El pasado sábado 4 de febrero, se celebró el Día Mundial contra el Cáncer, una fecha instaurada por la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (CIIC) y la Unión Internacional contra el Cáncer (UICC), con el fin de sensibilizar a la población sobre este grave problema e impulsar todas las medidas que estén destinadas a reducir su presencia en todos sus tipos. El cáncer continúa siendo, aún hoy en día, una de las principales causas de morbimortalidad a nivel mundial, con aproximadamente, 9,9 millones de muertes relacionadas con el mismo en el año 2020 (OMS, 2022; SEOM, 2023). Según advierte la Asociación Española contra el Cáncer, actualmente constituye el problema sociosanitario más importante del mundo y se estima que en 2030 habrá 21,6 millones de nuevos casos. En España, concretamente, se prevén más de 330.000 nuevos casos de cáncer de aquí a siete años, con un diagnóstico cada 1,8 minutos, lo que supone que 1 de cada 3 mujeres y 1 de cada 2 hombres tendrán esta enfermedad a lo largo de su vida (AECC, 2023). |
| |||
No obstante, a pesar de las elevadas cifras, en nuestro país se ha registrado un descenso en la mortalidad por cáncer en las últimas décadas, una tendencia que, según los expertos, refleja las mejoras en la supervivencia de los y las pacientes (SEOM, 2023). Dada la ocurrencia del cáncer en la sociedad y su mayor visibilidad, no es de extrañar que la recepción de un diagnóstico de esta índole se perciba como un evento devastador y suponga un impacto psicológico significativo, tanto para la persona diagnosticada, como para sus familiares y su entorno más cercano (Juárez y Almanza, 2011; Grassi, Spiegel y Riba, 2017). En este sentido, el cáncer llega abruptamente para cambiar muchos de los aspectos de la vida y rutina cotidianas e implica hacer frente a una multiplicidad de acontecimientos estresantes -como el diagnóstico, los tratamientos, los efectos secundarios, las posibles recidivas, la recuperación y supervivencia prolongada, la incertidumbre, la transición a cuidados paliativos y al final de la vida, y todas las situaciones sociales y emocionales que se generan-, que desafían los recursos adaptativos (Robert, Álvarez, Valdivieso, 2013; Hernández, Cruzado, Prado, Rodríguez, Hernández, González y Martín, 2013; Grassi y col., 2017). A lo largo de todo este proceso (que abarca desde el mismo momento del diagnóstico hasta el final de los tratamientos y durante el período de supervivencia, y que puede prolongarse meses e incluso años), se genera un importante sufrimiento psicológico que, en la mitad de las personas que lo padecen, se traduce en una elevada prevalencia de síntomas de ansiedad, depresión y de malestar emocional, acompañándose de trastornos psicopatológicos entre el 25% y el 30% de los casos (Hernández y Cruzado, 2013; Grassi y col., 2017; Instituto Max Weber 2018; AECC, 2019; Grimmet, Heneka y Chambers, 2022). La depresión, concretamente, es una comorbilidad común en casos de cáncer, que afecta a más del 10% de los pacientes (Smith, 2015) y supone una de las consecuencias más graves tras el diagnóstico, pudiendo llegar a complicar el ajuste a la nueva situación y al tratamiento, al dificultar que se aprovechen las fuentes de apoyo social disponibles, y, en algunos casos, al negarse a someterse a cirugía o a las sesiones de quimio y/o radioterapia (APA, 2011). El riesgo de depresión es más alto entre las personas con cáncer más avanzado y aquellos/as que reciben quimioterapia y tienen más síntomas físicos (Stanton, Rowland y Ganz, 2015). El impacto psicológico que conlleva el cáncer afecta también a los/as familiares y acompañantes de las personas diagnosticadas, con niveles de malestar emocional similares e incluso superiores (Hernández y col., 2013; AECC, 2023). Según los últimos datos, entre pacientes y familiares, hay más de 260.000 personas en España con necesidades de atención psicológica tras el diagnóstico de cáncer (AECC, 2023). Así, la presencia de alteraciones emocionales, con una prevalencia mucho mayor que en la población en general (Instituto Max Weber, 2018), junto con otros problemas planteados por las personas diagnosticadas, que implican dificultades cognitivas, motivacionales y de comunicación (Robert y col., 2013), pone de manifiesto la necesidad de ofrecer atención psicológica especializada dentro de