Cada año, se interponen una media de 23.000 denuncias por desaparición de personas en España. Aunque la mayor parte de ellas se resuelve en los primeros días, un número importante de personas permanece durante años en las bases de datos. El impacto que una desaparición supone a todos los niveles no se limita al entorno más cercano de la persona, sino que se extiende a diversos estratos: profesionales, comunidad y sociedad, con especial calado en familiares y allegados. Unas buenas prácticas en la atención dispensada estos últimos, se hace imprescindible por sus beneficios asociados, siendo esencial aquí el papel del/de la profesional de la Psicología, con especialización en materia de desapariciones, tanto en el ámbito de la prevención, como de la intervención y posvención.
Con esta introducción, se presenta un artículo publicado en la revista Papeles del Psicólogo y llevado a cabo por los miembros del Grupo de Trabajo de Intervención Psicológica en Desapariciones del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid (GIPD-COPM), Ana Isabel Álvarez-Aparicio, José María Martínez Fernández, María Patricia Acinas Acinas y Elena Herráez-Collado, a través del cual se recoge una propuesta de protocolo en ámbitos de aplicabilidad de buenas prácticas, incluyendo todas las instancias implicadas en el puzle de una desaparición, y se pone de relieve la importancia del profesional de la Psicología especializado en desapariciones.
Fuente: freepik. Foto: freepik. Fecha: 23/10/24
Tal y como señalan sus autores, son múltiples las emociones que experimentan familiares y personas allegadas en un caso de desaparición, “transitando por una total incertidumbre, que les hace deambular entre la esperanza de encontrar a su ser querido cuanto antes, el temor a hacerlo en condiciones desfavorables y el deseo de que esa situación, en la que el tiempo parece congelado, tenga un final, aunque esto suponga una resolución fatal para la persona ausente”.
Algunas de las emociones que pueden aparecer con frecuencia son la culpa -por acción u omisión-, la frustración, la impotencia, la tristeza, o la ira, dirigida hacia la persona desaparecida y/o hacia ellos mismos por no haberlo sabido y/o podido evitar, o bien “ante la idea hipotética de actuar de otro modo una vez constatada la ausencia”.
La ira puede manifestarse también hacia una entidad superior por no interceder, o estar dirigida a los profesionales de la intervención, instituciones y autoridades a cargo de la investigación, al considerar que no han recibido el trato correcto por su parte y que no han dedicado el tiempo y los recursos adecuados o suficientes en su caso. Esto último provoca, según los expertos, un agravamiento de su sufrimiento, estigmatización y la consiguiente victimización secundaria.
De acuerdo con la evidencia, la desaparición de personas es una realidad “que puede comprometer gravemente el bienestar y la salud mental de las personas afectadas, así como de los profesionales implicados en la resolución de estas situaciones”.
Concretamente, la desaparición de un ser querido presenta determinadas particularidades en comparación con otros sucesos traumáticos: la falta de certezas, que dificulta el proceso de adaptación y afrontamiento de la situación, y que, junto con la ausencia de ritos que limitan la validación emocional y el apoyo social, hacen que la situación se vuelva aún más complicada, particularmente dolorosa y devastadora.
Las reacciones más frecuentes en estos casos son el duelo prolongado, la depresión y el estrés postraumático, con mayor alteración y presencia de patología que en los casos de fallecimiento.
El artículo subraya que las familias y allegados de personas desaparecidas pueden beneficiarse de la adopción de medidas dirigidas a paliar los efectos del estrés y prevenir su complicación y/o cronificación, el acceso a una atención inmediata y especializada desde los primeros momentos, o la promoción de cambios a nivel institucional y organizacional, para evitar situaciones que generen victimización secundaria (por ej., promover una formación especializada y actualizada de los profesionales).
