LAS CUATRO CAUSAS DE LA CONDUCTA (UNA VISIÓN DRAMATÚRGICA DEL CONDUCTISMO)

28 Sep 2006

Con motivo de la celebración del VIII Congreso Internacional Sobre el Estudio de la Conducta, que se viene realizando en la ciudad de Santiago de Compostela desde ayer y que finalizará el próximo 30 de septiembre, Infocop Online ha querido recoger algunos de los trabajos que se están presentando en este evento.

En este pequeño artículo, el Dr. Marino Pérez Álvarez, que participa en el congreso con la conferencia «Las cuatro causas de la conducta (una visión dramatúrgica del conductismo)», ofrece a los lectores de Infocop Online una mirada del comportamiento humano desde la teoría aristotélica, así como algunas implicaciones de este análisis.

Marino Pérez Álvarez

¿Qué cuatro causas?

Las causas que aquí se refieren son las célebres cuatro causas de Aristóteles. Como se recordará, son la causa material, la formal, la eficiente y la final. La causa material pregunta por la materia de la que está hecha alguna cosa. Por ejemplo, una estatua puede estar hecha de mármol. La causa formal pregunta por la esencia de algo en el sentido de qué es. Así, por ejemplo, esa estatua es la estatua de Atenea. La causa eficiente pregunta por quién lo hizo. Así, podría ser una estatua de Fidias. La causa final pregunta por el fin, la función o para qué sirve algo. Así, la estatua de Atenea podría servir para mostrar la grandeza de la Acrópolis de Atenas.

Las cuatro causas aplicadas a la conducta

La causa material de la conducta preguntaría, cómo no, por la materia de la conducta, de qué se hace o de dónde sale la conducta. Podría decirse, como así dice el autor que probablemente ha sido el primero en aplicarlas de modo sistemático a la conducta (Killeen, 2001), que la materia de la conducta consistiría en el substrato del sistema nervioso; lo que en general se designa como ‘bases biológicas de la conducta’.

 

Sin embargo, ésta no sería la respuesta propiamente aristotélica, no ya porque Aristóteles no supiera de substratos neurobiológicos, sino porque de hecho esa no sería la materia moldeable de la que se hace la conducta (por mucho que se hable de ‘plasticidad neuronal’ y demás). La materia sería el organismo como un todo, definido por su capacidad funcional para actuar de acuerdo con el medio o mundo circundante. 

Sería preciso introducir aquí la importante distinción aristotélica dada por el par dialéctico potencia-acto, sin perder de vista en todo caso que el acto es previo a la potencia. La capacidad funcional o potencialidad para actuar de cierta manera, deriva de la práctica previa que ha dado lugar a la potencia y competencia para hacerlo. La capacidad para tocar la flauta, por seguir el ejemplo de Aristóteles, deriva de haberla tocado y, acaso, los primeros actos fueran ‘tocarla’ con las manos y empezar a soplar. Estas actividades, ciertamente primitivas en relación con saber tocar la flauta, son parte de la ‘materia prima’ de la que se hace la conducta competente de un flautista hecho y derecho.

La causa formal de la conducta preguntaría por la forma en el sentido del modelo que sigue o adopta. A este respecto, Killeen (2001) ha identificado la forma con la ‘contingencia de tres términos’ (estímulo discriminativo – conducta operante – consecuencia o reforzador). Sin embargo, esta forma es el modelo del científico para analizar la conducta (el modelo, en particular, del ‘analista de la conducta’).

La causa formal pregunta propiamente por el modelo que sigue o en el que se basa el agente de la conducta. Así, el modelo de Atenea lo habría tomado Fidias de la mujer griega (como otras versiones de Atenea siguen el modelo de Fidias). La cuestión aquí es que la psique humana tiene capacidad para tomar la forma sin la materia y de ponerla en acto y a partir de ahí, quizá llegar a tener competencia y potencia para hacerlo de la mejor manera posible. Recuérdese que para Aristóteles, la psique es ‘forma de formas’, comparable a la mano que sería ‘instrumento de instrumentos’, y de ahí su capacidad para tomar y dar formas sin materia (el que instruye a otro no lo hace metiéndole los libros en la cabeza), aunque tampoco lo hace inmaterialmente, pues las formas son realidades hechas o susceptibles de serlo.

En este sentido, se podría decir, si se permite, que el ser humano no es original más que, tal vez, en las primeras semanas de vida, después todo es mimesis, sean más o menos conocidos y reconocidos los modelos (Pérez, 2005: 303-310). Esta concepción de causa formal aplicada a la conducta, implica que no existiría ninguna autenticidad auto-originaria (Pérez y García, 2004: 157-173).

 

La causa eficiente de la conducta preguntaría por su autor. A este respecto, Killeen ha tomado la causa eficiente como ‘evento antecedente’, el cual sería en el análisis de la conducta el ‘estímulo discriminativo’. Sin embargo, la causa eficiente pregunta por el constructor, o quizá fuera mejor decir en este caso, instructor o incluso educador. Así, la causa eficiente de que alguien aprenda a tocar la flauta sería el maestro que le ha enseñado la forma de hacerlo.

