Adiós a José Luis Pinillos Por Helio Carpintero
3 Dic 2013
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Tal y como viene haciendo Infocop en las últimas semanas, os presentamos un nuevo artículo sobre la vida y la obra del recién desaparecido José Luis Pinillos, escrito por su compañero y amigo Helio Carpintero. El último de los pioneros de la psicología contemporánea en España, José Luis Pinillos Díaz, se nos ha ido, apenas sin hacer ruido, dejando un profundo hueco en los espíritus de muchos de sus discípulos y, en general, en el conjunto de los psicólogos españoles, que le reconocía como maestro. Fue una persona abierta a la realidad, dispuesta siempre a rectificar en todo aquello que reconocía como erróneo o inadecuado, y dotado al mismo tiempo de una enorme curiosidad intelectual, y de un gran sentido crítico, lo que le mantuvo siempre alerta frente a todo dogmatismo científico o social. Había nacido en Bilbao, en 1919. Pertenecía a una familia conservadora, por lo que durante la guerra civil quiso graduarse como militar, y pasó esos años en la Academia Militar de Zaragoza. Al terminar la guerra, fue como voluntario de la División Azul, un cuerpo de ejército enviado durante la Segunda Guerra Mundial por el gobierno español a combatir en Rusia, al lado de las tropas alemanas, contra el ejército soviético. Enfrentado al drama del genocidio judío, decidió regresar a España, estudiar filosofía, y comenzó su interés por la psicología. Fue, sin duda, el primero de sus giros personales, que le iba a llevar hacia actitudes cada vez más abiertas y liberales. |
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Al dedicar su esfuerzo profesional al cultivo de la psicología, buscó obtener una formación especializada en el mundo europeo. Primero pudo ampliar estudios en Bonn, (Alemania), con Behn, Grüle, Rothacker y otros, de orientación más bien comprensiva y fenomenológica, pero pronto, y por indicación de alguno de aquellos maestros, pasó a Inglaterra, al Maudsley Hospital de Londres, donde mantenía un instituto psicológico Hans J. Eysenck, quien desarrollaba una concepción biosocial de la personalidad. Fue el segundo de sus “giros” intelectuales. Lo contaba en una entrevista para Papeles del Psicólogo, en 1987, así: “Hace treinta años, la idea de la psicología que prevalecía en la Universidad [española] era más bien filosófica, o por el contrario, se la identificaba con el entonces denostado Psicoanálisis. Mis años junto a Eysenck me convencieron de que la psicología moderna disponía de un estatuto científico similar al de las demás ciencias positivas y juntamente… con algunos otros compañeros me esforcé por difundir esa idea en los medios universitarios españoles” (Papeles…28-29). En este giro, le acompañaban algunos otros jóvenes que iban a formar parte del grupo de los pioneros de la psicología científica de posguerra, que se reunió en torno a Jose Germain, y reanudó la tradición psicotécnica de las décadas anteriores a la guerra civil: Mariano Yela, Miguel Siguán, Francisco Secadas, Manuel Ubeda, Jesusa Pertejo. El grupo logró reunir un conjunto de elementos que iban a permitir una verdadera “institucionalización” del nuevo campo científico: una revista científica –la Revista de Psicología General y Aplicada–; un departamento investigador, dentro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, el Departamento de Psicología Experimental, lamentablemente suprimido unos años después; una Sociedad, la Sociedad Española de Psicología, y, en fin, una Escuela de Psicología y Psicotecnia, de la Universidad Complutense de Madrid, que comenzó a ofrecer una formación profesional y técnica en psicología, como escuela de posgrado, y que pronto fue replicada con otra análoga, instaurada en la Universidad de Barcelona. Entre 1946 y 1956, se dieron todos esos pasos. El esfuerzo resultó decisivo para el futuro de la Psicología. El espíritu independiente y ávido de saber, de Pinillos le jugó alguna mala (o buena, diríamos hoy) pasada: en 1955 con la escuela dando aun sus primeros pasos, quiso hacer un estudio de actitudes de los universitarios madrileños, en relación con el mundo político y eclesiástico que ocupaba los puestos de poder de la sociedad en el régimen franquista. Las encuestas a más de 400 sujetos confirmaron que, lejos de las afirmaciones triunfalistas del gobierno, entre un 70 y un 80 por ciento de los encuestados tenía una visión negativa y crítica del sistema político y de los dirigentes que lo gerenciaban. La cosa trascendió hasta las páginas del New York Times, lo comentaron positivamente personas tan diversas como el jesuita reformador que ofrecía su testimonio en el Pozo del Tío Raimundo, en el suburbio madrileño, P. Jose M. de Llanos, o Indalecio Prieto, socialista y ministro de la República durante la guerra civil, luego exiliado en México. El resultado fue una reacción