No cabe duda de que, durante la última década, la Psicología ha cobrado una importancia cada vez mayor en nuestra sociedad (Comisión Europea, 2016), un reconocimiento que surge gradualmente, como resultado del incremento exponencial de los problemas de salud mental en los últimos años y una demanda creciente de atención psicológica para abordar este tipo de problemas (OMS, 2019; OCU, 2019; Defensor del Pueblo, 2020). Sin embargo, podríamos decir que el mayor punto de inflexión en el rol conferido a la Psicología viene marcado con la incursión de la pandemia por coronavirus (Covid-19) a nivel mundial, una situación que ha causado un enorme impacto psicológico y social, y cuyos efectos en la salud mental están siendo sumamente preocupantes (Ozamiz-Etxebarria, Dosil-Santamaría, Picaza-Gorrotachegui, e Idoiaga Mondragón, 2020; OMS, 2020). |
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Aunque aún es difícil predecir con precisión (y por tanto estimar) las consecuencias psicológicas y emocionales del COVID-19 (Ozamiz-Etxebarria y col., 2020), la OMS ha puesto de relieve el papel clave que desempeña -y debe desempeñar- la Psicología, instando a estudiar las nuevas necesidades que están surgiendo en todos los sectores y a garantizar que el apoyo psicológico esté disponible como parte de los servicios esenciales (OMS, 2020). A este respecto, en España concretamente, se ha ido detectando una mayor necesidad de atención psicológica especializada en diversos sectores, una petición que, hoy en día, no queda suficientemente cubierta, y que sumada a la incipiente demanda de servicios dotados de una mayor calidad y eficacia (Bombín y Caracuel, 2008), viene poniendo de manifiesto la relevancia de crear nuevas especialidades sanitarias de la Psicología en pro de la mejora de la calidad asistencial en el contexto actual (MSSSI, 2013). Precisamente, en este sentido, el pasado mes de mayo, el Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social anunciaba, en Sesión de Control al Ejecutivo celebrada en el Congreso de los Diputados, la publicación -previsiblemente a finales de este año 2020-, del nuevo Real Decreto a través del cual se pretende regular la formación transversal en las especialidades en ciencias de la salud, las áreas de capacitación específica y el procedimiento de creación de títulos de especialista en ciencias de la salud. La importancia y necesidad de una medida legislativa de esta índole, aún más patente en el contexto presente, ha sido puesta de relieve a lo largo de estos últimos años por numerosos expertos y organizaciones. Ya en 2013, el Libro Blanco de los Recursos Humanos de las Profesiones Sanitarias -elaborado por el Consejo Asesor de Sanidad en colaboración con numerosos expertos y representantes de las diferentes profesiones sanitarias (entre ellos, el Consejo General de la Psicología)-, recalcaba la pertinencia de incluir en el borrador del mencionado Real Decreto nuevas especialidades sanitarias de la Psicología, tales como Especialista en Psicología Clínica Infanto-Juvenil, Especialista en Neuropsicología Clínica, entre otras muchas, que compartiesen un tronco común de dos años junto con la actual Especialidad de Psicología Clínica. Asimismo, el texto subrayaba la relevancia del desarrollo pleno de las especialidades sanitarias, la troncalidad y la formación en su conjunto, junto con la investigación y la docencia, así como la potenciación del uso de las nuevas tecnologías entre los profesionales sanitarios, como bases firmes para una política adecuada a las necesidades del futuro de la sanidad española (MSSSI, 2013). Si bien en Psicología el desarrollo de una especialización es un proceso que parece ser impuesto por la sociedad misma (Bombín y Caracuel, 2008), para comprender los retos a los que tiene que hacer frente la disciplina en aras de mejorar su calidad dentro de la Formación Sanitaria Especializada, no podemos sino establecer una analogía con la titulación de Medicina. No es desconocido el intenso proceso de especialización que ha vivido la profesión médica a lo largo de estos años, y que ha supuesto la consecución de un elevado -y exponencial- número de especialidades en medicina, sin parangón en el resto de las profesiones universitarias, así como la exigencia de seguir un procedimiento reglado para adquirir la condición de especialista (MSSSI, 2013): según Asenjo (2018), hasta la aparición de la Ley de Especialidades Médicas de 20 de julio de 1955, era especialista quien así se autodenominaba. Tras el desarrollo de esta norma, y por medio de diversas medidas legislativas aprobadas a lo largo de los años, comenzó un sistema de internado y residencia y se adquirió el reconocimiento de las Comisiones Nacionales de las Especialidades. Con la promulgación de la Ley 44/2003, de 21 de noviembre [LOPS], las especialidades médicas pasaron a denominarse especialidades en ciencias de la salud y se introdujo el concepto de troncalidad; posteriormente, la aprobación