Ahora bien, una vez dada la potencia y competencia suficientes, uno puede ser autor y constructor de su propia conducta (y de hecho, así lo prepara y lo espera la sociedad). Como diría Aristóteles, el hombre es principio y fuente de acciones. La cuestión, por lo que aquí importa señalar, es que uno mismo puede ser considerado ‘causa eficiente’ de su propia conducta, en el sentido de ser capaz de actuar y de ser responsable de sus actos. Siendo así, el análisis de la conducta debería desarrollar la noción de persona en este sentido de actor y autor responsable, y ciertamente, dispone de conceptos para hacerlo (véase Pérez y García, en prensa.

La causa final de la conducta pregunta por el fin o función que cumple. A este respecto, se ha de reconocer que la noción de conducta operante es, probablemente, el ejemplo más claro de toda la psicología de ‘causa final’. No habría mucho que discutir en esto.

Lo sorprendente es lo poco y mal que se ha entendido el carácter final (propositivo e intencional) inscrito en la propia noción de conducta operante. Quizá sea por ello que la psicología incurra una y otra vez en explicaciones mecanicistas, siendo hoy la campeona del mecanicismo la psicología cognitiva. De todos modos, es bastante general el interés de los psicólogos por los ‘mecanismos explicativos’ internos (como si eso fuera más científico).

Las cuatro causas aplicadas a los ‘trastornos mentales’

Las cuatro causas de Aristóteles se pueden aplicar a los ‘trastornos mentales’(Pérez, 2003; 2004; Pérez, Sass y García, en preparación). ¿Qué responderían los clínicos si se les preguntaran de qué están hechos, qué forma toman, quién hace que sean como son y para qué sirven los trastornos mentales?

Desde luego, no quedarían mudos, siendo como son, después quizá de una sorpresa inicial; pero lo que dirían sería dispar y hasta disparatado en algunos casos. Como quiera que fuera, el ejercicio no carecería de interés. Por lo pronto, siquiera por percibir un punto de interés, la teoría de las cuatro causas permitiría analizar, criticar y dar alternativas con conocimiento de causa al escándalo de la ‘invención de trastornos mentales’ como si fueran entidades naturales (González y Pérez, en prensa; Pérez y García, en prensa).

Más Aristóteles y menos andar por las ramas

Como se habrá podido apreciar, las causas aristotélicas no son causas en el sentido moderno, según se usan en términos científicos y técnicos (e incluso mundanos). Si acaso la ‘causa eficiente’ sería la que está más cercana al sentido moderno de causa, entendida como ‘evento antecedente’ (a partir de Hume). En todo caso, la noción de ’evento’, como se ha sugerido, tampoco capta el sentido ‘constructivo’ aristotélico de causa eficiente.

 

Las causas de Aristóteles se han de entender como principios para entender algo, se podría volver a decir, con ‘conocimiento de causa’. Conciernen a una indagación que va más allá de las causas científico-técnicas, y en general, de las explicaciones y conocimientos asumidos; siendo a menudo estos conocimientos (al menos en psicología) más ‘prontuarios’ para salir del paso que conocimientos sólidos para saber por dónde se anda y qué se tiene entre manos.

En este sentido, las cuatro causas vienen a ser más una metafísica que una ciencia empírica y, para el caso, más una metapsicología que una psicología empírica particular (por reutilizar el término ‘metapsicología’ acuñado por Freud, aunque en otro sentido).

¿Para qué una tal metapsicología? Por el interés que tenga mirar más allá o más abajo o por encima de los conceptos científicos y técnicas al uso; conceptos y técnicas, por cierto, que pueden usar más uno que ser uno propiamente el usuario de ellas.

Las cuatro causas tratan de plantear qué es algo, cuál es su naturaleza o forma de ser. Se trata, por tanto, de una cuestión ontológica, en lo que aquí concierne, relativa al tipo de realidad que sea la conducta y en su caso el ‘trastorno mental’. Para la psicología, este planteamiento es todavía fundamental (y por lo que parece, lo seguirá siendo), dado su estatus inestable y dado también lo vegetarianos que suelen ser los psicólogos en cuanto a dieta filosófica. Y no porque no tengan filosofías, sino porque éstas suelen ser ellas mismas ‘dietas vegetarianas’.

Por lo demás, importantes problemas de la psicología son cuestiones más de carácter filosófico que empírico. Aristóteles sería propiamente ‘el filósofo’, como lo proclamara Santo Tomás, sobre el que arraigar y entroncar la psicología. Lo demás es andar por las ramas. Por lo que se refiere a la ‘visión dramatúrgica del conductismo’, seguirá en esta ocasión ‘entre paréntesis’, no en duda sino en reserva.

Ver referencias bibliográficas.

Sobre el autor:

Marino Pérez Álvarez es Catedrático de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos del Departamento de Psicología de la Universidad de Oviedo. Entre sus libros figuran, como autor único, Las cuatro causas de los trastornos psicológicos, y Contingencia y drama. La psicología según el conductismo; como coordinador de un libro colectivo, Guía de tratamientos psicológicos eficaces (3 Vol.) y como coautor (junto con Héctor González Pardo), La invención de los trastornos mentales. ¿Escuchando al fármaco o al paciente?, por aparecer en 2007.

 

 

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