Las deficiencias visuales, independientemente del tipo de pérdida de visión o de su edad de aparición, conllevan una pesada carga psicológica en las personas que las desarrollan, con un riesgo significativamente elevado de desarrollar ansiedad y depresión.
Esta es una de las conclusiones de un estudio publicado en la revista Journal of Optometry, y desarrollado por investigadores del Instituto de investigación Envision (Envision Research Institute) y del Departamento de Psicología de la Universidad de Washington, a través del cual realizan una revisión de la literatura actual, sobre el impacto psicológico y social asociado con la pérdida de visión.
Tal y como indican los autores de este estudio, la baja visión se asocia con una calidad de vida reducida, afectando a la persona que la presenta de diferentes formas: dificultades para leer, restricciones en las actividades y el empleo, y limitaciones en la movilidad, tanto física como práctica (por ejemplo, conducir un coche). Como consecuencia, “es fácil que la pérdida de visión resulte en una menor participación en actividades sociales y placenteras”.
La evidencia disponible señala que la baja visión y la ceguera son factores de riesgo tanto para la ansiedad como para la depresión, con una fuerte comorbilidad entre ambas. Se considera que la anhedonia (capacidad reducida para sentir placer) y el dejar de realizar actividades con las que antes disfrutaban, pueden ser dos factores importantes que contribuyen en el desarrollo de la ansiedad y la depresión. Se cree que esta relación es bidireccional: “la depresión conduce una reducción/eliminación de actividades placenteras y/o sociales, y la pérdida de actividades placenteras y de contacto social empeora los síntomas depresivos o de ansiedad”.
La pérdida de visión y la ceguera impactan en la calidad de vida y la función social y son factores de riesgo para la ansiedad y la depresión
En la misma línea, diversas investigaciones señalan que la susceptibilidad a la ansiedad y la depresión en casi todas las poblaciones ciegas y con baja visión puede deberse, al menos parcialmente, a la falta de acceso a actividades sociales y placenteras.
Asimismo, reconocen un impacto funcional de la pérdida de visión en la calidad de vida y la función social: por ejemplo, las personas con pérdida del campo visual periférico ya no pueden conducir ni desplazarse con un vehículo, lo que puede derivar, en algunos casos, en aislamiento social. Aquellas con pérdida de visión central, pueden ver notablemente afectada su capacidad de lectura y probablemente afecte de forma negativa en su ámbito laboral. Estos casos pueden exacerbarse por la preocupación ante la progresión de estas enfermedades progresión, contribuyendo a la aparición de sentimientos de frustración, miedo y tristeza.
Los autores de este estudio apuntan a otra causa potencial para el desarrollo de ansiedad y depresión en personas ciegas, y que hasta ahora no ha sido suficientemente investigada: la pérdida de información social no verbal importante, como la expresión facial y el lenguaje corporal, que dificultaría la participación efectiva en interacciones sociales.
Partiendo del hecho de que las señales faciales, claramente, tienen una profunda importancia ecológica, las dificultades para reconocer rostros o emociones dificultan aún más el funcionamiento social en un amplio espectro o variedad de trastornos -entre ellos, la prosopagnosia y el trastorno del espectro autista (TEA)-. Por lo tanto, a juicio de los autores, “parece plausible que la baja visión que afecta el procesamiento facial pueda ser un factor de riesgo adicional hasta ahora inexplorado para la depresión, el aislamiento social y la ansiedad”.
A continuación, resumimos las principales conclusiones de esta revisión:
Consecuencias psicológicas y sociales de la baja visión de aparición temprana
Actualmente está bien establecido que la pérdida temprana de la visión tiene consecuencias psicológicas y sociales, y que, al menos, algunas de estas consecuencias pueden persistir hasta la adolescencia. Los niños y niñas con retinopatía del prematuro (ROP), caracterizada por un crecimiento vascular anormal bilateral y posterior desprendimiento de retina debido a la prematuridad, obtienen puntuaciones más bajas en la subescala de personalidad del Children’s Visual Function Questionnaire (CVFQ) -cuestionario que evalúa el impacto de la discapacidad visual en la calidad de vida de los/as pequeños/as y sus familias-.
