HABLANDO CON LOS FUNDADORES DE LA PSICOLOGÍA CONTEMPORÁNEA ESPAÑOLA ENTREVISTA A MIGUEL SIGUÁN
17 Mar 2009
Miguel Siguán y Soler (Barcelona, 1918) es uno de los psicólogos de mayor prestigio tanto a nivel nacional como internacional. Desde 1962, es Catedrático de Psicología en la Universidad de Barcelona, donde ejerce como profesor hasta 1986, cuando, a raíz de su jubilación, se convierte en profesor Emérito. Entre sus honores académicos, se encuentra la concesión de Doctor Honoris Causa en Psicología por la Universidad de Ginebra y la Universidad del País Vasco, así como posee el Premio Compostela otorgado por la Red de Universidades y Premio Nacional de Literatura. Es también miembro de la Academia Scientiarum et Artium Europaea. | |
Sin duda, es el máximo representante de la «oficialización» de los estudios universitarios de Psicología en Cataluña. Su importante labor en la creación en el desarrollo de Psicología como ciencia y profesión en España y, en concreto en su tierra, se releja en su nombramiento como Director Honorario del Instituto de Ciencias de la Educación (ICE) de la Universidad de Barcelona y Decano Honorario de la Facultad de Psicología de dicha universidad.
Han pasado muchos años desde que, junto a Pinillos, Yela, o Secadas, entre otros, en aquel Departamento de Psicología Experimental del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)y bajo la tutela de José Germain, se inició un proyecto que hoy ha dado sus frutos: convertir a la Psicología española en una ciencia empírica y desarrollar los estudios universitarios de Psicología, independientes de la Filosofía. Infocop Online tiene el honor de repasar lo que fue ese proyecto, ha sido, y será a través de los recuerdos, opiniones y consejos de uno de sus protagonistas: Miguel Siguán y Soler.
ENTREVISTA
En primer lugar, me gustaría agradecerle en nombre del equipo de Infocop e Infocop Online que nos haya concedido esta entrevista. Si echamos la vista atrás, en sus años de estudios universitarios, no existía la carrera de Psicología como tal en España, ¿qué le impulsó a estudiar Psicología?
Es verdad. Yo no estudié Psicología como tal porque tal estudio no existía. En tiempos de la República en las Facultades de Filosofía de Barcelona y de Madrid, se cursaban dos años de estudios de materias de humanidades y, después de realizar un examen conjunto de todas las asignaturas, se elegía una especialidad: Filosofía, Historia, Literatura, Lenguas clásicas, Lenguas semíticas, etc. Esta segunda parte de la carrera o especialización duraba tres años en los que había numerosos seminarios y clases prácticas, y sólo se celebraba un examen final general. Yo aprobé el examen intermedio en junio del 36, pero no pude iniciar la especialidad de Filosofía porque el mes siguiente empezó la guerra civil. Participé en la guerra y el azar de la Caja de Reclutas me llevó a una unidad anarquista, donde durante una temporada actué como «miliciano de cultura» en primera línea en el frente de Teruel.
Es cierto, sin embargo, que durante los dos años de estudios comunes leí libros de Psicología que me interesaron mucho. Entre ellos: «Esencia y formas de la simpatía» de Scheler; «Psicología de la edad juvenil» y «Formas de vida» de Spranger; así como, las primeras obras de Piaget, las que escribió como consecuencia de sus observaciones en la «Maison des Petits» de Ginebra. Además, en estos años mantuve contactos con el Instituto Psicotécnico que dirigía en Barcelona Eduardo Mira. A lo que añadiré que, como puede verse en mi libro «La guerra a los veinte años«, la guerra fue para mí, entre otras cosas, una escuela de Psicología y de Sociología.