gubernamental muy hostil, que le movió a pasar algún tiempo en Inglaterra, y aprovechar alguna invitación para enseñar en Venezuela, y al fin, reintegrarse a Madrid, a tiempo para hacer oposiciones y lograr una cátedra de Psicología en la Universidad. Los psicólogos conocemos un poco mejor estos tiempos académicos de Pinillos. Primero en la Universidad de Valencia (1962-66), luego en la Complutense de Madrid (1966-1986), su enseñanza estuvo marcada siempre por la apertura hacia los movimientos sucesivos que han impulsado la psicología en el siglo XX. Con el apoyo de su maestro Eysenck y de su colega y amigo Hans Brengelmann, apoyó una psicología orientada a los temas de personalidad y de psicología social, desde la que favoreció las aproximaciones a la psicología conductual, y la atención a la modificación de conducta. En particular, sus seminarios en la Universidad Internacional “Menendez Pelayo” dieron un impulso importante a estas nuevas corrientes en nuestro país. Pero mantuvo siempre la necesidad de combinar el papel central de la conciencia en el comportamiento con una perspectiva evolucionista de esa conciencia, en el marco de una visión “emergentista”. Precisamente una visión ordenada de estas tesis, forma la base de una de sus obras más conocidas e influyentes, sus Principios de psicología (1975), posiblemente el manual más influyente entre los estudiantes de psicología del último cuarto del siglo XX. En sus primeras páginas ya se dice ahí que las estructuras de la conciencia no habrían “caído del cielo”, sino emergido en el proceso de la evolución. También fue el impulsor de un importante seminario en 1979, en la Fundación Juan March, en el que un grupo de profesores e investigadores de diversas universidades dio carta de naturaleza entre nosotros a la crisis del movimiento conductista, y al correlativo surgimiento imparable del cognitivismo. Siguiendo por esta línea, en 1983, al ingresar en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, hizo su discurso sobre “Las funciones de la conciencia”, defendiendo así una psicología en la que cupiera el estudio científico de la subjetividad humana, a la que reiteradamente caracterizaba como intencional, consciente, propositiva y responsable. Varios de sus trabajos más representativos de ese momento están recogidos en su libro La psicología y el hombre de hoy (1983). Pero su inquietud intelectual le había aún de llevar por otros derroteros. En los últimos años de su cátedra, ya inició la exploración de esa subjetividad humana que tanto le interesaba desde los horizontes de la naciente “psicohistoria” -así, en su libro Psicología y psicohistoria (1988)- para la que la historicidad de la conciencia y de las mentalidades colectivas cobran la primacía teórica. Y, algún tiempo después, su giro intelectual se vio rematado con el apasionado interés que experimentó hacia los nuevos horizontes intelectuales del “posmodernismo”, y el desarrollo del pensamiento crítico, desde el que se abría paso el fin de la modernidad (El corazón del laberinto. Crónica del fin de una época, 1997). Su vocación y su pasión por la psicología, con todo, nunca anuló sus muchos otros intereses intelectuales y culturales. Fue un gran ensayista, y, propiamente hablando, un destacado intelectual del mundo de habla hispana. Fue miembro de la Real Academia Española (1988), recibió importantes premios, como el Premio “Príncipe de Asturias de comunicación y Humanidades”, (1986), y contribuyó en gran medida al establecimiento y desarrollo de entidades como el Colegio Libre de Eméritos, entidad creada para potenciar la capacidad creativa y reflexiva de una serie de profesores universitarios distinguidos, retirados de sus cátedras al adelantar el gobierno la edad de la jubilación. Tuvo, además, siempre una actitud positiva y cooperativa con el mundo profesional de la psicología, al que él mismo se había dedicado en sus años juveniles. El Colegio Oficial de Psicólogos le nombró, junto a sus colegas Mariano Yela y Miguel Siguán, “miembro de honor”. Al desaparecer de entre nosotros, queda un gran hueco, de que son testimonio su centenar largo de tesis doctorales, su innumerable serie de ensayos y artículos, en su mayoría no recogidos aún en libros, y el amplísimo reconocimiento académico representado por los once doctorados “honoris causa” que recibió de las distintas universidades españolas, a propuesta de las facultades y departamentos de psicología en ellas establecidos. En estos días se ha recordado una y otra vez la deuda que la psicología española de hoy tenía y seguirá teniendo con los pioneros que hicieron posible su consolidación y desarrollo. De entre ellos, José Luis Pinillos ha sido uno de los nombres consagrados e indiscutidos, con un perfil singular, que hizo de él un espíritu siempre alerta al movimiento del pensamiento y a la historicidad de las teorías y los problemas. |