Las investigaciones llevas a cabo en este ámbito indican que el contacto con el sufrimiento humano que tienen los/as profesionales de la salud, seguridad y emergencias, genera mayores niveles de ansiedad y estrés. Esta labor, en el caso de la desaparición de personas, se encuentra “entre las situaciones que más impacto psicológico y emocional pueden generar en un experto de la seguridad y emergencia”
Para sobrellevar el día a día, estos y estas profesionales llevan a cabo una serie de conductas -tales como, mantenerse ocupados/as y orientados/as a la tarea, negar el impacto que les produce, suprimir las emociones o sentimientos experimentados, entre otras-, que, si bien son adaptativas inicialmente, pueden tener también efectos negativos en la salud mental y en “la propia intervención profesional”.
En estos casos, la implementación de buenas prácticas resulta igualmente beneficiosa, reduciendo significativamente el posible impacto negativo de estas situaciones sobre el interviniente (tanto en el ámbito personal como profesional) y mejorando la calidad de su trabajo.
Con respecto a las actuaciones por parte de las instituciones, una demanda que vienen realizando familiares y allegados de personas desaparecidas es la de recibir una atención integral humanizada, individualizada y adaptada a las singularidades de cada perfil de caso de desaparición.
Atendiendo a lo expuesto, los autores del presente artículo consideran esencial contar con un protocolo de aplicación de buenas prácticas psicológicas en la atención a familiares y allegados en casos de personas desaparecidas. Por ello, basándose en la evidencia constatada en diversas áreas psicológicas, han establecido una propuesta en el desarrollo de este aspecto, que resumimos a continuación:
1. Buenas prácticas con personas desaparecidas
a. Con personas que no han aparecido
En estos casos, los autores consideran clave tener en cuenta qué hacer con sus objetos personales (los que son de utilidad para la investigación, los que se pueden entregar a la familia, etc.). Debe evitarse ser intrusivo en la reconstrucción de los últimos movimientos de la persona ausente y tratar con cuidado los datos personales de todos/as.
b. Si la Persona Aparece sin Vida
Se considera fundamental aquí el respeto a la imagen de la persona desaparecida y el respeto a su dignidad, sin tergiversar lo sucedido y sus motivaciones.
c. Si la Persona aparece con Vida
Es prioritario velar por sus derechos y respetar su decisión de volver a su entorno o de permanecer en el anonimato (informando a la familia de su estado y sus deseos, garantizando confidencialidad). En este punto se pone de relieve la necesidad de facilitar “asistencia psicológica en distintos momentos, escenarios y roles, hacia las distintas poblaciones y colectivos”, para facilitarles el poder canalizar la situación potencialmente traumática.
2. Buenas prácticas con familiares y allegados de personas desaparecidas
Los autores subrayan la relevancia de tener más cuidado aquí, especialmente, en casos de desapariciones de larga duración.
a. Cuando hay avances en la investigación
Es necesario valorar qué información se transmite, cómo, cuándo, quién lo hace, con qué finalidad, etc. El propósito es mantenerles informados, “sin afectar al curso de la investigación y, si hubiera sospechas de criminalidad, cuidar la información para no interferir en la misma, evitar malentendidos, así como conflictos en la búsqueda y posteriormente”.
b. Cuando deben comunicarse malas noticias
Cuando no hay pistas o las líneas de investigación son infructuosas y la localización de la persona (fallecida o viva pero que no desea tener contacto con la familia); esta información debe brindarse de forma “adecuada, suficiente y efectiva”, realizando un buen contacto psicológico ante posibles conflictos familiares, en aras de “reducir tensiones y dar calma a la situación”.
c. Ante desapariciones de larga duración
En estos casos, es necesario saber manejar el malestar emocional de las familias, para evitar que se sientan dañadas, explicándoles de forma adecuada cualquier toma de decisiones.
d. Cuando se confirma el fallecimiento o hay indicios suficientes
Los autores consideran prioritario aquí ayudar a cerrar procesos a todos los niveles, “facilitando las gestiones pertinentes y potenciando un afrontamiento resiliente y compasivo”.
e. Derivación efectiva a recursos asistenciales
Cuando se detecte la necesidad o lo pidan expresamente los familiares.