Después de la guerra, terminé, a trancas y barrancas, la licenciatura en Filosofía e hice diferentes trabajos, fundamentalmente dar clases, en Barcelona y en Santander. Rozaba los 30 años y hacía poco que había terminado la guerra en el mundo, cuando tuve la ocasión de pasar un año en Londres y allí, entre otras cosas, en la London School of Economics (LSE) seguí un curso sobre Psicología social del trabajo. De regreso a Barcelona, me trasladé a Madrid para leer mi tesis doctoral sobre «La Psicología del amor en la mística del siglo XII». En aquellos años, sólo la Universidad de Madrid podía otorgar títulos de Doctor y por ello se llamaba la «Universidad Central». Fue en esta estancia cuando formalicé mi incorporación al recién creado Departamento de Psicología Experimental del CSIC.
No puede negarse que usted es uno de los padres de la Psicología contemporánea española, y, en concreto en Cataluña. Fue en el Departamento de Psicología Experimental del CSIC donde se fraguó un movimiento para desarrollar la Psicología como una ciencia experimental ¿Qué nos puede contar sobre aquel Departamento? ¿En qué consistía aquel proyecto?
En el Departamento y bajo la dirección del Doctor Germain, coincidimos jóvenes universitarios de distintas procedencias. Mariano Yela, madrileño castizo, José Luis Pinillos, vasco, y yo mismo, catalán. Los tres habíamos estudiado Filosofía y compartíamos la ilusión de que en las facultades de Filosofía existiese una licenciatura en Psicología. El Padre Úbeda y Jesusa Pertejo, con quien compartía despacho, eran castellanos viejos y médicos; y Secadas, montañés y pedagogo. |
Nuestro director y orientador, el Doctor Germain, antes de la guerra había creado el Instituto Psicotécnico de Madrid, una entidad pública dedicada, como su homóloga en Barcelona, a la Orientación y Selección Profesional, cuya base teórica era la psicotecnia y, por tanto, los tests. El Instituto tenía como objetivo principal llevar a cabo diagnósticos psíquicos de calidad y lo que pretendía Germain eran refundar el Instituto y devolverlo a su antiguo esplendor.
Sin embargo, los jóvenes, en cambio, pretendíamos introducir la Psicología en la Universidad; entendiendo por Psicología, la Psicología de base empírica y con pretensiones de ciencia que veíamos desarrollar en Europa y con la que, a pesar de nuestros escasos medios, estábamos en sintonía.
Igualmente, tuvo la oportunidad de formarse en el área de la Psicología del Trabajo y las Organizaciones en la London School of Economics, ¿qué destacaría de aquella época?
Como ya he dicho, en Londres asistí a cursos en la LSE sobre Psicología social del trabajo que a mí me abrieron un mundo nuevo. Ya no se trataba de analizar psicométricamente las aptitudes del trabajador ni de evaluar de la misma manera las capacidades que exigía una tarea determinada; sino de constatar que el trabajador, al ingresar en una empresa, se integraría en un grupo humano que tendría un jefe, a través del cual se le transmitían los objetivos de la empresa. De esta manera, el comportamiento laboral de un trabajador vendría determinado por las actitudes del grupo en relación con su jefe y a través de éste con los objetivos de la empresa. Así la empresa se convertía en un complejo de relaciones humanas y la tarea del psicólogo industrial era saber entender y mejorar estas relaciones.
En realidad, la mayoría de los que trabajábamos en el Departamento habíamos tenido ocasión de hacer alguna estancia en el extranjero. Mariano Yela había estado en Chicago con
Thurstone trabajando sobre tests psicométricos y su tratamiento estadístico y luego en Lovaina. Pinillos había estado en Alemania trabajando sobre tests proyectivos y más adelante estuvo en Londres con Eysenck que hacía estudios psicométricos sobre rasgos de personalidad. El Padre Úbeda nos trajo de Estados Unidos el polígrafo, una rigurosa novedad en aquellos días y Jesusa Pertejo había perfeccionado en Suiza su estudio del Rorschard.¿Cuáles son los recuerdos que le quedan de aquella época? ¿Qué puertas le abrió trabajar con aquel grupo de jóvenes psicólogos bajo la dirección del profesor José Germain?
