La ONU pone de relieve la importancia de la Salud Mental en todas las políticas de los Gobiernos
16 Jun 2020
La salud mental y el bienestar de sociedades enteras se han visto gravemente afectados por la crisis derivada de la pandemia del COVID-19 y son una prioridad que debe abordarse con urgencia. Así lo afirma la Organización de las Naciones Unidas en un informe a través del cual analiza el grave impacto de la situación actual sobre la salud mental de todas las personas, y pone de manifiesto el rol de los servicios de salud mental como parte esencial de todas las respuestas gubernamentales al COVID-19, recogiendo una serie de recomendaciones dirigidas a los legisladores políticos. Tal y como señala el informe, la buena salud mental es fundamental para la respuesta de cada país y la recuperación de COVID-19. Sin embargo, antes de que surgiera el coronavirus, las estadísticas sobre problemas de salud mental ya eran preocupantes: «la economía global pierde más de 1 billón de dólares al año debido a la depresión y la ansiedad; la depresión afecta a 264 millones de personas en el mundo; alrededor de la mitad de todos los problemas de salud mental comienzan a los 14 años; el suicidio constituye la segunda causa principal de muerte en jóvenes de 15 a 29 años; más de 1 de cada 5 personas que viven en entornos afectados por conflictos presenta una condición de salud mental; menos de la mitad de los países informan que sus políticas de salud mental están alineadas con las convenciones de derechos humanos; en los países de ingresos bajos y medianos, entre el 76% y el 85% de las personas con problemas de salud mental no reciben tratamiento, a pesar de la evidencia de que se pueden realizar intervenciones eficaces en cualquier contexto; a nivel mundial, hay menos de 1 profesional de salud mental por cada 10.000 personas», etc. |
| |||
La ONU deplora que, pese a su importancia e impacto, la salud mental siga siendo una de las áreas de salud más olvidadas. El documento apunta a la adversidad como un factor de riesgo bien establecido para desarrollar problemas de salud mental a corto y largo plazo. De hecho, las investigaciones relacionadas con epidemias pasadas ponen de manifiesto el impacto negativo de los brotes de enfermedades infecciosas en la salud mental de las personas. La evidencia disponible hasta la fecha confirma la angustia psicológica generalizada en las poblaciones afectadas, algo comprensible, dado el impacto de la pandemia en la vida de las personas. Dicha angustia puede deberse tanto al impacto inmediato del virus sobre la salud y las consecuencias del aislamiento físico, como al miedo a la infección, la muerte y la pérdida de miembros de la familia. La actual pandemia del COVID-19 ha conllevado un distanciamiento físico de las personas con sus seres queridos y compañeros. Asimismo, millones de personas se enfrentan a una crisis económica por haber perdido o estar en riesgo de perder sus ingresos y medios de vida. A esto se añade la información errónea frecuente, los rumores sobre el virus, la difusión de imágenes en los medios de enfermos graves, cadáveres y/o ataúdes, y la profunda incertidumbre sobre el futuro, que constituyen importantes fuentes de angustia. Todo ello, incrementa la probabilidad de un aumento a largo plazo en la cifra y gravedad de los problemas de salud mental en todo el mundo. Dado lo anterior, no es sorprendente que en varios países se hayan registrado niveles de síntomas de depresión y ansiedad superiores a los habituales. Para lidiar con los estresores, algunas personas pueden recurrir a diferentes formas negativas de afrontamiento, incluido el uso de alcohol, drogas, tabaco o invertir más tiempo en conductas potencialmente adictivas como los juegos online. Por otro lado, la ONU expresa su preocupación por los efectos del COVID-19 en el cerebro, detectándose manifestaciones neurológicas. Alerta también del efecto de las consecuencias sociales de la pandemia en el desarrollo de la salud cerebral en niños/as pequeños/as y adolescentes y el deterioro cognitivo en la población de mayor edad, e insta a emprender acciones urgentes para evitar el impacto a largo plazo en los cerebros de los miembros más jóvenes y mayores de nuestra sociedad. No se debe pasar por alto el impacto a largo plazo de la crisis en la salud mental de las personas y de la sociedad. Como resultado de la crisis económica de 2008, se registró un incremento de suicidios y de uso de sustancias relacionados con la pérdida de esperanza debido a la falta de empleo y aumento de la desigualdad. En esta misma línea, la ONU prevé que a medida que aumente la carga económica del COVID-19, puede anticiparse un coste