La persona como eje en las terapias no farmacológicas en el Alzheimer
26 Abr 2013

Javier Bendicho Montés

Asociación COTLAS

Desde las ciencias sociales llevamos muchos años aplicando diferentes terapias no farmacológicas en la enfermedad de Alzheimer que complementan la eficacia de los fármacos existentes.

El objetivo primordial de todos estos enfoques es intentar mantener y estimular las capacidades residuales del individuo, manteniendo el mayor grado de autonomía posible, ralentizando o minimizando el declive. Y sabemos que son tratamientos muy eficaces sobre el comportamiento, el estado anímico de los afectados y sus emociones, a veces con resultados muy sorprendentes.

En el día a día del trabajo terapéutico, a veces nos preguntamos si no estaremos dejando un poco de lado a los propios afectados, si no estamos excesivamente preocupados por el deterioro cognitivo y obviamos, sin pretenderlo, las variables personales e individuales. Quizá estamos descuidando otros factores asociados a la enfermedad que son igual de relevantes que los causados por el daño neurológico.

Las funciones emocionales, anímicas intervienen de manera decisiva en el comportamiento humano; no podemos separar los sentimientos y emociones de las capacidades propiamente dichas. Si algo hemos aprendido en 20 años de intervención es la importancia de la memoria afectiva. Todos necesitamos sentirnos útiles, valorados y socialmente capaces. Intentar mantener el interés por el entorno, por relacionarse y comunicarse con otros genera una actitud positiva que facilita aplicar diferentes terapias de estimulación, tanto por el interés generado por la actividad en sí como por una actitud activa y de implicación del afectado.

De ahí la importancia de los enfoques individuales de cualquier estrategia terapéutica que potencien las capacidades del enfermo y fomenten su autoestima. Sabemos como influyen en el proceso de aprendizaje las variables motivacionales y emotivas, pero parece que se nos olvida a la hora de implementar programas terapéuticos en demencia.

Tendemos a “etiquetar” al enfermo por el hecho de serlo y suele ser difícil que lo incorporemos en la toma de decisiones de cualquier programa terapéutico. Si pretendemos promocionar su independencia, debemos hacerles partícipes, dentro de sus posibilidades, en diferentes procesos de toma de decisiones. Como terapeutas, como cuidadores, debemos adaptarnos nosotros a las necesidades individuales de los afectados.

Sabemos que no resulta fácil. Para empezar, nos obliga a cambiar nuestra visión de la enfermedad de Alzheimer como un “constructo estanco y cerrado”. No existe la enfermedad de Alzheimer, existen personas individuales que sufren la enfermedad. Debemos partir de la dignidad de la persona, apartando los clichés que acompañan este tipo de patologías. A pesar de estar enfermo, sigue siendo un individuo único que hay que respetar. Debemos tener en cuenta sus necesidades, sentimientos, su deseo de independencia, fomentando su capacidad de elección individual a pesar de la pérdida de capacidades.

Los enfoques no farmacológicos deben partir del individuo como un todo, en el que la relación y la comunicación sean la base del beneficio terapéutico. Principios como la protección de la identidad personal, la búsqueda del bienestar subjetivo, el respeto y apoyo a las propias decisiones y a la intimidad, el fomento de entornos físicos y sociales estimulantes, deben ser el eje en cualquier tipo de intervención.

La EA es algo más que el daño cerebral. El cómo viva el enfermo -y su entorno- el día a día, depende también de factores de personalidad; de una historia biográfica, social y laboral; de sus gustos y preferencias; de sus competencias y habilidades; de aspectos emocionales; del ambiente que le rodea. Todas estas variables deben tenerse en cuenta para encontrar el diseño terapéutico más adecuado e individualizado porque forman parte de la vivencia de la enfermedad.

Y es sobre estos factores donde está demostrado que es posible incidir desde las intervenciones no farmacológicas. Intervenciones que deben ser integrales, flexibles y dinámicas. Que fomenten la participación activa y que ayuden a los afectados a seguir vinculados a su entorno social y familiar, posibilitando relaciones sociales y sentimientos de utilidad.

Está demostrado que estas intervenciones psicosociales mejoran la memoria, la autonomía en las actividades diarias, tienen efectos muy positivos sobre el estado de animo, evitan problemas de conducta y generan bienestar en el enfermo porque resultan agradables. Por supuesto, los efectos positivos se trasladan también al entorno del enfermo y a una menor sobrecarga de los cuidadores.

Si a estos factores unimos que ningún fármaco ha demostrado beneficios tan variados, con tan pocos efectos secundarios y con un coste económico tan bajo, nos atrevemos a afirmar que las Terapias No Farmacológicas son un tratamiento muy eficaz en la mejora de la calidad de vida de los pacientes y su entorno.

Referencia del artículo en el que se basa esta reseña:

Bendicho, J. (2012).Una reflexión sobre las terapias no farmacológicas y su aplicación desde la experiencia: 20 años  del “Programa de Atención a Afectados de Alzheimer” de la Asociación COTLAS. Informació Psicològica, vol. 104, 84-99. Disponible en http://www.informaciopsicologica.info/uploads/revistas/IP104.pdf

Javier Bendicho Montés: Psicólogo del “Programa de Atención a Afectados de Alzheimer y otras Demencias” y responsable de la Unidad de Estimulación del Área de Alzheimer de la asociación COTLAS, en Valencia, desde 1999. Director de las “Aules de la Tercera Edat de València–L’Eixample”, desde 1996 y secretario general de la Federació Valenciana d’Aules de la Tercera Edad (FEVATED) desde 2006. Es profesor del Máster de Atención Sociosanitaria a la Dependencia (MASSDE) y fue del Máster de Psicogerontología (Universidad de Valencia). Formador en gerontología y temas sociales en diferentes entidades.

Noticias Relacionadas

Noticias

PSICOLOGÍA EN RED


LOS COLEGIOS HABLAN

MÁS NOTICIAS

Noticias Relacionadas

Noticias