El impacto psicológico de la muerte del bebé
24 Mar 2023
Redacción de Infocop

La pérdida perinatal, es decir, la muerte del bebé o recién nacido entre la concepción (por aborto espontáneo o muerte intrauterina) y los 28 días después del nacimiento, es una realidad común que afecta a muchas familias cada año con un impacto psicológico elevado. Si bien es difícil establecer una cifra sobre la prevalencia de este tipo de muertes, puesto que los abortos espontáneos no se suelen registrar, los expertos señalan que entre el 10 y el 15% de los embarazos clínicamente reconocidos acaban en aborto espontáneo, es decir, la pérdida del bebé antes de las 20 semanas de gestación (Baschieri et al., 2019). Asimismo, se estima que se producen más de 5 millones de muertes durante el parto o en los primeros 28 días de vida en todo el mundo (Azuke et al., 2020).

En lo que respecta a nuestro país, se calcula que en España se producen alrededor de 2.000 muertes pasadas las 24 semanas de embarazo o durante el primer mes de vida, a las que hay que sumar los abortos involuntarios durante la gestación previa a estas 24 semanas (Cassidy, 2021).

Asimismo, de acuerdo con los datos del INE, la tasa de mortalidad perinatal se situó en el año 2021 en 4,03 defunciones por cada mil nacidos, mientras que la tasa de mortalidad neonatal fue de 1,7 por cada mil nacidos vivos, y la tasa de mortalidad intrauterina tardía fue de 2,8 por cada mil nacimientos (INE, 2022). Los estudios concuerdan en reconocer que la pérdida perinatal (ya sea durante el embarazo, en el parto o durante los primeros días tras el nacimiento del bebé), es una experiencia devastadora para los padres, con consecuencias muy negativas en la salud física y psicológica a corto y a largo plazo (Ramirez et al., 2019).

Fuente: pexels. Artista: Andre Furtado. Fecha: 16/02/2023

La pérdida perinatal no se limita a la pérdida del bebé y, por tanto, del proyecto vital, sino que va más allá, implicando la pérdida del sentido de control, seguridad y confianza sobre uno mismo, el futuro y el mundo, lo que se acompaña de sentimientos de culpa, estigma, aislamiento, pérdida de estatus social, dificultad en el establecimiento de relaciones y fuerte sensación de rechazo social (Pollock et al., 2020; Shakespeare et al, 2019). En el caso de las muertes intrauterinas en las que se debe provocar el parto para la interrupción del embarazo, se trata de una situación que genera un sufrimiento psicológico adicional (Gray et al., 2018; McCoyd et al., 2015). A esta circunstancia se suma el hecho de que la madre después del parto sufre los cambios hormonales propios del proceso, lo que aumenta, aún más, el malestar psicológico (McCoyd et al., 2015).

Impacto psicológico

Entre las consecuencias para la salud mental derivadas de la pérdida perinatal, además de problemas de ansiedad y depresión, el duelo complicado y el trastorno de estrés postraumático han sido identificados como experiencias comunes tras este tipo de pérdidas (Shakespeare et al, 2019; Berry et al, 2022, Campbell-Jackson et al., 2014).

Duelo perinatal

Así, el duelo perinatal, si bien históricamente ha permanecido invisibilizado en la literatura científica, es un fenómeno reconocido actualmente, que se asocia también a otros problemas de salud física y mental, como depresión, ansiedad, ideación suicida, insomnio, trastornos de la conducta alimentaria, abuso de sustancias y trastorno de estrés postraumático (Fernández-Ordoñez et al., 2021; Fernández-Sola et al., 2020; Hutti et al., 2017).

La prevalencia de duelo complicado oscila entre el 25 y el 75% de las madres y padres que han sufrido cualquier tipo de pérdida perinatal, y aunque los datos son variables, superan con creces la prevalencia de duelo complicado en población general asociada a otras muertes y estimada en un 4% (Enez, 2018). Los resultados de estas investigaciones ponen en evidencia que tanto la muerte intrauterina como la neonatal generan un sufrimiento emocional de gran envergadura en las madres y padres, asociándose a una experiencia de duelo marcada por una profunda desesperación y dificultad para afrontar la experiencia (Fernández-Sola et al, 2020, Shakespeare et al, 2019).

La literatura científica muestra, además, que el duelo asociado a la pérdida perinatal posee unas características peculiares, con efectos paradójicos y ausencia de validación por parte de la sociedad, lo que hace que estos padres y madres a menudo se sientan aislados y estigmatizados por su dolor (Berry et al., 2021; Berry et al., 2022; Gillis et al., 2020). A este respecto, estas parejas informan que la sociedad les exige actuar como si la pérdida perinatal no hubiera sucedido, ocultando su duelo y sin posibilidad de acceso al apoyo social que sí se recibe en otros tipos de pérdidas (Berry et al., 2022; Gillis et al., 2020).

Asimismo, ciertas creencias erróneas contribuyen a la estigmatización de los hombres y mujeres que han experimentado una pérdida perinatal, agravando su aislamiento, tales como la creencia de que para los padres es mejor que no se mencione la muerte del bebé en las conversaciones, el mito de que los abortos son culpa de algo mal que hizo la madre, la creencia de que la pérdida se supera con un nuevo embarazo o el pensamiento de que al no disponer de recuerdos o momentos vividos con el bebé no hay razón para el sufrimiento (Berry et al., 2021; Browne, 2016).