nuestro sistema sanitario público (Hernández y Cruzado, 2013; AECC, 2022), como parte fundamental de una adecuada atención integral en cáncer (Carlson y Bultz, 2004; Galindo-Vázquez y Costas-Muñiz, 2019; Steven, Lange, Schulz y Bleich, 2019). Se evidencia, además, la trascendencia de atender a las necesidades del cuidador o la cuidadora principal, y de realizar un seguimiento de la situación del entorno de la persona diagnosticada, de cara a prevenir la morbilidad psicológica de otros miembros de la familia (Fundación Josep Laporte, 2011). Por consiguiente, la realidad clínica actual está impeliendo a un cambio de paradigma en oncología, basado en un nuevo enfoque asistencial que se centra, ya no en la enfermedad, sino en el paciente (patient-centred approach), y está orientado a los aspectos psicológicos y sociales, el bienestar, la calidad de vida y sus derechos. En este contexto, los equipos multidisciplinares se erigen como un instrumento esencial, cuyo desarrollo continuo es crucial en aras de proporcionar a los pacientes de cáncer la atención que necesitan y merecen (European Partnership Action Against Cancer consensus group, 2014; Steven y col., 2019). Estos equipos fomentan la mejora de la coordinación, la comunicación y la toma de decisiones entre los profesionales que los conforman y los/as pacientes, e impactan positivamente en la calidad del abordaje del cáncer (Fleissig, Jenkins, Catt y Fallowfield, 2006; Kullberg, Sharp, Johansson y Bergenmar, 2015; Prades, Remue, van Hoof y Borras, 2015; Steven y col., 2019). Dentro de la atención integral a pacientes con cáncer, las intervenciones psicológicas ocupan un papel primordial, siendo múltiples los estudios que avalan su eficacia y rentabilidad, sin presentar contraindicación alguna (Carlson y Bultz, 2004; Bultz y Carlson, 2005; Juárez y Almanza, 2011; Guo y col., 2013; AECC, 2019). El psicooncólogo desempeña un rol muy importante en estos equipos multidisciplinares (dada su posición única de abordar eficazmente la amplia gama de necesidades cognitivas, mentales y emocionales que surgen con la aparición de esta enfermedad) (Robert y col., 2013; Echarte, Fuster, Roda y Velasco, 2019; APA, 2022). En este sentido, realiza una identificación temprana de las necesidades de apoyo de la persona con cáncer, así como sus factores de riesgo y protección, y una intervención temprana, para evitar la escalada de problemas emocionales y psicológicos y facilitar el acceso al tratamiento cuando esto se ve impedido por la angustia psicológica (Stanton y col., 2015; Healthier Scotland, 2022). A este respecto, los pacientes oncológicos pueden beneficiarse de una amplia variedad de enfoques cuya aplicación implica una mejora en el bienestar psicológico y en la calidad de vida, así como una reducción de los niveles de malestar emocional, de la sensación de fatiga, del miedo a la recurrencia, de los problemas relacionados con el sueño y de la sintomatología de ansiedad y depresión (AECC, 2019). Estos son, según múltiples investigaciones: la terapia cognitivo-conductual, la psicoeducación, las estrategias de relajación y la terapia de aceptación y compromiso, la terapia de apoyo y expresión, la psicoterapia centrada en el sentido (orientada a abordar el bienestar espiritual y el sentido de la vida de los pacientes con cáncer avanzado), el mindfulness o atención plena y el uso de métodos como el escrito o expresión y procesamiento emocional verbal con respecto a la experiencia del cáncer (Osborn, Demoncada, Feuerstein, 2006; Ledesma y Kumano, 2009; Galindo-Vázquez y col., 2013; Feroes, Lane, Ciarrochi y Blackledge, 2013; Guo y col., 2013; Bower, 2014; Stanton y col., 2015; Zhang, Wen, Liu, Peng, Wu, Liu, 2015; Greer y co., 2019; Teo, Krishnan y Lee, 2019; Lichtenthal, Roberts, Pessin, Applebaum y Breitbart, 2020; Ann-Yi, S. y Bruera, 2022; Reme y col., 2022; Lyu y col., 2022; Wong y col, 2022). De forma específica, su labor dentro de una atención colaborativa e integrada a pacientes pediátricos con cáncer, se centraría, entre otros aspectos, en el manejo del dolor de procedimiento, náuseas y otros síntomas, en la comprensión y reducción de los efectos neuropsicológicos, en el tratamiento de los/as niños/as en el contexto de sus familias y otros sistemas, y en la facilitación del afrontamiento y minimización de los efectos psicológicos