En la actualidad, y especialmente tras la pandemia sanitaria, se ha puesto el foco sobre la salud mental de la infancia y adolescencia. En este sentido, diferentes estudios alertan de la elevada prevalencia de los problemas de salud mental en la población infanto-juvenil. Ante esta situación, resulta esencial disponer de conocimientos, estrategias y herramientas que nos permitan entender y proporcionar la ayuda adecuada a los niños, niñas y adolescentes que están atravesando momentos difíciles. Es por ello que hoy tenemos el privilegio de contar con José Antonio Luengo, autor del libro El dolor adolescente, en el que profundiza sobre los problemas psicológicos propios de la infancia y adolescencia y ofrece algunas recomendaciones para que padres, educadores y profesionales de la salud puedan prestar un adecuado apoyo a los niños, niñas y jóvenes desde una mirada más comprensiva y empática.
José Antonio Luengo, decano del Colegio de Psicología de Madrid y vicepresidente primero del Consejo General de la Psicología de España, es funcionario docente con una amplia profesional en el ámbito educativo. Es catedrático de Enseñanza Secundaria, en la especialidad de Orientación Educativa. Asimismo, es psicólogo sanitario y experto en Psicología Educativa y de la Actividad Física y del Deporte. Actualmente forma parte de la Unidad de Convivencia y es coordinador del Equipo de Apoyo Socioemocional, dependiente de la Subdirección General de Inspección Educativa de la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid.
ENTREVISTA
¿Qué le motivó a escribir el libro “El dolor adolescente”? ¿Hay alguna experiencia profesional o personal que haya influido en su decisión?
Escribir un libro nunca es tarea sencilla. Y uno puede tender a reflexionar sobre lo interesante que sería poder ordenar muchas de las experiencias profesionales y personales que en la vida ha ido acumulando. Y, más tarde o más temprano, aventurarse a ello. Pero, al menos en mi caso, la “presión” vino de parte de una editorial. Personas de mucha confianza, con sensibilidad y criterio en sus proyectos y productos. No vi fácil poder hacerlo, fundamentalmente, por cuestiones de tiempo efectivo para sentarse y exprimir la mente. Y también el corazón.
Sin embargo, después de varias entrevistas, acabé aceptando el reto. Porque esto, para quien no se dedica profesionalmente a ello, representa un reto incuestionable. Dicho esto, tengo que decir que, en este contexto de dudas y zozobras sobre qué hacer con la propuesta, existió un motivo especialmente vivo e intenso que me hizo decantarme por echar hacia adelante y ponerme a escribir sobre el contenido que es de referencia. La circunstancia a la que hago mención es la recepción de una carta anónima de una madre que perdió a su hijo por suicidio. Leer su dolor y la petición expresa que hiciéramos algo para que este terrible fenómeno desaparezca de nuestra historia fue, sin duda, un motor para el esfuerzo y la disciplina que son inherentes a la acción de escribir un texto. Sin ese impulso, tengo serias dudas de que, al final, me hubiese atrevido ponerme ante el ordenador.
A su modo de ver, ¿Cuál es el estado de la cuestión en materia de salud metal en la adolescencia hoy en día?
Infancia y adolescencia llevan ya muchos años “dando” serios avisos de que las cosas no están bien. Que el mundo que configuramos a su alrededor como sociedad no está, ni mucho menos, a la altura de las circunstancias que se requieren para educar, cuidar, acompañar a nuestros niños, niñas y adolescentes. Los estudios sobre prevalencia de trastornos psicológicos en estas franjas etarias vienen advirtiendo seriamente de que nos estamos dejando algo. Algo sustantivo. Girones de piel que se encarnan en la vida de muchos de ellos y lastran de manera dramática su desarrollo. Constructos teóricos bien conocidos como las “Experiencias Adversas en la Infancia” (EAI) o los “Determinantes Sociales de la Salud” (DSS) se hacen visibles en el día a día de poblaciones singularmente desfavorecidas y/o vulnerables. Pero no solo. Los problemas psicológicos de nuestros niños y adolescentes no son explicables exclusivamente ligados a escenarios marcados por las carencias materiales.
