EL RETO DE PONTENCIAR LA SALUD PSICOLÓGICA INFANTO-JUVENIL

27 Oct 2010

El pasado año 2009, la Unión Europea (UE) aprobó una resolución en la que reconocía el carácter prioritario de la salud mental e instaba a los Estados miembro a que adoptaran medidas para promocionar la salud psicológica, prevenir la aparición de problemas psicológicos y facilitar el acceso a intervenciones eficaces para el tratamiento de dichas alteraciones con el objetivo de mejorar la calidad de vida. Esta resolución se fundamenta en el Informe sobre Salud Mental, realizado también en 2009 por la Comisión de Medio Ambiente, Salud Pública y Seguridad Alimentaria de la UE, y en la filosofía del Pacto Europeo para la Salud Mental y el Bienestar (junio de 2008). Uno de los pilares básicos de dicho Pacto y del Informe sobre Salud Mental de la UE se refiere a la salud mental infanto-juvenil, estableciendo tres directrices prioritarias a seguir por los países europeos. En primer lugar, subraya la necesidad desarrollar políticas de actuación para promover la salud mental de niños y adolescentes, creando servicios especializados para ellos. Además, reclama la creación de programas para el desarrollo y el fortalecimiento de la salud psicológica en la infancia y adolescencia a través de la implantación de la figura de un «consejero» en todos los centros de educación secundaria -un experto en educación y salud mental que «atienda las necesidades sociales y emocionales de los jóvenes, con especial énfasis en los programas de prevención encaminados a mejorar la autoestima y a la gestión de las crisis«-. Finalmente, se destaca el requerimiento de incluir esta área de conocimiento específico en los planes de estudio de todas las profesiones sanitarias, así como en sus programas de formación continua.

Este Pacto Europeo se encuentra en total consonancia con las recomendaciones que, en el año 2003, la Organización Mundial de la Salud (OMS) realizó sobre este tema a través de una publicación sobre la salud mental infanto-juvenil –»Caring for children and adolescents with mental disorders. Setting WHO directions» (2003)-. En este documento, la OMS sitúa la salud mental durante la infancia y la adolescencia como un problema prioritario de salud pública debido a su prevalencia y a las consecuencias negativas que tiene sobre el niño, sus allegados y la sociedad en general. 

Efectivamente, la incidencia de los trastornos psicológicos durante la infancia y la adolescencia es elevada. Concretamente, la OMS (2003, 2004a, 2004b, 2004c) estima que alrededor del 20% de la población infanto-juvenil sufre algún problema de este tipo; aspecto que es aún mucho más relevante si además se tiene en cuenta que se ha estimado un aumento en los próximos años, debido a que se ha constatado una tendencia creciente y constante. De hecho, el pasado año 2009, la UE estimó que uno de cada cuatro niños europeos (25%) padecía alguna de estas dolencias, lo cual equivale a un incremento de cinco puntos respecto a los datos de la OMS de 2003.

Por otro lado, como se ha indicado más arriba, la relevancia sociosanitaria de la presencia de una pobre salud psicológica infanto-juvenil radica también en el impacto o en las consecuencias negativas que tiene para el desarrollo y el funcionamiento del propio niño o joven en todas las áreas de su vida (personal, social, académica), reduciéndose, en definitiva, su bienestar y su calidad de vida. El ejemplo más extremo podría encontrarse en el hecho de que el suicidio es la tercera causa de mortalidad entre adolescentes. Además, cuando un niño o un adolescente padece un problema psicológico, estas repercusiones se extienden de manera especial a su familia y personas más cercanas, así como a la sociedad en general.

Así mismo, el impacto de los trastornos psicológicos infanto-juveniles no tiene un carácter exclusivamente puntual, es decir, referido al momento presente. Padecer un problema psicológico en las primeras fases de la vida de una persona constituye uno de los principales factores de riesgo para la salud física y psicosocial futura, bien porque el problema tiende a cronificarse al no recibir tratamiento [por ejemplo, según la OMS (2003, 2004a, 2004b, 2004c), un tercio de los adultos que presentan un diagnóstico de depresión mayor sufrieron el primer episodio de esta patología antes de los 21 años] porque puede suponer la aparición de otros trastornos diferentes, así como predecir un peor ajuste psicosocial en todas las áreas –personal, relacional, académica-laboral-, lo que puede derivar en la presencia de relaciones conflictivas, de patrones de consumo de substancias, de un mayor número de días de baja laboral, etc.

En consecuencia, todo esto se traduce en un elevado coste sociosanitario, tanto de manera directa (uso de servicios sociosanitarios, gasto farmacéutico) -la UE estima que entre el 3% y el 4% del producto nacional bruto de cada Estado miembro se destina a la salud mental-, como indirecta (bajas laborales, cuidado de familiares, reducción de la producción, etc.). Por ello, invertir recursos para la prevención y la promoción de la salud psicológica infanto-juvenil constituye una prioridad, puesto que ésta es una garantía de protección de la salud y del bienestar global, tanto a nivel individual como social, que se proyecta a medio y largo plazo.

En relación con todo lo anterior, la OMS (2003, 2004a, 2004b, 2004c) subrayó la necesidad de que cada país desarrollara políticas de carácter específico e integral para la prevención y la promoción de la salud mental infanto-juvenil, así como para la detección precoz e intervención temprana sobre los problemas psicológicos que tienen lugar en este momento del ciclo vital. La UE, a través del Pacto Europeo para la Salud Mental y el Bienestar, ha recogido todas las recomendaciones que propone la OMS al respecto, y ha instado a todos sus Estados miembro a que desarrollen medidas políticas, sociales y administrativas para adoptar este planteamiento.