en los/as menores y sus familias (Kazak y Noll, 2015). Asimismo, a medida que los/as pacientes -tanto adultos como menores- se encuentran en una etapa avanzada y potencialmente terminal de su enfermedad, es posible que requieran atención especializada en cuidados paliativos. La finalidad de los cuidados paliativos no es curar el cáncer, sino aliviar los síntomas que causa y mejorar la calidad de vida de los/as pacientes y de sus familias: en más del 90% de las personas que se encuentran en esas etapas, este tipo de cuidados permiten aliviar los problemas físicos, psicológicos y sociales y espirituales (OMS, 2022). La integración de psicólogos/as en la cartera de servicios asistenciales de los cuidados paliativos -tanto en el ingreso domiciliario como en el hospitalario-, como parte de un equipo multidisciplinar basado en la atención continuada, la gestión del caso y el respeto al deseo de los pacientes, es clave para ofrecer un servicio integral a pacientes y familiares (ayudándoles en el proceso de adaptación a la situación de fin de vida), y esencial para atender las necesidades emocionales del equipo de paliativos, brindándoles herramientas para gestionar el impacto producido por su labor asistencial, prevenir el síndrome del burnout y redundar en una mejora de la calidad de la atención prestada a las personas que viven con una enfermedad oncológica (Ann-Yi, S. y Bruera, 2022; AECC, 2023). Dado todo lo expuesto, llama especialmente la atención el hecho de que, aun conociendo los efectos adversos del diagnóstico y el tratamiento del cáncer sobre la salud mental y, siendo evidentes los importantes beneficios de las intervenciones psicooncológicas en todo el proceso, exista, en la actualidad, un déficit en la evaluación y asistencia específica a las necesidades psicológicas, de modo que, aunque la mitad de los pacientes de cáncer requieren algún tipo de intervención psicológica, su necesidad de apoyo a menudo no se reconoce y, por lo tanto, no se trata, estimándose que sólo uno de cada diez accede a ella (Jacobsen, 2009; Cruzado, 2010; Fallowfield, Ratcliffe, Jenkins y Saul, 2011; Hernández y col., 2013; Anuk, Özkan, Kizir y Özkan, 2019). De este modo, aunque la Estrategia en Cáncer del Sistema Nacional de Salud español, contempla como objetivo prioritario la atención psicológica a pacientes y familiares que lo precisen, subrayando la relevancia de los psicooncólogos dentro de los equipos multidisciplinares (Díaz-Rubio, Elizaga, Andrés, Peña, Hernández y Porta, 2006; Echarte y col., 2019), los datos revelan una brecha entre la atención psicológica recomendada y el apoyo real para la Psicooncología (Senf, Fettel, Demmerle y Maiwurm, 2019; Grimmet y col., 2022). De acuerdo con diversos estudios, las principales barreras que dificultan el acceso a la atención psicológica serían: un déficit en la detección del malestar emocional y en la derivación a los dispositivos de atención, la falta de formación del personal sanitario todo ello, traducido en un considerable lapso temporal entre la aparición del cáncer y la demanda de ayuda psicológica-, la ausencia de información a los pacientes sobre disponibilidad de apoyo psicológico y, primordialmente, la escasez e insuficiencia de profesionales Psicooncólogos dentro de nuestro SNS (Eakin y Strycker, 2001; Hernández y col., 2013; Kullberg y col., 2015; Grassi y col., 2017; Steven y col., 2019; AECC, 2019). De hecho, la figura del psicooncólogo se percibe todavía como poco conocida y escasamente implantada, y existe un cierto déficit de profesionalización y especialización en este tipo de atención (Instituto Max Weber, 2018). En la misma línea lo advierte la Asociación Española contra el Cáncer, manifestando que el Sistema Sanitario Público no satisface las necesidades de atención psicológica de las personas afectadas por el cáncer ni de sus familias y/o cuidadores, una situación que afecta al 90% de las Comunidades Autónomas españolas, en las que la atención que se brinda no es especializada ni suficiente para cubrir estas necesidades (AECC, 2022). La Asociación alerta también de una insuficiente dotación de recursos psicológicos y sociales en cuidados paliativos, que impiden garantizar un abordaje integral y dificultan la atención a las necesidades psicológicas y sociales de las personas que reciben estos cuidados y