Las puntuaciones de bienestar psicológico y social se reducen de manera similar en niños y niñas con microftalmia (malformaciones oculares en recién nacidos que reducen el tamaño de los ojos por debajo del promedio), anoftalmia (no desarrollan los ojos durante el período prenatal) y coloboma (malformación ocular que afecta al párpado, al cristalino, a la mácula, al nervio óptico, al coroides, al iris y/o al cuerpo ciliar), así como en niños/as con retinoblastoma (un cáncer ocular que puede requerir la extirpación del ojo).
Consecuencias psicológicas y sociales de la baja visión de aparición tardía
La depresión y la ansiedad suelen ser comunes en personas con pérdida visual de aparición tardía. Aunque la asociación entre pérdida visual y ansiedad no es tan clara como la asociación entre pérdida visual y depresión, la ansiedad es un síntoma importante en muchos individuos. La agorafobia y la fobia social son los trastornos de ansiedad más prevalentes en los adultos mayores con discapacidad visual.
Las personas con Degeneración macular relacionada con la edad (DMAE) tienen más probabilidad de sufrir depresión y reportar peor calidad de vida
En las primeras etapas de la DMAE (una enfermedad degenerativa progresiva de la mácula, el área central de la retina responsable de la alta agudeza visual necesaria para la lectura y el reconocimiento facial), destaca entre sus síntomas, la dificultad para ver los objetos con claridad y/o presencia de distorsiones. Con el tiempo, y sin tratamiento, la visión se deteriora lentamente, lo que resulta en la pérdida de regiones importantes de la visión central. Esta enfermedad reduce significativamente la sensibilidad de las personas a los rostros, hasta el punto en que incluso llega a afectar al reconocimiento de rostros y expresiones faciales familiares.
Los datos revelan que las personas con pérdida de visión foveal debido a DMAE tienen más probabilidades de sufrir depresión y reportar una peor calidad de vida que aquellas que no tienen esta enfermedad. Las personas mayores con DMAE obtienen puntuaciones significativamente peores en su calidad de vida, angustia emocional y depresión, con niveles de prevalencia de hasta un 33%, especialmente, cuando la pérdida de visión es relativamente reciente o se percibe una falta de apoyo social. Esta depresión parece estar relacionada con la pérdida de la función social.
A mayor gravedad del glaucoma y cuando existen graves déficits del campo visual, aumenta la prevalencia de depresión y ansiedad
Los primeros síntomas del glaucoma (una enfermedad que daña el nervio óptico) incluyen pérdida de la visión periférica pero, en casos más graves, la enfermedad puede afectar a una gran proporción del campo visual. Los estudios de calidad de vida que analizan específicamente las puntuaciones asociadas con la función psicológica y social evidencian que el glaucoma afecta negativamente el funcionamiento psicológico y social, con una mayor prevalencia de ansiedad generalizada y depresión, especialmente en aquellos casos en los que carecen de apoyo social.
A medida que aumenta la gravedad del glaucoma, en niveles en los que es probable que se vea afectado el reconocimiento facial, la calidad de vida disminuye y la depresión es más común. Cuando la enfermedad está avanzada y existen déficits graves del campo visual, se incrementa la prevalencia tanto de depresión como de ansiedad, con un aumento lineal de la ansiedad en función del empeoramiento de la agudeza.
