso, lo que repercute en su salud física y en su salud mental, bienestar y educación. Así alerta la UNESCO (2023) sobre las consecuencias de esta grave problemática que, según sus datos, sufre uno de cada tres alumnos entre 11 y 15 años, al menos, una vez al mes.
En nuestro país, el acoso escolar o bullying constituye, en la actualidad, uno de los principales problemas registrados en los centros educativos. A este respecto, un informe reciente de la ONG Bullying sin Fronteras alerta de que España encabeza la lista europea de casos (Bullying sin Fronteras, 2022; Garaigordobil, 2023). Asimismo, los resultados de un estudio publicado por el Ministerio de Educación y Formación Profesional señalan que un 9,53% del alumnado afirma haberse sentido acosado y un 9,20% ha sido víctima de ciberacoso, mientras que un 4,58% y un 4,62%, respectivamente, revela haber acosado y ciberacosado, alguna vez a alguien (MEFP, 2023).
En la misma línea, los datos del último informe de la Fundación ANAR (2023), indican que uno de cada diez alumnos/as (11,8%) cree que hay alguien en su clase que sufre acoso, un porcentaje que, tras realizar un ajuste estadístico, resulta en una proporción estimada de 1,8 víctimas de acoso escolar (6%) por cada 30 alumnos/as (de media en clase).
El acoso escolar constituye, actualmente, uno de los principales problemas registrados en los centros educativos españoles
Sin embargo, a pesar de contar con estas cifras, Amnistía Internacional (2019) considera la probabilidad de que “en España haya cada día miles de casos de acoso escolar que no se denuncian”. En este sentido, afirma, muchos niños, niñas y adolescentes, aunque suelen ser capaces de identificar el acoso escolar cuando les pasa a ellos/as o a sus iguales, podrían preferir no denunciarlo “porque temen que sea inútil o incluso contraproducente”.
Pero, ¿qué es el acoso escolar? La APA lo define como una forma de comportamiento físico persistente amenazante y agresivo o abuso verbal, dirigido hacia otras personas, especialmente aquellas que se encuentran en situación de relativa desventaja y mayor vulnerabilidad. El ciberbullying constituye un comportamiento de acoso o amenaza verbal realizado a través de tecnología electrónica como teléfonos celulares, correo electrónico y mensajes de texto.
Según la definición de Olweus (1991), la persona se ve expuesta de forma repetida y prolongada a estas acciones negativas perpetradas por uno o más individuos, con la intención deliberada de causar daño, insultar o provocarle malestar. Numerosos estudios evidencian que hay grupos con mayor probabilidad de sufrir acoso, especialmente, los niños/as con discapacidad, con TEA, con altas capacidades, niños/as de familias con bajos recursos socioeconómicos, así como pertenecientes a otras etnias, razas o culturas, al colectivo LGBTIQ+, etc. (Hernández-Rodríguez, 2017; Pinedo y col., 2019; Gautam, 2022; González-Cabrera, 2018; Flecha y col., 2023; UNESCO, 2023).
Hay una serie de señales de advertencia que podrían indicar que un niño o una niña está sufriendo acoso escolar, lo está perpetrando o ha sido testigo de una situación de acoso
Dado que los y las menores suelen tener una conducta ‘relativamente lineal’, con la que están familiarizados tanto su familia como sus profesores/as y compañeros/as, cualquier divergencia con esta ‘linealidad’, a nivel cognitivo, emocional o conductual, podría ser una señal de advertencia que sugiere que un niño o una niña está siendo acosado/a, que está actuando como acosador/a o que ha sido testigo de una situación de esta índole en el centro educativo (Sabo, 2022; Gautam, 2022).
Según la NASP (2019), señales como lesiones inexplicables, dolores de cabeza o malestar frecuente para evitar determinadas situaciones (por ej., acudir al colegio), cambios en los hábitos alimenticios, dificultades para conciliar el sueño y/o aumento de pesadillas, sentimientos de impotencia o baja autoestima, bajas calificaciones escolares o pérdida de interés en el desempeño escolar, etc., son solo una muestra de las muchas que pueden indicar que un niño, una niña o un/a adolescente está siendo víctima de acoso escolar.
Por otro lado, señales como estar envuelto/a con frecuencia en altercados físicos o peleas verbales, tener amistades que están involucradas en el acoso, volverse cada vez más agresivo/a, meterse en problemas en la escuela frecuentemente o recibir castigos o sanciones disciplinarias, aparición de nuevas pertenencias sin explicación alguna, culpar con frecuencia a otros por los problemas en los que está involucrado/a, o no aceptar la responsabilidad por sus acciones, podrían advertir de que un niño o una niña está perpetrando acoso.