3. Buenas prácticas con los y las profesionales que atienden a las familias
Los y las profesionales que desarrollan esta labor deben contar con “habilidades personales entrenadas y competencias psicológicas que favorezcan el trato con las familias”.
a. Autocuidado
Fomentar el autocuidado es primordial, para evitar el desgaste psicológico, el burnout y el ‘desgaste por empatía’, así como para poder dosificar los esfuerzos.
b. Flexibilidad del desempeño laboral
Es necesario compatibilizar la disponibilidad, cuando se precise, con el descanso tras una intensa jornada en la que ya no es necesario seguir a corto plazo. En este punto, es crucial brindar “formación general y especializada sobre manejo del estrés”.
c. Trabajar en coordinación con otros/as entre profesionales
Se recomienda una coordinación entre diferentes fuerzas y cuerpos de seguridad, entidades colaboradoras y otros/as profesionales, compartiendo competencias, con el propósito de maximizar la calidad del trabajo desarrollado y reducir el impacto negativo sobre el interviniente en el ámbito personal y profesional.
4. Buenas prácticas dentro de la gestión operativa e informativa de la desaparición
Las recomendaciones en esta apartado implican buenas prácticas en la gestión de la desaparición, en la coordinación entre instituciones y organismos (para evitar el retraso de cuestiones muy importantes o vitales) y en la relación con los medios de comunicación.
5. Buenas prácticas en actuaciones adaptadas al tipo de desaparición
Ante una desaparición, la relación de ayuda con las personas afectadas debe incluir “confianza, empatía, autenticidad, preocupación, respeto, tolerancia, aceptación, sinceridad y el compromiso con la relación”. Los autores recomiendan adaptar las actuaciones según el tipo de desaparición (voluntaria, involuntaria, forzosa), la causa que la ha provocado y/u otros elementos añadidos (por ej., situaciones de suicidio, delitos como el secuestro, zonas de conflictos armados, desaparición por redes de tráfico…), y en función de la edad o características de la persona desaparecida (por ej., personas mayores, menores, personas con problemas de salud mental, extranjeras, con petición de asilo o protección internacional, en situación de violencia de género, etc.).
6. Otros ámbitos de buenas prácticas (otros colectivos, desarrollos futuros…)
Es necesario tener en cuenta otros aspectos que también afectan a la relación de ayuda en situaciones de desaparición, entre ellos, los valores personales de quien actúa, aspectos bioéticos, o las dificultades que pueden aparecer en la relación de forma más o menos imprevista.
El rol clave del/de la Profesional de la Psicología Especializado en desapariciones
La complejidad y características del problema de las desapariciones, implican que su abordaje también sea complejo, “desde la perspectiva del comportamiento humano y valorando no solo la interacción entre los procesos biológicos, ambientales y sociológicos, sino también psicológicos”.
El artículo incide en la necesidad de que los/as profesionales de la Psicología estén debidamente especializados en la intervención psicológica en desapariciones, lo que conferirá una mayor “calidad y rigurosidad al proceso terapéutico, en el beneficio de las familias y otros actores que puedan también demandarla”.
Tal y como indican los autores de este artículo, el rol del o de la profesional de la Psicología en la desaparición de una persona debe centrarse en “la prevención, en la intervención propiamente dicha durante el proceso de la desaparición y en la posvención tras su resolución”.
En la misma línea, inciden en que la naturaleza e impacto de una situación de esta índole justifica la necesidad de contar con una “estrategia de intervención psicológica holística, especializada y eficiente, que integre y beneficie a todas las personas implicadas en cada nivel”.
El/la Profesional de la Psicología Especializado en desapariciones en la Prevención
Su función en el ámbito de la prevención es la de desarrollar medidas y acciones, de cara a evitar que puedan producirse situaciones de esta índole o mitigar los posibles efectos adversos y riesgos. Para ello, pueden emprender actuaciones dirigidas al sistema educativo, al conjunto de la sociedad y a otros colectivos específicos (como los profesionales de la intervención y los medios de comunicación).