Observamos hoy en día dos escenarios que pueden explicar las causas de, al menos, parte, del “agrietamiento” psicológico que detectamos en estas edades. Por un lado, (1), la ausencia de vínculos afectivos estables con los adultos de referencia, enraizada profundamente en la experiencia y sentimiento de soledad (especialmente paradójica en un mundo “hiperconectado”) sellan las experiencias vitales de no pocos chicos y chicas que, al menos en la apariencia, crecen y maduran en contextos “favorecidos” social, económica, culturalmente… Ajenos a las penurias materiales, a la carencia, escasez, insuficiencia… Y de otro, (2), las consecuencias de lo que viene denominándose la “hipótesis de la sobreprotección”, un contexto que, con poca dudas al respecto, abre cauce y vía hacia modelos desadaptativos de afrontamiento de las dificultades, adversidades y zozobras de la vida cotidiana.
Es cierto que el confinamiento y la pandemia han supuesto la vertebración de nuevos desequilibrios en el proceso de desarrollo. Un proceso ya muy complejo en el paso de la infancia a la adolescencia. Hablamos de experiencias que, seguramente, han ampliada las franjas de población vulnerables desde el punto de vista psicológico y han hecho aún más vulnerable a quien ya transitaba en esos espacios. Se evidencia en el incremento significativo en la demanda de ayuda que nuestros adolescentes muestran, por ejemplo, en los centros educativos y, de manera singular, en el asimismo muy notable aumento de las urgencias hospitalarias de psiquiatría y psicología clínica de niños y adolescentes (in crescendo desde la última década) y reflejo de la necesidad no cubierta por recursos asistenciales comunitarios.
Y, ¿cuáles son algunos de los problemas psicológicos más comunes que enfrentan los adolescentes hoy en día?
La mayor parte de nuestros niños y adolescentes “están y estarán bien”. Pero hay indicadores suficientes en la actualidad para señalar que el incremento de los trastornos de la conducta alimentaria y de la conducta de violencia autoinfligida representa un reto incuestionable para nuestro sistema de salud. Y es necesario indicar, asimismo, que, además de las situaciones derivadas de descompensaciones de trastornos psicológicos ya diagnosticados, nos situamos ante un crecimiento notable de crisis vitales reactivas a condiciones sociales del entorno y a respuestas desadaptativas a factores estresantes, propios del crecimiento y maduración en estas edades, pero que parecen superar de manera insostenible los recursos personales y familiares para su gestión.
Se trata, sin duda, de un fenómeno comprometido y de gran relevancia en el presente, pero también para el futuro de nuestra organización social. Habitamos un mundo en el que parece que huimos hacia adelante, sin detenernos en las secuelas e impactos que genera en los más vulnerables y desfavorecidos. Porque crece la pobreza, se incrementan las desigualdades y se alimenta el espacio en el que los determinantes sociales de la salud (y de la salud mental) marcan un sello indeleble en la vida de muchos de nuestros niños y adolescentes.
¿Considera que los adolescentes de hoy en día enfrentan desafíos psicológicos diferentes a los de hace una década? ¿Cómo cree que estos desafíos se podrían abordar mejor?
La adolescencia siempre ha representado un espacio etario complejo. Los adultos sabemos bien que esto es así. Pero, con frecuencia, hemos olvidado los, sin duda, numerosos episodios en los que nuestra vida parecía agrietarse y quebrar. Y, desde ese modo desconfigurado de lectura, no siempre sabemos ubicarnos ante la preocupación, agobio, dolor y sufrimiento de nuestros chicos y chicas. Ayer mismo, en una sesión de trabajo con adolescentes para abordar el complejo mundo de la salud mental en los momentos vitales por los que transitan, un chico de 15 años expresaba las dificultades que sus padres tienen para entender el contexto en el que se desenvuelven en la actualidad. Especialmente en lo relativo al “mundo” de influencias que viven y “soportan” en el entorno digital.
A ello me refiero de manera explícita en “El dolor adolescente”. Especialmente en el capítulo 3, “Somos de donde venimos… y de donde estamos”, se exponen ideas relacionadas con las peculiaridades de un mundo en el que, entre otros factores relevantes, “la idea de la perfección y felicidad”, soportada de manera incansable y férrea por los soportes y contenidos digitales, puede acabar lastrando de manera significativa la lectura e interpretación de la vida, con sus pros y contras, sus adversidades y momentos bellos, de nuestros niños, niñas y adolescentes. Dicho de una manera explícita. Hay una parte de sus vidas, no pequeña precisamente, sobre la que sus adultos de referencia, no tenemos la más mínima influencia. Y esa parte, desgraciadamente, muestra realidades ominosas; no siempre gestionables por una mente que crece y cabalga de manera explosiva.