El acoso escolar es un grave problema social y de salud pública, con serias consecuencias para la salud física y mental de todos los y las menores implicados/as
Cobra especial relevancia aquí el rol que desempeñan los observadores, presentes en el 85% de las situaciones de acoso escolar e interviniendo sólo en el 19% de ellas. Los estudios revelan que el 54% de los observadores refuerzan la conducta del acosador o acosadora, simplemente observando pasivamente sus agresiones (Cuevas y Marmolejo Medina, 2016).
El acoso escolar supone un problema importante en los centros educativos de todo el mundo, siendo los patios de recreo, las aulas y los pasillos de las escuelas, los lugares donde suele perpetrarse más comúnmente (Francis, 2022; Alfonzo y col., 2023; Aimekova y col, 2023). Asimismo, dado que los niños, niñas y adolescentes pasan cada vez más tiempo conectados online (tanto en sus relaciones personales como en su educación), el acoso puede darse también de forma cibernética (Flecha, Puigvert y Racionero-Plaza, 2023).
Son muchas las voces expertas que afirman que esta grave práctica constituye, hoy en día, un grave problema social y de salud pública, con serias consecuencias negativas en la salud física y mental de todos/as los/as menores implicados (víctima/s, acosador o acosadores y observadores), siendo uno de los principales factores de riesgo para el desarrollo de problemas psicológicos, tanto en la infancia y la adolescencia como en la edad adulta (Amnistía Internacional, 2019; Francis, 2022; Johansson, Myrberg, y Toropova, 2022; Balluerka y col., 2023; Alfonzo y col., 2023; Mutaquin y col., 2023; UNESCO, 2023; Raymond, Grant y Tawk, 2023; Gizzarelli, Burns y Francis, 2023).
Los niños, niñas y adolescentes involucrados en el acoso escolar son más propensos a mostrar baja autoestima, ansiedad, depresión e incluso autolesiones, ideación y/o intención suicida
De hecho, el acoso escolar se sitúa entre los diez principales factores de riesgo mundiales asociados con los AVAD (Años de Vida Ajustados por Discapacidad) en adolescentes, ocupando el sexto lugar entre los hombres de 10 a 14 y de 15 a 19, y el quinto puesto entre las niñas de 10 a 14, subiendo en el listado al tercero en niñas de 15 a 19 (OMS, 2023).
De acuerdo con numerosos estudios, el acoso escolar y la discriminación en este contexto, se relacionan con una plétora de consecuencias adversas de riesgo, entre ellas, uso y abuso de sustancias, problemas de alimentación, violencia escolar, dificultades de aprendizaje, bajo rendimiento académico y absentismo escolar, alteraciones del sueño, deterioro en el desarrollo de las habilidades sociales o relacionadas (tales como, la asertividad, la empatía o la gestión de la ira o el miedo) y, principalmente, aparición de problemas de salud mental (UNESCO, 2023; Raymond y col., 2023; Rusteholz y Mediavilla, 2023; Flecha, Puigvert y Racionero-Plaza, 2023; Flecha y col., 2023).
En relación con la salud mental, los y las menores involucrados en el acoso escolar son más propensos a mostrar baja autoestima, ansiedad, depresión e incluso autolesiones, ideación y/o intención suicida (OECD, 2022; Gautam, 2022; Rusteholz y Mediavilla, 2023; Balluerka y col., 2023; Martínez, Casellas, y Carrillo, 2023; Flecha y col., 2023; Garaigordobil, 2023; UNESCO, 20231).
Dado el impacto y consecuencias del acoso escolar en los y las menores es necesario emprender acciones orientadas a la prevención y la intervención
Todas estas consecuencias impactan tanto en la vida de las víctimas y sus familias, como en sus comunidades y en la sociedad en general (Raymond y col., 2023). En este sentido, un informe del Banco Mundial muestra que la violencia dentro y alrededor de los centros educativos, afecta gravemente en los resultados académicos y, como resultado, “la sociedad paga un alto precio”, con un coste estimado de 11 billones de dólares en ingresos perdidos a lo largo de toda la vida (Wodon y col., 2021).