Importancia de estos/as profesionales en el ámbito de la Intervención
Es fundamental que el/la profesional de la Psicología esté debidamente capacitado y especializado en el abordaje de esta problemática. Se distinguen en este apartado tres fases en el abordaje psicológico de las desapariciones, cada una de ellas con distintas respuestas psicológicas: (1) el descubrimiento de la desaparición, (2) la búsqueda del ser querido y (3) su localización.
El descubrimiento de la desaparición: se caracteriza por una reacción de alarma y sobresalto que puede constituir una primera experiencia traumática. El/la profesional de la Psicología debe facilitar el afrontamiento de las gestiones relativas al proceso de denuncia, y realizar una primera intervención que promueva en las personas un buen manejo emocional y la sensación de control sobre la situación.
La fase de búsqueda del ser querido: es común en esta fase la presencia del malestar que genera la ausencia de respuestas y el sufrimiento “que dirige a las personas afectadas a la necesidad de cierre de esta situación”. El/la psicólogo debe ayudar a los familiares a gestionar la incertidumbre y la ambivalencia emocional. “No se trata de empezar a elaborar un duelo sin certezas, sino de aprender a convivir con la situación de manera que la afectación en su funcionamiento cotidiano y en sus relaciones interpersonales sea la menor posible”. El profesional de la psicología es la figura que debe mediar entre las distintas personas para facilitar la resolución de conflictos, toma de decisiones y la reorganización en las tareas cotidianas.
El papel que desempeña este/a profesional en el ámbito de la Posvención
La localización del ser querido “implica el cierre del proceso emocional asociado a la incertidumbre y puede iniciar un proceso de duelo y/o suponer la necesidad de readaptación del grupo familiar”. Las funciones del/la psicólogo/as variarán según la persona sea localizada con vida o sin vida. En este último caso, debe centrarse en facilitar la comunicación y el afrontamiento de la mala noticia, promoviendo estrategias adaptativas que permitan gestionar el dolor ante la certeza de la pérdida. Los autores insisten en la relevancia de que estos/as profesionales cuenten con una formación especializada, “para poder adecuar y personalizar su intervención”.
Si la persona desaparecida aparece con vida, recomienda tener en cuenta que, “generalmente, la reorganización y diferencias en el grupo familiar serán mayores a mayor tiempo transcurrido desde la desaparición”.
En aquellos casos en los que la búsqueda se prolonga en el tiempo sin que la persona aparezca, la incertidumbre y la necesidad de clausura se incrementan aún más, conllevando conflictos en la estructura familiar y las relaciones interpersonales, con aparición de ansiedad y depresión. El papel del/de la profesional de la psicología en esta fase es “facilitar el reconocimiento de la ausencia para su integración y afrontamiento adaptativo, promoviendo momentos de interacción social y vinculación con el entorno, la reorganización de roles y rutinas y la realización de rituales que den soporte a esa ausencia, para aprender a vivir sin la persona desaparecida”.
A su vez, se considera importante preparar a la familia durante todo el proceso de la desaparición, para todos los trámites legales que deberán afrontar.
El artículo concluye señalando que la implementación de buenas prácticas supone “tener consideración hacia la persona desaparecida, a su memoria y al derecho a un recuerdo positivo y equilibrado de la misma por parte de sus familiares y allegados”.
Se puede acceder al artículo completo desde la página Web de Papeles del Psicólogo o bien directamente aquí:
Álvarez-Aparicio, A. I., Martínez, J. M., Acinas, M. P. y Herráez-Collado, E. (2024). Buenas prácticas en la atención a familiiares y allegados en casos de desaparición de personas. La importancia del profesional de la psicología especializado en desapariciones. Papeles del Psicólogo/Psychologist Papers, 45(3), 127-135.