Real decreto 183/2008, conllevó la clasificación de las especialidades en ciencias de la salud y se desarrolló el sistema de Formación Sanitaria Especializada (FSE). En este proceso se produjo una transformación de la práctica médica, partiendo de un sistema tradicional sin regulación y basado en la experiencia adquirida, hasta un sistema de formación de especialistas: el sistema MIR (Cantero-Santamaría, Alonso-Valle, Cadenas-González y Sevillano-Marcos, 2015). El desarrollo y profunda transformación de la sanidad española, la creación y consolidación del sistema de formación MIR para la capacitación de facultativos especialistas y el proceso de reforma de la atención sanitaria a la salud mental, son señalados como los factores que posibilitaron que el colectivo profesional de la Psicología, con la importante contribución de sectores académicos, iniciara el proceso de construcción de la Psicología Clínica como especialidad sanitaria (Olabarría y Anxo García, 2011). Desde entonces y hasta el momento presente, a diferencia de Medicina -que actualmente cuenta con 48 especialidades en FSE-, en Psicología tan solo existe una especialidad con reconocimiento oficial: la de Psicólogo Especialista en Psicología Clínica, reconocida desde octubre del 1993 a nivel autonómico y desde diciembre de 1998 a nivel estatal mediante el Real Decreto 2490/1998 (Jarné, Vilalta, Arch, Guardia y Pérez, 2012). Igualmente, en contraposición con la titulación médica -que engloba el mayor número de plazas en la Convocatoria para el acceso a la FSE y una menor ratio de solicitantes por plaza-, la oferta de plazas en Psicología se mantiene escasa año tras año, por lo que la ratio de solicitantes por cada una de ellas continúa siendo la más elevada en comparación con el resto de las especialidades (ver: http://www.infocop.es/view_article.asp?id=7954). Esta situación, se traduce a la larga en un insuficiente número de profesionales en el SNS, específicamente de psicólogos clínicos, y que contrasta a todas luces con las necesidades actuales que presenta nuestro Sistema Sanitario público, donde se han disparado las consultas relacionadas con motivos de malestar psicológico, especialmente, en los últimos meses, con la pandemia del Covid-19 (Salud Mental España, 2020). A este respecto, son cada vez más las voces que señalan la trascendencia de incrementar la oferta de plazas (Defensor del Pueblo, 2020) y fortalecer el desarrollo del sistema de formación PIR (Escudero y col., 2005). Con respecto a su programa formativo, la normativa actual pretende la formación de un especialista que cuente con competencias en casi cualquier campo de su futura actividad profesional, rotando, a lo largo del programa, por aproximadamente todos los servicios que son relevantes para el futuro especialista, con una extensión y amplitud que menoscaba la preparación intensiva en áreas específicas de la Psicología Clínica (Fernández-Hermida, Santolaya y Santolaya, 2017). Entre los inconvenientes detectados por algunos expertos en este sentido, se menciona la tendencia a formar en trastornos mentales severos en el contexto de red pública, y una menor incidencia formativa en los trastornos emocionales frecuentes y en las técnicas de abordaje de tipo psicoterapia interpersonal y otras especialidades clínicas como Neuropsicología o Psicooncología (Jarné y Pérez-González, 2020). La actual coyuntura pone de manifiesto la relevancia de acometer un cambio, habida cuenta de la creciente complejidad de los ámbitos de actuación de la Psicología Clínica y de la Salud (Buela Casal, 2004), y una mayor necesidad de formación especializada en diversos campos tales como la Psicooncología, la Psicología Clínica Infanto-Juvenil, la Neuropsicología (MSSSI, 2013; Fernández-Hermida, Santolaya y Santolaya, 2017), e incluso la Psicología Forense, cuya principal actividad es el diagnóstico de problemas psicológicos y la evaluación de variables psicológicas con la finalidad judicial, pero siempre relacionado con la salud (Buela Casal, 2004). Pero, ¿por qué estas especialidades concretamente? Varios son los motivos que llevan a plantear la regulación de las mismas y que resumimos a continuación:
Para analizar en detalle todo lo expuesto y comprender sus implicaciones, Infocop ha querido conocer la opinión de cuatro expertos cuya trayectoria profesional está vinculada con el campo de la Psicooncología, la Psicología Forense, la Neuropsicología y la Psicología Infanto-juvenil, respectivamente: Juan Antonio Cruzado, Mª José Catalán, Óscar Pino López y José Pedro Espada, a través de la entrevista conjunta que publicaremos en los próximos días. Las referencias bibliográficas de este artículo se encuentran disponibles a través del siguiente enlace: |
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En el año 2023, se han producido en España 18.033 fallecimientos por causas externas, de ellos, 4.116 corresponden a casos de suicidio, una cifra que se reduce por primera vez desde 2018 (…)