Guardo un recuerdo delicioso y emocionado empañado sólo por la constatación de que ya somos muy pocos los que quedamos. De todos modos querría añadir algo sobre el tema: lo que hicimos en el Departamento ha influido tanto en el desarrollo posterior de la Psicología en España que tiende a suponerse que el Departamento tenía un volumen y unos medios muy superiores a los que efectivamente tenía. Durante muchos años, los que lo formábamos éramos simplemente becarios y el Departamento de hecho sólo funcionaba de siete a nueve o diez de la noche, lo cual significa que durante el día teníamos que dedicarnos a otras actividades para subsistir.
Yo, por mi parte, inicié estas actividades colaborando con el departamento de personal de la fábrica Standard Eléctrica y luego asesorando en cuestiones de dirección y problemas humanos a diferentes empresas de muy diversos tipos. En un ámbito próximo, me dediqué a estudiar la inmigración, un fenómeno de un volumen extraordinario a partir de la liberación económica de 1960, y así escribí «Del campo al suburbio» por el que recibí el Premio Nacional de Literatura.
En el Departamento, se fraguó también el proyecto de convertir la Psicología en una licenciatura. ¿Puede contarnos en qué consistía el proyecto? ¿Y cómo juzga los resultados conseguidos?
Ya he dicho que tanto Mariano Yela como José Luis Pinillos y como yo mismo habíamos estudiado en la Facultad de Filosofía y Letras la especialidad de Filosofía. A los tres nos parecía muy pobre la presencia de la Psicología en esta facultad y soñábamos con que un día existiese en la facultad una especialización en Psicología y, en definitiva, una licenciatura completa. Yo mismo lo propuse en un artículo en la Revista Arbor, órgano del CSIC.
En aquel momento, parecía una utopía porque las facultades de Filosofía y Letras no sentían ningún interés por el tema. Cuando Ruiz Jiménez se hizo cargo del Ministerio de Educación y nombró Rector de la Universidad de Madrid a Pedro Laín Entralgo, se abrió una posibilidad. De acuerdo con el nuevo Rector, establecimos, no en la Facultad de Letras, sino en el viejo caserón de San Bernardo y dependiendo directamente del Rectorado, una Escuela Profesional de Psicología. En la Escuela de Psicología, se impartía un postgrado de dos cursos, que estaba abierto a licenciados de cualquier carrera, con varias especialidades: pedagógica, laboral y clínica. El éxito nos reafirmó en el convencimiento de que era necesaria una autentica formación universitaria y por tanto una licenciatura. Esto último sólo pudimos conseguirlo más adelante, cuando los tres éramos ya catedráticos universitarios y podíamos influir desde dentro. |
Mientras, en el Departamento manteníamos esta lucha, siendo concientes de que en muchas Universidades de Europa y de América existían Departamentos de Psicología que no sólo llevaban adelante la investigación en Psicología sino que ofrecían algún tipo de enseñanza. Nos sentíamos claramente atrasados. Sin embargo, con el paso de los años, el modelo que adoptamos, una licenciatura única y polivalente, no sólo ofrecía una buena base para el ejercicio profesional sino que permitía la constitución de una organización profesional de los psicólogos única y, por tanto, capaz de ponerse a la altura de otras profesiones más antiguas; esto último no ocurre en países en los que la Universidad u otros centros ofrecen una variedad de formaciones psicológicas.
A lo dicho podemos añadir que, no sólo tenemos un buen sistema de formación profesional de los psicólogos, – otra cosa, por supuesto, es que en cada lugar concreto funcione mejor o peor -, sino que la investigación que hoy se lleva a cabo en nuestros departamentos universitarios es tan buena o mejor que en cualquier país europeo.