similar en la salud mental, con un impacto importante en las personas, las familias y la sociedad en general. Lamentablemente, la pandemia ha interrumpido los servicios de atención a la salud mental en todo el mundo y muchos de ellos han tenido que encontrar formas innovadoras de reorganizar y adaptar su prestación para garantizar la continuidad de la atención psicológica, por ejemplo, realizando las intervenciones a distancia en lugar de cara a cara. Se ha observado cómo diversos grupos específicos de la población muestran elevados grados de angustia psicológica relacionada con el COVID-19 y se han visto afectados de diferentes maneras ante esta situación. Los trabajadores y trabajadoras sanitarios/as de primera línea desempeñan un papel crucial en la lucha contra la epidemia y han estado expuestos a numerosos factores estresantes (cargas de trabajo extremas, decisiones difíciles, muerte de pacientes, riesgo de infección y de contagio a sus familiares y otras personas, etc.), por lo que es fundamental garantizar su salud mental de cara a mantener una respuesta y abordaje eficaz del COVID-19. La ONU advierte de que, en cada comunidad, hay numerosos adultos mayores y personas con problemas de salud previos que se encuentran aterrorizados con sentimientos de soledad. De igual modo, los y las menores también son un grupo de riesgo en la crisis actual: un elevado porcentaje de niños, niñas y adolescentes presenta dificultades emocionales, que se han visto exacerbadas por el estrés familiar y el aislamiento social. Los y las menores se han encontrado en una situación en la que su educación se ha visto interrumpida súbitamente, enfrentándose a la incertidumbre sobre su futuro, todo ello en momentos críticos de su desarrollo emocional. La organización alerta del riesgo de abuso que corren niños/as y adolescentes, especialmente aquellos y aquellas en situación de vulnerabilidad. Un punto clave en este informe es que la provisión de servicios de salud mental incluya acciones específicas adaptadas para esta población. Asimismo, las mujeres están soportando una gran parte del estrés en el hogar, así como impactos desproporcionados en general. Durante la situación actual, las mujeres embarazadas y las nuevas madres son especialmente propensas a estar ansiosas debido a las dificultades para acceder a los servicios, al apoyo social y psicológico, así como por el miedo a la infección. En algunas situaciones sufren una mayor carga debido a tareas adicionales, como la educación en el hogar y el cuidado de familiares mayores. Igual que sucede con el abuso infantil, la situación de estrés y las restricciones al movimiento aumentan el riesgo de violencia hacia las mujeres: la ONU estima que a nivel mundial se pueden esperar 31 millones de casos adicionales de violencia de género si las restricciones continúan durante al menos 6 meses. Las personas que viven en entornos humanitarios y de conflicto corren el riesgo de que no se atiendan sus necesidades de salud mental. La situación de la pandemia puede exacerbar los problemas de salud mental existentes, inducir nuevas problemáticas y limitar el acceso a los ya escasos servicios de salud mental disponibles. Además, en los casos en que se vive en entornos humanitarios, como los refugiados o los desplazados internos que viven en campamentos o asentamientos abarrotados, suele ser difícil cumplir con las medidas de prevención (como el distanciamiento físico). Esto aumenta los riesgos de infección por COVID19 y genera altos niveles de estrés. De acuerdo con la ONU, durante los últimos meses se han iniciado esfuerzos para apoyar a las personas en riesgo y para garantizar la atención de aquellas con problemas de salud mental. Se han implementado formas innovadoras de proporcionar servicios de salud mental y han surgido iniciativas para fortalecer el apoyo psicológico y social. Sin embargo, debido a la magnitud de la situación, la Organización advierte de que la gran mayoría de las necesidades de salud mental no se han abordado. La respuesta, señala, se ve obstaculizada por la falta de inversión en promoción, prevención y atención de la salud mental antes de la pandemia. Para minimizar todas las consecuencias sobre la salud mental, la ONU pone de relieve la necesidad emprender con urgencia las siguientes acciones:
Para la ONU, la implementación rápida de estas acciones recomendadas será esencial para garantizar que las personas y las sociedades estén mejor protegidas del impacto del COVID-19 sobre la salud mental. Se puede acceder al informe desde la página Web de la ONU, o bien directamente a través del siguiente enlace: Policy Brief: COVID-19 and the Need for Action on Mental Health |