En general, parece que las recomendaciones internacionales de la OMS y europeas irían encaminadas a diferentes aspectos implicados en el logro de una mejor salud psicológica en la infancia y adolescencia. Como ya se indicó, estas directrices se refieren al desarrollo de modelos de atención a la salud mental infanto-juvenil específicos, así como al fomento de una formación especializada en este campo para todas las profesiones sanitarias, entre las cuales se encuentran los psicólogos. Lógicamente, para poder lograr estos objetivos, ambas instituciones demandan la necesidad de financiación, tanto en recursos económicos y materiales como en recursos humanos. Sólo de este modo será posible desarrollar servicios específicos de carácter integral que ofrezcan una atención de calidad de cara a la prevención y a la detección precoz de los problemas psicológicos de la niñez y de la adolescencia. 

No obstante, garantizar una atención de calidad en la salud mental infanto-juvenil, supone no sólo aplicar programas de intervención que estén avalados por la evidencia empírica, sino también escoger aquel tratamiento que ha demostrado su superioridad frente a otros en relación con criterios de eficacia y eficiencia. En este sentido, uno de los temas más polémicos respecto a cuál es la mejor intervención para la población infantil y juvenil, en la actualidad, sería si es o no conveniente la medicalización de los trastornos psicológicos en estas edades. Así, si bien es cierto que los psicofármacos son aconsejables y necesarios en determinadas alteraciones psicológicas propias de este momento del ciclo vital, puesto que han demostrado su eficacia, la realidad es que se recomienda una intervención de corte fundamentalmente psicosocial. Efectivamente, importantes instituciones como el National Institute for Health and Clinical Excellence (NICE, 2006) recomienda que sean las intervenciones psicológicas los tratamientos de primera elección para los trastornos propios de la infancia y la adolescencia (p. ej., dolor infantil, hiperactividad, ansiedad infantil, trastornos de conducta, abuso de substancias, etc.). Esta recomendación se fundamenta en dos aspectos. En primer lugar, los tratamientos psicológicos han demostrado ser eficaces; de hecho, no sólo existen tratamientos psicológicos cuya eficacia ha sido bien establecida para los problemas más prevalentes de la infancia y de la adolescencia (depresión, diferentes trastornos de ansiedad, trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad o los trastornos de la conducta alimentaria, entre otros), avalados por la American Psychological Association (Pérez-Álvarez, Fernández-Hermida, Fernández-Rodríguez y Amigo-Vázquez, 2003), sino que, en ocasiones, esta eficacia es superior al tratamiento farmacológico. Pero, además, y quizá lo más importante es que también son los más eficientes, puesto que no tienen los efectos secundarios que estos fármacos pueden tener ni las posibles consecuencias negativas en el desarrollo del niño.

Así las cosas, si bien es cierto que la psicología de la infancia y de la adolescencia tiene una vida más corta frente a la de la persona adulta, en la actualidad se dispone ya de un conocimiento sólido en cuanto a las técnicas de evaluación y diagnóstico, así como sobre los programas de prevención y tratamiento de los problemas psicológicos infanto-juveniles que han evidenciado su eficacia empírica. Es más, estos avances no sólo han tenido lugar fuera de nuestras fronteras, sino que en nuestro país contamos también con importantes investigadores y profesionales que desarrollan una encomiable labor para el avance científico en este campo que, además, ha sido reconocida de manera internacional. Este hecho, junto a la relevancia que la salud psicológica infantil tiene para nuestra sociedad, justificaría dedicar durante los próximos días este espacio de Infocop Online a este tema. Para ello, se ha contado con la participación de tres especialistas en el área de la psicología clínica y de la salud infanto-juvenil de reconocido prestigio. Así, en primer lugar, José Olivares, Catedrático de Universidad en el Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento de la Universidad de Murcia, analiza, a través de una entrevista, el estatus quo de este campo de la psicología en relación con la situación sociosanitaria de nuestro país. A continuación, Victoria del Barrio, Profesora Titular de evaluación psicológica en la UNED, ofrece un interesante y exhaustivo artículo de revisión sobre la evaluación psicológica de niños y adolescentes. Finalmente, Mireia Orgilés, Profesora Titular en la Universidad Miguel Hernández de Elche, presenta un riguroso e interesante artículo de revisión sobre los tratamientos psicológicos avalados por la evidencia empírica para los problemas de la infancia y la adolescencia.

Referencias:

Comisión de Medio Ambiente, Salud Pública y Seguridad Alimentaria de la Unión Europea (2009). Informe sobre salud mental.

Mental Health Foundation (2006) We Need to Talk. The Case for Psychological Therapy on the NHS. Mental Health Foundation.

Pérez-Álvarez, M., Fernández-Hermida, J. R., Fernández-Rodríguez, C. y Amigo-Vazquez, I. (2003). (Coords). Guía de tratamientos psicológicos eficaces III. Infancia y adolescencial. Madrid: Pirámide.

WHO (2003). Caring for children and adolescents with mental disorder. Setting WHO directions. Ginebra.

WHO (2004a). The mental health of children and adolescents. Conclusiones de la conferencia de la OMS realizada en septiembre de 2004 en Luxemburgo.

WHO (2004b). Promoting mental health. Concepts. Emerging evidence. Practice. Ginebra.

WHO (2004c). Prevention of mental disorders. Effective interventions an policy options. Ginebra.

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