¿Cuál es su opinión sobre el papel de los padres, madres y tutores en el manejo de problemas psicológicos en la adolescencia? ¿Cómo pueden los padres/tutores apoyar a sus hijos?
Lógicamente, se trata de un papel esencial. Desgraciadamente, no siempre suficientemente bien cumplido. No soy, precisamente, dado a responsabilizar a los padres y madres de todo lo “cuestionable” que en ocasiones observamos en el comportamiento adolescente. Pero no podemos perder la referencia de que muchas de estas responsabilidades se ejecutan sin reparar suficiente y adecuadamente en la necesidad de contribuir a “amueblar” razonablemente la mente de nuestros hijos. Me refiero a cómo ven el mundo, cómo dan respuesta a sus requerimientos, cómo se adaptan a sus exigencias, cómo se debaten en el complejo elenco de “marcas y señales distópicas” que, con bastante seguridad, se mueven en estas edades.
Cada uno de los capítulos del libro platea ideas nucleares para la reflexión de los adultos que nos movemos en torno a la difícil tarea de acompañar y educar a nuestros chicos y chicas: padres y madres, peo también profesorado. Pero en el texto se abunda en varias ideas troncales: evitar la sobreprotección, vincular psicológica y emocionalmente, saber acompañar, buscar el equilibrio en sus actividades cotidianas y, por supuesto, representar un ejemplo y modelo adecuado. Y entender que la vida no va a ser siempre fácil, ni mucho menos. Y que contribuir a canalizar adecuadas vías de afrontamiento de la dificultad es una de nuestras esenciales tareas.
¿Cuál es la importancia de la educación sobre la salud mental en la adolescencia? ¿Qué acciones se pueden llevar a cabo desde los centros educativos para apoyar la salud mental de los adolescentes?
Los resultados de la investigación son claros: el 50% de los trastornos psicológicos de las personas tienen su origen antes de los 15 años. Desde los tres años nuestros chicos y chicas asisten y están en los centros educativos 175 días al año y en torno a siete horas diarias. Todos, sin excepción. Por lo tanto, hablamos de un escenario fantástico para pensar en la pertinencia de tomar en consideración, con seriedad y estabilidad la inaplazable implementación de actuaciones de prevención, en sus diferentes niveles y ámbitos, en el contexto de la salud mental al que nos referimos.
Es imprescindible considerar la necesidad de generar cambios sustantivos en la estructura del sistema que contemple los tiempos y espacios para el diseño y desarrollo de planes para la detección y prevención de desajustes psicológicos. Planes testados, amparados en la evidencia científica. Y que incorporen a la figura del Psicólogo educativo como profesional de relevancia en su concreción y, por supuesto, evaluación.
El “dolor adolescente” dedica su último capítulo, precisamente, a este aspecto; y aborda la reflexión sobre los cambios que se entienden imprescindibles en la estructura educativa reglada para atender de manera adecuada el reto que estamos tratando y que, según todos los indicadores, ha llegado para quedarse. En este sentido, el desarrollo del Proyecto PsiCe, impulsado por el Consejo General de la Psicología de España y Psicofundación, con la colaboración de nuestros Colegios profesionales en diferentes comunidades autónomas, debe suponer un antes y un después en el dibujo programático a desplegar en los próximos años.
¿Qué recomienda a los adolescentes que están lidiando con problemas psicológicos? ¿Cómo pueden buscar ayuda y apoyo?
Este es un asunto que nos compete a todos. No exclusivamente a nuestros adolescentes. Ellos, claro, deben entender la necesidad de abrirse y expresarse, contar sus desvelos, solicitar el apoyo, la ayuda y el acompañamiento sensible cunado sienten esa grieta en el alma que les produce dolor. Pero si los adultos no cambiamos la mirada, estaremos intentando construir con una base ya escorada. Tenemos que escuchar a nuestros chicos y chicas. Y entender sus demandas. No les sirven demasiado nuestras experiencias y lecciones de vida. Ellos saben que su mundo es otro, que están sometidos a otro marco de influencias, de presiones.