Tras una larga carrera profesional, ¿cuál cree que es la situación de la Psicología española como ciencia en la actualidad? ¿Dónde situaría la investigación española en Psicología? ¿Qué es lo que nos distancia de otros países europeos o de EEUU?
Es cierto que, por muchas razones, la investigación que se hace en Estados Unidos, sea en el campo de la Psicología sea en cualquier otro campo, tiende a ser la predominante. Y es igualmente evidente que sea donde sea que se localice la investigación, sólo si está escrita en inglés puede aspirar a un reconocimiento internacional. Pero una vez dicho todo esto, añado que la investigación en Psicología que hoy se hace en España tiene tanta calidad como la que se hace en los países europeos con más tradición en este campo. Cuando nosotros empezamos, esto no era así, pero la situación ha cambiado totalmente y algún mérito nos corresponde a los pioneros de este cambio.
¿Cree que la profesión del psicólogo tiene el reconocimiento social y político-legal que merece?
Hace sesenta años la profesión de psicólogo no existía. Hoy, si no estoy equivocado, los Colegios Profesionales de psicólogos en las distintas Comunidades Autónomas tienen cerca de 50.000 afiliados, lo cual significa que la profesionalización de la Psicología ha encontrado un amplio respaldo social, mucho mayor del que podíamos imaginar al principio. Por supuesto, sé que hay problemas puntuales en el ámbito de la sanidad pero doy por supuesto que acabarán resolviéndose.
Si analizamos más allá del campo estrictamente profesional, ¿qué es lo que le ha aportado la Psicología?
Para mí la Psicología ha significado dos cosas: por un lado, enseñar, dar clase, orientar a los alumnos, etc.; y, por otro, observar y reflexionar sobre los comportamientos humanos individuales y colectivos.
De joven, en la Universidad, oí hablar de un profesor ya fallecido del que se contaba que decía muy admirado: «En la Universidad me dejan dar clase y encima me pagan«. Enseñar, dar clase, es casi lo único que sé hacer y lo que más me gusta. Mi padre era maestro y desde muy jovencito ya le ayudaba. En la guerra, ya he dicho que enseñaba a leer en las trincheras. Hoy, a punto de cumplir noventa y uno, estoy ilusionado porque dentro de unos días voy a dar un cursillo de cuatro lecciones.
En cuanto a observar e intentar entender el comportamiento ajeno, individual o colectivo, reconozco que más que mi ocupación es mi obsesión, es decir, que si la Psicología no existiese yo me vería capaz de inventarla.
Y para terminar, ¿qué les diría a los jóvenes profesionales de la Psicología?
Todo el que empieza a ejercer una profesión universitaria, se da cuenta, o cree darse cuenta, de que la mayor parte de lo que aprendió en la carrera no le sirve para nada. En cambio, parece que a lo que podría ser útil no se le prestó demasiada atención. De modo que si volviese a empezar los estudios, lo haría mejor; pero el caso es que ya no hay tiempo para recomenzar. La verdad es que, cuando se termina de estudiar, hay que aprender de la realidad, de los casos con los que uno se enfrenta, de las situaciones en las que ha de actuar, buscando información debajo de las piedras, pidiendo ayuda, dejándose la piel si hace falta, y aprendiendo de los fracasos y no cediendo al desaliento. Hay que ir descubriendo, poco a poco, que uno no es un genio pero tampoco un inútil y que, si de verdad se propone ayudar a su cliente y no regatea esfuerzos, acaba por ayudarle. Estos pequeños éxitos, repetidos a lo largo del tiempo y alternados con algún fracaso, para evitar caer en la vanidad, acaban por constituir una vida profesional satisfactoria. Sentirse satisfecho con la propia ocupación profesional es una de las mejores cosas que le pueden ocurrir a uno en esta vida.
Para saber más sobre Miguel Siguán y Soler: consulta su blog y su página web.