de sus familias (quienes cuentan con escasos programas de educación sanitaria, apoyo psicológico o manejo del duelo previa y posteriormente al fallecimiento), destacando la ausencia en nuestro país de una especialidad reconocida en cuidados paliativos. De este modo, no existe un perfil específico de competencias en este ámbito que pueda garantizar que los/as pacientes y sus familias sean atendidos por profesionales capacitados/as, lo que, a su vez, genera un déficit de formación en cuidados paliativos y de recursos específicos, que imposibilitan hacer efectivo el derecho de los pacientes en fase terminal a recibir atención paliativa especializada, reconocido en la legislación española (AECC, 2023). Con la crisis sanitaria derivada de la pandemia de la COVID-19 se ha evidenciado aún más la situación deficitaria en la cobertura de la atención psicológica a las personas con cáncer, convirtiendo en un objetivo prioritario la necesidad de incrementar los recursos y mejorar la inversión en atención psicológica y salud mental desde el SNS, tanto dirigida a la población general como a las personas afectadas por cáncer. En este sentido, es esencial reforzar la atención psicológica especializada en cáncer desde el entorno hospitalario hasta la atención primaria facilitando el acceso de los pacientes que lo necesiten y lo demanden a dichos recursos asistenciales, con una mayor presencia e integración del psicólogo especializado dentro de los equipos sanitarios que atienden al paciente oncológico (AECC, 2021; Hernández y Cruzado, 2013). Esta necesidad de contar con una atención psicológica especializada, pone de manifiesto la relevancia de crear una nueva especialidad sanitaria de la Psicología Psicooncología y en Psicología en cuidados paliativos, en pro de una mayor calidad y eficacia de estos servicios en el contexto actual (MSSSI, 2013). Ya en 2013, el Libro Blanco de los Recursos Humanos de las Profesiones Sanitarias -elaborado por el Consejo Asesor de Sanidad en colaboración con numerosos expertos y representantes de las diferentes profesiones sanitarias (entre ellos, el Consejo General de la Psicología)-, recalcaba la pertinencia de incluir en el borrador del mencionado Real Decreto nuevas especialidades sanitarias de la Psicología (entre ellas, la de Psicooncología), que compartiesen un tronco común de dos años junto con la actual Especialidad de Psicología Clínica (MSSSI, 2013). Como señala Cruzado (2020), la creación de la especialidad conllevaría un reconocimiento de la necesidad de inclusión de la Psicooncología dentro de los equipos sanitarios, se garantizaría las competencias y formación de los/las profesionales de la Psicooncología, y habría una mayor oferta de plazas de Psicooncología. Además, se produciría una mejoría de la formación especializada y de la investigación en Psicooncología. La actual ausencia de la Especialidad del SNS de Psicooncología hace que dicha cobertura, en su caso, no se pueda prestar de forma garantizada en todos los casos por profesionales con el debido reconocimiento formativo especializado (ver: https://www.infocop.es/view_article.asp?id=15144). A este respecto, tal y como informó Infocop hace unos días, el Consejo General de la Psicología se ha reunido recientemente con representantes de la Sociedad Española de Psicooncología (SEPO), la Sociedad Española de Cuidados Paliativos (SECPAL) y la Sociedad Española de Cuidados Paliativos Pediátricos (PEDPAL), para impulsar la creación de la Especialidad de Psicólogo/a Especialista en Psicooncología y Psicología Paliativa, un objetivo que se plasmará, de manera amplia y detallada, en la redacción de un documento que próximamente se dará a conocer y que las sociedades científicas presentarán a las consejerías de Sanidad de las CCAA, como primer paso, a fin de que se sumen a esta propuesta, demandada tanto por los pacientes, familiares, asociaciones, así como por los profesionales desde hace tiempo. Se pueden consultar las referencias aquí: REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS |
Descienden los casos de suicidio y deja de ser la principal causa de muerte externa en España, según el INE
En el año 2023, se han producido en España 18.033 fallecimientos por causas externas, de ellos, 4.116 corresponden a casos de suicidio, una cifra que se reduce por primera vez desde 2018 (…)