¿Las relaciones positivas con padres y adultos durante la infancia se relacionan con una mejor salud mental en la adultez? ¿Esta relación depende de las experiencias adversas? Esta fue la pregunta de investigación de un artículo publicado en la revista JAMA Psychiatry.
Tal y como se explica en el artículo, para los niños, un factor de resiliencia extremadamente importante es una relación cálida y afectuosa con un padre, cuidador u otro adulto. No obstante, la mayor parte de las investigaciones se han centrado en niños y niñas de la población general. Así, se ha dejado de lado a jóvenes pertenecientes a grupos marginados y minoritarios. Estos jóvenes son los que más probabilidades tienen de experimentar acontecimientos adversos en su infancia. Asimismo, también tienen más probabilidad de desarrollar problemas de salud mental en la etapa adulta. Conocer los factores de protección frente a los problemas de salud mental en este grupo, constituye, por tanto, un aspecto fundamental.
Para identificar marcadores de resiliencia, los investigadores examinaron datos de 2.000 participantes de grupos minoritarios. Llevaron a cabo un estudio longitudinal, realizando un seguimiento a tres generaciones de familias durante 20 años.
Para la realización del estudio, se evaluaron las experiencias adversas en tres momentos durante la infancia. También se midieron siete factores socioculturales asociados con la resiliencia, incluyendo las relaciones sociales. Igualmente, se evaluó la presencia de problemas de salud mental en la etapa de adultez joven. En concreto, se evaluó la presencia de trastorno de ansiedad generalizada, trastorno depresivo mayor, trastorno por uso de sustancias y estrés percibido.
Según los resultados, las relaciones sociales positivas con adultos, además de las relaciones entre pares, estaban asociadas con menos depresión y ansiedad y menos estrés percibido en la adultez joven. Es decir, los niños que tienen al menos una relación positiva y comprometida con un adulto tienen menos probabilidades de experimentar depresión, ansiedad y estrés percibido más adelante en la vida, independientemente de las experiencias adversas que hayan sufrido.
Sorprendentemente, la religiosidad familiar, a menudo considerada protectora, estaba asociada con más, no menos, estrés percibido. Esto puede deberse, según sugieren los autores, a que las familias religiosas experimentan niveles más altos de vergüenza y culpa relacionados con experiencias adversas en la infancia, lo que puede aumentar su malestar psicológico.
Más allá, aunque se observaron asociaciones entre factores de resiliencia y estrés, depresión y ansiedad posteriores, ninguno de los factores de resiliencia estudiados se asoció con trastorno por uso de sustancias.
En definitiva, los hallazgos sugieren que, en niños y niñas procedentes de poblaciones marginadas es fundamental intervenir para promover conexiones adultas de apoyo. Esta medida podría mejorar la salud de la población joven, reduciendo el riesgo de trastornos mentales posteriores, como depresión y ansiedad.
Asimismo, los autores plantean con preocupación el importante peso que tienen las experiencias adversas en la infancia en relación con los problemas de salud mental. En este sentido, el hecho de que varios marcadores asociados con la resiliencia no confirieran protección subraya la importancia de prevenir las experiencias adversas y destaca la necesidad de encontrar otras formas de apoyar a los menores que experimentan adversidades en el contexto de grupos marginados.
Los resultados tienen importantes repercusiones para la práctica asistencial y las políticas sociales y sanitarias. Así, los autores recomiendan aumentar las relaciones positivas de los menores con adultos de su entorno cercano mediante programas de entrenamiento en habilidades parentales o terapia familiar. También resaltan la importancia de proporcionar habilidades y formación específica al profesorado y otros miembros de la comunidad, para que puedan establecer estas relaciones de confianza y apoyo.
Por otro lado, los autores plantean la necesidad de implementar intervenciones estructurales más amplias que puedan reducir las experiencias adversas en estos grupos. Asimismo, estas intervenciones estructurales deberían minimizar otras fuentes de estrés que interfieren con la habilidad de los adultos para formar vínculos positivos con los menores.
Fuente:
Sara B. VanBronkhorst et al, Sociocultural Risk and Resilience in the Context of Adverse Childhood Experiences, JAMA Psychiatry (2023). DOI: 10.1001/jamapsychiatry.2023.4900