Nos piden que les acompañemos, que les escuchemos… Más que les inundemos a consejos y consideraciones. Tienen miedo a defraudarnos si nos hablan de sus desvelos e inseguridades. Y lo dicen a las claras cuando les damos oportunidad para expresarse, para que cuenten cómo se sienten, por qué a veces, parecen colapsar, por qué caen. Y cómo aprenden a levantarse. No basta con que aprendan a pedir ayuda. La ayuda debe estar a su alcance. Y, claro, adaptada a sus necesidades. Hablan mucho con sus profesores. Cada vez más. En ellos ven personas que tienden a prejuzgar, a juzgar menos. Y ello les da confianza. Necesitan que les escuchemos para entender, más que para contestar.
El trabajo en tutorías es fundamental en los centros educativos; esos espacios de trabajo en grupo, de debate y análisis. Comprometido, sensible. Necesitan vincular, vincularse, sentir confianza. Necesitan puertas abiertas al corazón; y no juicios de valor que laminan su autoconcepto. Mostrar debilidades no es fácil. Por eso es tan necesario abrir nuestra mente a su momento, a sus momentos, con ternura y sensibilidad.
¿Cree que hay una falta de conciencia sobre la salud mental en la sociedad en general? ¿Qué se puede hacer para mejorar dicha concienciación y reducir el estigma?
En la actualidad, asistimos a un afloramiento sin precedentes de la salud mental como contenido de análisis y debate. Y en muy diferentes foros y contextos. En principio, habría que decir que esto, sin duda, es una buena noticia. Visibilizar este constructo y reflexionar sobre sus entrañas y entresijos debe ayudarnos a enfocar adecuadamente una realidad que no ha gozado, precisamente, de “buena fama” y de adecuado tratamiento. En todos los ámbitos: relevancia política, difusión mediática, recursos implementados, la marca del estigma… Si no aprovechamos este momento para ordenar ideas, revisar procesos y orientar consensos que entiendo inexcusables, seguramente estaremos perdiendo la mejor de las oportunidades para afrontar definitivamente el reto de mirar de frente todas sus dimensiones y enfocar la mirada hacia la necesidad de promover el bienestar y prevenir los trastornos psicológicos.
Debemos subrayar, asimismo, la necesidad de trabajar con un tejido vertebrador esencial, y especialmente en los entornos educativos: Hablo de la Pedagogía del cuidado. Cuidar a las personas, a quien sufre, a quien cae, a quien muestra su dolor. Esta modelo de ser y estar en la vida es más necesario que nunca.
¿Qué mensaje le gustaría transmitir a los lectores de su libro? ¿Hay alguna idea en particular que esperaría que se lleven después de leer su libro?
Hay varias ideas transversales en el texto, pero si tuviera que señalar una singular, probablemente sea la de entender que hemos configurado un mundo muy complejo, con un norte inquietante; esta circunstancia cobra especial atención con nuestros niños, adolescentes y jóvenes, ciertamente ubicados en escenarios marcados por fenómenos cada vez más conocidos y perturbadores como la carencia (y pérdida) de vínculos emocionales estables y seguros, el consumo de contenidos inadecuados y usos de relación interpersonal digitales y, especialmente, entre otros importantes, la soledad no deseada, de especial relevancia actualmente, tal como ha evidenciado el último estudio del Observatorio Nacional de Soledad no Deseada.
En este contexto, es importante reflexionar sobre el actual modelo educativo en el ámbito familiar. Pero, además, es inexcusable entender que hemos de priorizar aspectos esenciales como son el diseño e implementación de planes y proyectos de promoción del bienestar psicológico y la prevención y detección de los desajustes y desórdenes psicológicos de nuestros chicos y chicas. Esto debe hacerse en diferentes ámbitos, con singular referencia a la intervención en centros educativos y en el ámbito de la Atención Primaria. En estos contextos, vuelve a surgir la necesidad de incorporación de profesionales de la Psicología, con las especialidades pertinentes, con estructura y estabilidad jurídicas reconocidas.
Para finalizar, ¿desea añadir alguna otra consideración al tema que nos ocupa?
Bueno, tal vez, permítanme citar la dedicatoria del libro. En ella se concentra casi todo lo escrito:
“A todos los que abren su corazón a la escucha de quien sufre. Sin prejuicios, sin juicios. A todos aquellos que cada instante de sus vidas abren los ojos al sufrimiento de quien camina a su lado, les tiende la mano y acompaña en su dolor. A todos los que, siempre con la bondad en sus almas, aciertan a mirar, ver, escuchar y darse. Sin pedir nada. Dando, solo dando.”