La retinosis pigmentaria (RP) es un fuerte factor de riesgo para la depresión y la ansiedad
En las primeras etapas de la retinosis pigmentaria (una enfermedad degenerativa progresiva del ojo caracterizada por la pérdida de fotorreceptores que comienza en la periferia del campo visual), los síntomas incluyen problemas para ver de noche y disminución de la visión periférica. A medida que la visión periférica empeora, las personas pueden experimentar una «visión de túnel». Múltiples estudios muestran que la RP es un fuerte factor de riesgo para la depresión y la ansiedad. Las estimaciones de prevalencia sugieren que, aproximadamente, el 37% de los y las pacientes con esta enfermedad presentan ansiedad y entre el 15 y el 26% reportan síntomas depresivos.
Se observa también una correlación entre las puntuaciones de calidad de vida, la vida social, la ansiedad y la depresión, y el grado de discapacidad visual, medido por la agudeza visual y el campo visual residual.
La prosopagnosia y el Trastorno del Espectro del Autismo (TEA) se vinculan con la ansiedad social
La prosopagnosia, también conocida como ceguera facial, es un deterioro en la capacidad de reconocer rostros en ausencia de déficits visuales de nivel inferior. Las personas con prosopagnosia tienden a depender de señales visuales no faciales (como el cabello, la ropa o la voz) para identificar a los demás. Tanto en el caso de la prosopagnosia adquirida como en la de desarrollo, la falta de capacidad para reconocer rostros a menudo conduce a ansiedad social y depresión.
La prosopagnosia tiene consecuencias psicológicas y sociales duraderas, incluidos cambios de comportamiento para evitar situaciones en las que pueda evidenciarse el fallo en el reconocimiento, aparición de estrés, cambios de personalidad, cambios en las relaciones y redes sociales, falta de confianza y aislamiento, etc. Los niños con prosopagnosia frecuentemente presentan sentimientos de vergüenza, ansiedad, depresión y desarrollo de habilidades sociales atípicas.
Por otro lado, a diferencia de las personas con prosopagnosia, las personas con TEA tienen dificultades para reconocer una amplia gama de señales sociales, como las señales sociales vocales (por ej., responder cuando se les llama por su nombre) así como para evaluar e interpretar el intercambio de lenguaje, los gestos faciales y corporales, la postura y el movimiento corporal.
Estas dificultades generales en el procesamiento de las interacciones sociales derivan en problemas de ansiedad social y depresión. Se cree que esta relación es bidireccional: la ansiedad social puede llevar a las personas con TEA a evitar situaciones sociales, lo que contribuye aún más a sus dificultades sociales y depresión.
El entrenamiento en reconocimiento de la voz, de señales sociales y de emociones puede mejorar las habilidades sociales y el funcionamiento psicológico y social
Por lo tanto, esta revisión pone de manifiesto que, independientemente de la edad de aparición de la enfermedad o del tipo de pérdida de la visión, las deficiencias visuales conllevan una pesada carga psicológica, con un riesgo significativamente elevado de ansiedad y depresión. En opinión de sus autores, es probable que esto se deba a múltiples factores que incluyen la pérdida visual directa, el miedo al empeoramiento de la visión, la pérdida de oportunidades laborales, actividades y movilidad restringidas y dificultades para acceder a la atención sanitaria. Incluso con una pérdida visual mínima, el mero conocimiento de tener un pronóstico de pérdida progresiva de la visión, puede tener un efecto negativo en la calidad de vida.
Con respecto a la intervención, los autores de este estudio sugieren llevar a cabo un entrenamiento en reconocimiento de la voz, así como de señales sociales y emociones, puesto que ello podría conllevar una mejora en las habilidades sociales y de comunicación y en el funcionamiento psicológico y social.
El artículo concluye poniendo de relieve la importancia de llevar a cabo más estudios sobre el impacto de la pérdida de visión en la salud mental, con la finalidad de poder contar con información más amplia y detallada “para guiar mejor tanto la intervención de rehabilitación como el tratamiento clínico del malestar psicológico y social”.
Fuente: Klauke, S., Sondocie, C., y Fine, I. (2023). The impact of low vision on social function: The potential importance of lost visual social cues. Journal of Optometry, 16(1), 3-