EDITORIAL – MARZO, ABRIL Y MAYO 2009
07 May 2009

Paco Santolaya Ochando

Presidente

Consejo General de Colegios Oficiales de Psicólogos

Inmersos como estamos en una crisis económica y social de considerables proporciones, los psicólogos nos preguntamos cómo nos puede afectar profesionalmente, ya que en lo personal es evidente que nos golpea como a los demás, y en qué medida podemos contribuir a paliar sus efectos más nocivos.

La contestación a esas preguntas no es fácil. Nuestra profesión no tiene remedios para reducir o acabar con las crisis globales de esta naturaleza. Se dice que gran parte del problema actual es de carácter psicológico, y que el problema financiero de fondo tiene más de exceso de confianza, antes, y de crisis de confianza, ahora, que de verdadera quiebra del sistema productivo y de creación de riqueza. Cualquiera que sea la razón de fondo, y ahí los expertos tienen mucho que investigar y decir, resulta un hecho que la crisis es un producto del comportamiento de las personas en el mercado, entre otras variables importantes, y que sus efectos nocivos repercuten sobre la salud y el bienestar de esas mismas personas. Estos son asuntos de gran interés para los psicólogos.

Si empezamos por lo que «produce» la crisis de confianza de las personas, resulta evidente que la respuesta no puede ser simple. Es seguro que hay circunstancias objetivas de tipo económico o político que han disparado la alarma social y han generado la espiral de desconfianza. Sin embargo, y esto tiene más enjundia psicológica, no debemos olvidar que la crisis no debe ser tratada sólo como un efecto, sino que también tiene una acción «causal» o «motivadora» de la desconfianza general. Como en casi todo lo que afecta a la conducta humana, la causalidad no es lineal. La presencia de la propia crisis genera un comportamiento defensivo (se compra menos, se endeuda uno menos, se emprende menos) que amplifica los recelos y deteriora aún más el tejido económico. El efecto en el comportamiento de las personas de los fenómenos objetivos, se convierte, a su vez, en causa que estimula y acelera la crisis económica. ¿Cómo podemos ayudar a hacer frente a esta situación?

En un reciente editorial, el presidente de la APA propugnaba tres vías: 1) Enseñar a la gente a manejar la incertidumbre, 2) Contrarrestar los mensajes negativos (destructivos) de los medios, y 3) Desarrollar el optimismo a través de la aplicación de la Psicología Positiva. No sé en qué medida los psicólogos españoles, sean profesionales o académicos, podrían responder al desafío de proponer los medios y los procedimientos para que estas medidas puedan pasar de la musa de la ciencia al teatro de la vida. Pero es evidente que la Psicología española no debería permanecer al margen de una situación que nos compromete como ciudadanos y profesionales.

En donde, sin embargo, las respuestas están más claras es en la forma en la que podemos ayudar a paliar las consecuencias de la crisis económica y social actual. Los datos son contundentes. Crece el paro de manera importante, disminuye la capacidad de gasto de las administraciones en gasto social, y como consecuencia aumenta el malestar. Ese malestar se traduce en mayor demanda de servicios sanitarios, entre otros de salud mental, en un contexto de fuertes restricciones presupuestarias.

Los psicólogos hemos venido diciendo, reiteradamente, que la actual demanda de servicios psicológicos dentro del sistema sanitario no puede ser atendida de forma efectiva y eficiente por la actual dotación de personal. Y ésto lo decíamos cuando no se preveía una crisis como la actual. Ahora, es previsible, que las contradicciones del sistema acaben llevándolo a una situación extrema. Más pacientes en Salud Mental dentro de un modelo de gasto sanitario muy decantado por el consumo farmacéutico, es una receta segura para que las magras arcas de la Sanidad queden resecas. Y lo más curioso es que este modelo tampoco garantiza que los problemas estén en vías de solución, ni va a reducir el sufrimiento y la discapacidad, como así lo atestiguan otros sistemas sanitarios que se están encaminando hacia la vía de la reforma. Si las crisis ofrecen una oportunidad de oro para las reformas, este es el momento de que se propongan soluciones nuevas y efectivas para problemas del Sistema Nacional de Salud conocidos.

También, las situaciones de crisis son momentos adecuados para retomar con más fuerza algunas aspiraciones latentes, que la desidia y la inercia mantienen en el cajón del olvido. La prevención siempre gozó de las mejores intenciones, pero de muy escasos recursos. Señalada como eje de muchas políticas sanitarias, ha sido, en muchas ocasiones, más una estrategia de marketing que una idea impulsora de medidas que atajaran las causas de los problemas. Es conveniente recordar que no hay nada tan eficiente como la prevención efectiva. Éste es un hecho que resulta conveniente resaltar en un momento en que cada céntimo que se gasta, debe mirarse con esmero.

Creo que ha llegado la hora de darle a la prevención la importancia que se merece. Debemos atajar, antes de que se produzcan, muchos de los trastornos que luego consumirán crecientes y costosos recursos. Problemas como el fracaso escolar, la drogodependencia, los trastornos alimentarios, el comportamiento antisocial y otros, tienen su caldo de cultivo en la infancia y la adolescencia, y no están siendo adecuadamente atendidos por los servicios con los que está dotada nuestra enseñanza. ¿Por qué no se ponen los medios para que se pueda realizar una prevención de calidad en la escuela? ¿Por qué no se adoptan medidas para reducir, de forma efectiva, la actual desatención de nuestros jóvenes en el campo de la salud mental?

Un momento de crisis como el actual puede ser un buen momento para eliminar falsas barreras (Educación versus Sanidad) y apostar por políticas efectivas que beneficien a los ciudadanos y mejoren su calidad de vida y su bienestar. A buen seguro, eso mejorará su confianza y contribuirá a reducir la crisis. ¿No es eso lo que se pretende?

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