Trauma

Además del duelo complicado, otro trastorno frecuentemente asociado a la pérdida perinatal es el trastorno por estrés postraumático, que se estima que está presente entre el 30% y el 60% de las parejas que han sufrido un aborto espontáneo, una muerte intrauterina o una muerte neonatal (Fernández-Ordoñez eta l, 2021; Westby et al, 2021). Este cuadro diagnóstico tiene un impacto grave en el funcionamiento diario y se relaciona también con otras complicaciones físicas y psicológicas como enfermedades cardiovasculares, depresión, trastornos de la conducta alimentaria, abuso de sustancias e ideación suicida de los padres (Berry et al., 2022, De Vicente et al., 2019; Elisseou et al., 2019). Los autores que evalúan la presencia de TEPT complejo, un cuadro diagnóstico más grave aún, señalan que está presente en el 30% de los casos (Martín et al., 2021).

Algunos estudios muestran que la sintomatología postraumática es igual de prevalente e intensa en todos los tipos de pérdida perinatal, independientemente de la edad gestacional del bebé (Jones et al., 2019), y que sus efectos pueden mantenerse incluso años después de la experiencia. Así, en un estudio realizado por Krosh et al. (2017) se observó la presencia de TEPT en un 44% de los participantes después de 4 años desde la pérdida. Otras investigaciones con estudios de seguimiento más amplios evidencian sintomatología postraumática significativa en las madres y padres tras 12 años después de la muerte perinatal (Berry et al., 2021; Martin et al., 2021). Todos estos estudios ponen de manifiesto la necesidad de reconocer la pérdida perinatal como un evento traumático de gran impacto.

Las mujeres que viven estas pérdidas afirman sentirse paralizadas, incapaces de continuar con sus vidas, con altos niveles de ira y con problemas de insomnio y dolores somáticos (Güçlü et al, 2021; Jones et al., 2019). Los hombres también señalan que su malestar se agrava por la falta de apoyo emocional que reciben por parte de los profesionales sanitarios, sobre todo, en el caso de abortos espontáneos o de enfermedades incompatibles con la vida, lo que invisibiliza su papel como dolientes (Berry et al, 2021; Chavez et a., 2019; Güçlü et al, 2021).

En relación con la experiencia traumática de la pérdida perinatal, se identifican momentos especialmente difíciles en este proceso, tales como el impacto emocional en el momento del diagnóstico por parte del médico de una enfermedad incompatible con la vida, la experiencia del parto sabiendo que el bebé no va a vivir mucho tiempo o va a nacer muerto, las dificultades a la hora de compartir esta noticia con los allegados y el momento de regreso al hogar durante los días, semanas y meses siguientes a la pérdida (Berry et al., 2022).

Asimismo, el hecho de tener que tomar la decisión de continuar o interrumpir el embarazo en el momento de un diagnóstico de una enfermedad incompatible con la vida supone un momento especialmente doloroso y estresante para las madres y padres, siendo clave la actitud y habilidades de los profesionales sanitarios en el impacto de esta experiencia (Gillis et al, 2020; McCoyd et al., 2015). Una actitud fría y distante, así como la presión para tomar una decisión generan un sufrimiento emocional añadido a la pérdida perinatal (Berry et al., 2021), mientras que una actitud cálida y respetuosa, prestar ayuda en el proceso de toma de decisiones y proporcionar información sobre las consecuencias de cada decisión son percibidas positivamente en este proceso (Gillis et al., 2020; Markin, 2018).

El parto es otro de los momentos especialmente dolorosos, tanto para las mujeres como para sus parejas, donde, de nuevo, los estudios muestran el papel clave del acompañamiento que prestan los profesionales sanitarios en la mitigación del impacto del trauma emocional de la experiencia del parto (Berry et al., 2021; Gillis et al., 2020). A este respecto, las investigaciones muestran que los profesionales de la salud que mostraron amabilidad hacia el recién nacido fallecido, permitieron visitas ilimitadas y alojaron a los padres lejos de las mujeres embarazadas y los recién nacidos sanos resultan estrategias muy valiosas para reducir el impacto psicológico de la pérdida (Berry et al., 2021; Gillis et al., 2020; Chavez et al, 2019).

Medidas de intervención

En la intervención también es necesario reconocer la pérdida para ambos progenitores, normalizar y validar la respuesta emocional de ambos padres (Berry et al., 2022). Otras medidas, como establecer los mecanismos para facilitar la elaboración de recuerdos, rituales y ceremonias sobre el bebé, parece que permiten disponer del correspondiente apoyo social para los padres, aunque se necesitan más estudios al respecto (Roberts et al., 2022).

En definitiva, resulta de vital importancia que los profesionales sanitarios sean conscientes de la presencia de las secuelas psicológicas que supone una pérdida perinatal y que se pongan en marcha medidas de prevención e intervención temprana, para actuar de manera inmediata, así como medidas de seguimiento a largo plazo, dado que el sufrimiento psicológico y la sintomatología postraumática pueden perdurar durante años después de la pérdida (Davoudian et al, 2021). Asimismo, los profesionales sanitarios deberían estar especialmente alerta ante las mujeres gestantes con historia previa de una pérdida perinatal, en la medida en que es común observar en estas mujeres gestantes problemas de ansiedad y sintomatología postraumática asociados al recuerdo de la vivencia anterior, lo que puede complicar el embarazo y parto posterior (Berry et al., 2022; Davoudian et al., 2021; De Vicente et al., 2019) (más información aquí).

Los investigadores subrayan que el cuidado inmediato y respetuoso del duelo debería formar parte de la rutina de todos los profesionales sanitarios (Flenady et al., 2016). En esta línea, el establecimiento de un marco de actuación de cuidado informado del trauma, es decir, asegurar que el equipo sanitario al completo conoce el impacto traumático derivado de la pérdida perinatal y dispone de habilidades y herramientas para evitar la revictimización es fundamental en el proceso de recuperación de las parejas implicadas (Berry et al., 2022).

Referencias

Se pueden consultar las referencias bibliográficas aquí.

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