Considerando el impacto a corto y largo plazo del acoso escolar en la salud física y mental de los niños, niñas y adolescentes, es fundamental emprender acciones orientadas a la prevención y la intervención efectiva ante los incidentes de acoso (Gizzarelli y col., 2023).
La evidencia señala que el problema del acoso escolar es responsabilidad de toda la comunidad educativa, incluyendo aquí no sólo al personal docente y compañeros/as, sino también a las familias del alumnado (Wisudayanti y Dewi, 2022; Vidal, Marcos y Montés, 2023). Es clave trabajar todos juntos para crear un ambiente seguro y de apoyo, de cara a prevenir el acoso y garantizar que los/as alumnas tengan la oportunidad de tener éxito académica y emocionalmente (Simion, 2023).
El centro educativo es el contexto idóneo para crear condiciones que promuevan la salud mental y el apoyo psicológico de su alumnado
En este sentido, diversas investigaciones proponen múltiples medidas, entre ellas, mejorar la colaboración entre docentes y familias, fomentando la comunicación estrecha entre ambas partes (crucial para transmitir mensajes coherentes y apoyar a los/as menores), capacitándoles y brindándoles herramientas para detectar el acoso escolar, así como contar con la participación activa de profesionales de la Psicología en la identificación de factores que contribuyen a la violencia y la reducción de las tensiones entre el alumnado y que puedan intervenir (Gautam, 2022; OECD, 2022; Aimekova y col, 2023; Simion, 2023; Gizzarelli y col., 2023; UNESCO, 20231).
De acuerdo con Wodon y col. (2021), los análisis de costes-beneficios sugieren que implementar intervenciones para prevenir la violencia en y a través de los centros educativos desde la primera infancia hasta la educación secundaria, supone una buena inversión económica, “que superaría con creces los costes”.
Teniendo en cuenta que todas las personas involucradas en situaciones de acoso tienen afectadas las competencias emocionales, especialmente, la empatía, los expertos inciden en la necesidad de dar prioridad a programas de prevención basados en mejorar estas competencias y en fortalecer las habilidades sociales, tanto en el ámbito escolar como en el familiar (Martínez y col., 2023; Simion, 2023; Cunha, Hu, Xia y Zhao, 2023; UNESCO, 20231).
Concretamente, el centro educativo, al ser el lugar donde niños, niñas y adolescentes pasan gran parte de su tiempo, son el contexto idóneo para crear condiciones que promuevan la salud mental y el apoyo psicológico de los alumnos/as, pudiendo prevenir problemas de salud mental así como graves conductas como el acoso escolar (UNESCO, 20231).
La Psicología Educativa puede desempeñar un rol clave en el abordaje del acoso escolar
En este contexto, el profesional de la Psicología Educativa puede desempeñar un rol muy relevante, ya que su objetivo es evaluar-diagnosticar de forma temprana problemas (emocionales y de conducta, problemas como ansiedad, depresión, autolesiones, riesgo de suicidio, adicciones, bullying-ciberbullying, trastornos alimentarios…), implementar programas preventivos que eviten su aparición, e intervenir cuando las situaciones problemáticas ya se han producido (Garaigordobil, 2023).
La necesaria incorporación de psicólogos/as educativos/as, como figura específica integrada en la comunidad escolar y desde el mismo centro educativo, viene planteándose, en los últimos años, por el Consejo General de la Psicología, en línea con lo argumentado por múltiples organizaciones representativas de Familias, estudiantes, profesorado, Direcciones de Centros Educativos y expertas en la atención psicológica y el cuidado del bienestar de las personas.
Los profesionales de la Psicología Educativa pueden enseñar a los/as estudiantes las habilidades sociales y emocionales que requieren para prevenir conductas posteriores de acoso y les ayuden a sentar las bases para que establezcan relaciones sociales saludables. Cuando se dé un caso de acoso escolar y/o ciberacoso, el/la psicólogo/a educativo/a puede desarrollar intervenciones orientadas a eliminar las conductas intimidatorias y reemplazarlas por comportamientos positivos y prosociales, brindando a padres -tanto de los perpetradores como de las víctimas- una serie de recursos eficaces y estrategias para manejar el problema. También puede facilitar el establecimiento de sistemas de apoyo para los/as estudiantes, y aportar recomendaciones para dar respuesta eficaz a los incidentes de acoso, ayudando en el diseño de procedimientos disciplinarios apropiados, entre otras muchas acciones (NASP, 2019; NASP, 2021).
Las referencias de este artículo se encuentran disponibles en el siguiente enlace: